Por Javier Ignacio Mayorca
El 3 de junio, el
párroco de La Vega Alfredo Infante lanzó un pedido desesperado que nadie
escuchó.
Su solicitud de «cese
al fuego», enviada a través de un mensaje de voz, tenía como primer
destinatario a los integrantes de las bandas criminales que desde enero
protagonizan un conflicto armado para asumir el control de la parroquia.
El religioso describió
a esta zona como un «escenario de guerra». No es Apure, es parte del Distrito
Capital. Contrario a lo que ha sucedido en otras oportunidades, aquí el tiempo
pareciera prolongar y acentuar la espiral de conflicto, no mitigarlo. Las
ráfagas de armas automáticas se escuchan a toda hora y por doquier, en especial
desde las partes más elevadas de la zona montañosa, más allá del sector Las
Casitas, donde según fuentes policiales algunos miembros de bandas criminales
parecieran estar atrincherados.
En La Vega tienen
jurisdicción por lo menos tres cuerpos de seguridad. El municipal, la Policía Nacional
Bolivariana y la Guardia Nacional. Los únicos que han intentado ir más allá de
la redoma La India son los de la fuerza élite de la PNB. En enero, un primer
enfrentamiento cobró 16 vidas. Pero no llevó la tan ansiada calma a los 120.000
pobladores de la parroquia.
La mortandad ha
continuado.
El mensaje del
religioso fue transmitido poco después del funeral de Diego Alejandro Rivas, un
joven de 16 años de edad que falleció luego de ser alcanzado por un proyectil
perdido. Poco antes, Blanca Orellana Pérez, de 64 años, también había muerto al
ser impactada por otro disparo, propio de un conflicto en el que ella no
participaba.
Y así ha sucedido en
2021 con cinco personas que tuvieron la mala fortuna de transitar o vivir en
las proximidades del área de conflicto. Por ellos nadie responderá. Allí están
los antecedentes.
Los decesos de dos
hombres como consecuencia de «balas perdidas» durante las intervenciones
militares a los penales de El Rodeo (2011) y La Planta (2012) siguen como
averiguaciones abiertas. Ambos se creían resguardados en sus viviendas, a
distancias prudenciales de los lugares donde detonaban los fusiles.
En líneas generales, el
Ejecutivo ha asumido la postura de un espectador más en el conflicto de La
Vega. Como si no fuera con él. Esa táctica la hemos visto antes. En 2013,
instauraron desde el ministerio de Relaciones Interiores el programa de las
zonas de paz. Despejaron áreas completas del país de policías y militares, y
entregaron dinero a las «comunidades organizadas» con la esperanza de que la
violencia disminuyera en esas áreas y, en el camino, el oficialismo ganara
algunos adeptos.
Sucedió todo lo
contrario. Para 2015 las zonas de paz eran hervideros de criminalidad violenta.
El entonces director de la policía de Miranda, Elisio Guzmán (hoy fallecido),
había establecido que estas porciones de territorio tenían las tasas de
homicidios más altas. Las consecuencias de esta decisión todavía son padecidas
por los habitantes de Barlovento o por quienes transitan por la Troncal 9.
Cumbo, por ejemplo, era el epicentro de una «zona de paz».
La crisis generada por
este programa suscitó un clamor popular para que el gobierno de Maduro hiciera
algo en materia de seguridad ciudadana. Es decir, otra cosa. Abandonaron
formalmente el programa y se fueron al extremo contrario. La «mano dura» tuvo
el nombre de Liberación del Pueblo (OLP). Según la Alta Comisionada de la ONU
para Derechos Humanos Michele Bachelet, fueron documentadas por lo menos 505
ejecuciones extrajudiciales en el curso de estas operaciones, que comenzaron
formalmente muy cerca de La Vega, en julio de 2015.
Seis años después de iniciadas las OLP, La Vega ha pasado a ser la parroquia más violenta de Caracas. El Gobierno lo sabe.
En mayo, fueron
verificados 11 homicidios y 18 reportes de lesiones personales. Con 29
víctimas, superó a Sucre, que tradicionalmente ha sido el sitio más violento de
la capital. El móvil más frecuente en estos hechos de sangre ha sido el «ajuste
de cuenta», pero también hay una porción importante de casos en los que los
peritos del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas no
han encontrado ninguna explicación. Esto solo anuncia más impunidad.
En las últimas horas,
el oficialismo ha pasado de la indiferencia a los señalamientos de que los tiroteos
en La Vega serían auspiciados por la oposición. Esto no es nuevo. Lo mismo
dijeron a propósito de las «fiestas de plomo» instauradas en mayo de 2020 por
la banda de Wilexys Acevedo en José Félix Ribas (Petare). Luego, la Policía
Nacional y la Guardia Nacional intentaron sin éxito una razzia en
todas las zonas del barrio. Hubo por lo menos 15 muertes. Pero Acevedo todavía
continúa mandando en el lugar.
Según fuentes del MRI,
desde mayo el Gobierno desarrolla una investigación en calle ciega para comprobar
que toda la logística mostrada por las bandas de La Vega proviene de un
«financiamiento externo». No son las extorsiones de las que se quejan
prácticamente todos los comerciantes y conductores de transporte público en la
parroquia; no es el tráfico de drogas ni el respaldo de la megabanda del Coqui.
Los drones, radios de comunicación y armas largas serían el resultado macabro
de un acuerdo con Guaidó.
Tal parece, entonces,
que La Vega se aproxima a una nueva OLP. Desde luego, no tendrá ese nombre, ni
será «humanista». Por el contrario, solo ofrecerá más violencia a una comunidad
que se encuentra atrapada entre dos fuegos: los de las bandas y los de las
policías, tal y como lo advirtió el padre Infante.
Breves
– ¿Cuáles serían las
dimensiones verdaderas de la banda denominada Tren de Aragua? Según el
criminólogo Luis Izquiel (miembro del grupo que elaboró la propuesta sobre
seguridad ciudadana de Juan Guaidó) esta es la organización criminal más
extendida en toda la geografía nacional. Los investigadores
de InSightCrime han observado además que tiene presencia en otros
cuatro países suramericanos (Colombia, Ecuador, Brasil y Perú). El Tren de
Aragua —la megabanda formada a principios de este siglo en torno a los
sindicatos para la construcción del inconcluso ferrocarril que recorrería el
centro del país— tendría en la actualidad unos 300 integrantes, de acuerdo con
estimados policiales. Lo más interesante de esta organización en la actualidad
es que habría adoptado la forma de una confederación. Con esa estructura,
indican reportes revisados para esta nota, el líder máximo Héctor Guerrero
Flores sería capaz de extender sus intereses hasta los estados más remotos del
país, pero no ejercería un control absoluto sobre las actividades de cada
célula. Lo importante, en todo caso, es que le reporten alguna ganancia hasta
el centro de operaciones del grupo, ubicado en el internado judicial de
Tocorón. Datos extraoficiales indican que esta banda estaría impulsando la ola
de extorsiones en Guárico. Luego de diversas operaciones policiales, el estado
llanero quedó como una plaza abierta y el Tren de Aragua intenta tomar
posiciones, valiéndose de aliados que operan en poblaciones como Barbacoas y
Memo.
-El Servicio Nacional
de Medicina y Ciencias Forenses (Senamecf) y la policía judicial avanzan en un
plan para extender a las principales ciudades del país las unidades
especializadas en entomología y botánica forenses. En otras partes del mundo,
los conocedores de los insectos y las plantas asisten con frecuencia en las investigaciones
penales desde hace mucho tiempo. Tienen fama bien ganada en el campo de la
pesquisa criminalística. En la serie CSI (en cualquiera de sus versiones)
numerosos casos han sido resueltos mediante análisis sistemáticos sobre el
desarrollo de una larva de mosca o el origen de una hierba o una hoja. Los
detalles marcan una diferencia. Pero en Venezuela no se ha llegado a este nivel
de desarrollo. La entomología forense está restringida a una pequeña oficina en
la morgue de Bello Monte y tiene apenas tres años de existencia. En 2019, sin
embargo, fue clave en la identificación del perpetrador de un feminicidio en El
Hatillo. La víctima, Scarly González Lucena de 13 años de edad, desapareció el
8 de julio. Su cadáver fue encontrado parcialmente enterrado en una zona
boscosa de Turgua, 22 días después. El lapso preciso en el que la víctima
estuvo desaparecida no era del conocimiento público. Igualmente, no había
exactitud en la data de muerte. Debido a testimonios de personas de su círculo
familiar, los investigadores pusieron la lupa sobre dos hombres que la
molestaban y que habían suscitado algunas quejas. Uno de ellos dijo haberla
visto por última vez en la primera semana de julio. El otro afirmó que tuvo
contacto con la joven en vísperas del hallazgo del cadáver. Un análisis a
ciertas larvas de mosca colectadas en los restos estableció una data de muerte
de, por lo menos, 20 días. Con esa información se determinó a ciencia cierta
que el segundo hombre mentía. Lo que lo transformó en el principal sospechoso
de esta averiguación.
Javier Ignacio Mayorca
es Periodista especializado en criminalística. Consultor. Miembro
Observatorio Venezolano del Crimen Organizado.
10-06-21
https://talcualdigital.com/el-lamento-del-parroco-por-javier-ignacio-mayorca/
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