Carolina Gómez-Ávila 06 de junio de 2021
Siento
la vibración en la planta de mis pies. No sé si desde la rendición de Capriles
a la dictadura o desde la de la dictadura a la guerrilla extranjera. No logro
darme cuenta por la algarabía de la cúpula empresarial, así que podría estar
atravesando un momento de confusión, pero siento un tremor.
Lo
digo porque, si estuviera comenzando un sismo, nadie podría ponerse a salvo sin
aviso; claro que es posible que, con aviso, tampoco, porque nadie sabe predecir
la duración de un tremor. Mucho menos, la magnitud ni duración del movimiento
que se desencadene.
Ni idea
de qué quedará en pie. Por eso me sorprende ver a algunos confiados en que lo
que viene es un sutil reacomodo de la falla, una cosa menor entre las placas
tectónicas que ahora se acostumbrarán a su nueva posición.
No
podría decir si esa apreciación es acertada. Por más que manejen información
privilegiada que les permita suponer que todo saldrá como estiman, hay
variables que están fuera de su control —fuera del control de todos, en
realidad— y que pueden alterar nuestro futuro en un pestañeo.
También
hacen ruido, aunque menos, los falsos opositores que centran su campaña en
atacar a quienes nos empecinamos en tener elecciones libres y justas. La agenda
es, visiblemente, la que les ha permitido la dictadura, siempre que no dejen de
achacarle parte de la culpa a las sanciones: servicios públicos y vacunación.
Mientras
se les va la vida en debatir sobre votar o no votar —esa es la cuestión—, dejan
al margen el proyecto que los acechará a partir del día siguiente del evento
catastrófico. Nada me sorprende más que el silencio sobre cómo serán vaciadas
de poder las alcaldías con la ley que tienen lista al efecto.
Y ya
no creo que la respuesta sea simple. Ya no me basta que argumenten que el
interés es legitimar a la dictadura con un fraude electoral que le permita
mentir con más credibilidad, ante la comunidad internacional, sobre el estado
de la democracia en el país. Eso ya no es posible.
Aumenta
el tremor cuando se evidencia el poder de fuego militar que tienen las que,
hasta hace nada, eran solamente bandas hamponiles. Cuando el tremor tome
fuerza, se nos olvidará que algún miembro de la «gran familia militar» cruzó a
pie el río Bravo y lloró por el socialismo para ocultar su fuga de la justicia
internacional. Nadie está contando con que el pueblo pueda tener una reacción
impensada por pura desesperación en la mitad del vaivén; yo tampoco.
Pero
algo más se está moviendo bajo la tierra. Nada que ver con las sanciones que,
como Dios, aprietan, pero no ahogan. Está demostrado que la dictadura tiene
dinero y puede comerciar con unos, aunque con otros no. Y eso les basta para
sostener su poder y, con él, su nivel de vida. Así que creo que unos cálculos
se escapan de nuestra mirada y nos daremos cuenta, con suerte, cuando estemos
en la mitad del cataclismo. Ojalá pudiera decir de qué se trata. Por lo pronto
solamente siento el tremor.
Carolina
Gómez-Ávila
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