Juan Guerrero 03 de octubre de 2021
@camilodeasis
“Quien
habla como un patán, terminará por pensar como un patán y por obrar como un
patán. Hay una estrecha e indisoluble relación entre la palabra, el pensamiento
y la acción” Arturo Úslar Pietri
De manera acertada, Úslar Pietri calificó a los ‘malablaos’ como gente de almas enfermas que se convierten en seres pedantes y descalifican constantemente a sus semejantes hasta degradarlos cuando están en posiciones de poder. Son esos venezolanos de la nueva clase dirigente, en la economía, finanzas, milicia, política, que han terminado despreciando hasta su propio pasado.
Los
pedantes y su pedantería son la práctica común en la Venezuela actual.
Transformados en los nuevos amos de un territorio que era un país, una nación y
una república, portan el estandarte de la total y absoluta informalidad en la
práctica de un lenguaje, de un idioma terrible y groseramente pisoteado, donde
no hay espacio para la decencia ni el respeto a la tradición idiomática.
Esta
degeneración del hablante venezolano comenzó con el modelaje por los medios de
comunicación donde sus primeros auspiciadores fueron dirigentes de la política
venezolana, transformados de repente en figuras de lo que hoy pudiera
denominarse, ‘influencer’. Privaba (hoy es una constante) más el interés
personal que el servicio público. Podría afirmar, que en la actualidad los
políticos venezolanos son unos indigentes idiomáticos. Carecen del principio
elemental de la comunicación: comunicar.
Esa
informalidad fue arrastrando progresivamente a nuestro idioma, sus maneras de
expresión, las hablas regionales hasta ser degradado a expresiones de un neo
lenguaje, donde lo soez, lo vulgar y el constante atropello a las expresiones
que indiquen decencia y respeto por el semejante, se han apartado por una mal
entendida informalidad donde supuestamente debe permitirse la entrada de
hablantes que no poseen en su instrumento lingüístico las mínimas nociones de
la comunicación socialmente aceptadas. Lo peor, esta nueva clase social
construida al amparo de la noche oscura de las prebendas de la oportunidad
política, han comprado su estatus a ‘realazo limpio’ creyendo que también lo
pueden hacer con el idioma.
Delicado
esto que indicamos pues alguno pudiera reclamar que se vulneran los derechos
humanos de la comunicación, o se segrega a determinados hablantes. Pero esa no
es nuestra intención. Indicamos acá la norma idiomática donde todos cabemos y
debemos respetar para entendernos como “Dios manda”. Y es acá donde,
precisamente, esas minorías están acabando con la tradición de una cultura que
tiene más de 500 años en su cotidiana práctica idiomática de nombrarse y
nombrar el mundo donde habita.
La
perversión del lenguaje en boca de la dirigencia actual venezolana, desde todos
los ámbitos del poder, constantemente son una afrenta contra la cultura y la
historia de la lengua nacional. Ese empobrecimiento idiomático que se ve, la
pus de la cloaca idiomática, se palpa en la calle, se evidencia en la nulidad
de conceptos, de reflexiones, de planteamientos esclarecedores que permitan
superar la crisis generalizada que ahoga al hablante.
Deberían
ser estos, en primer lugar, quienes modelen en el habla estructuras
lingüísticas que orienten y den luces al común del hablante, para que acceda a
comprender la gravedad de su entorno y busque soluciones a su crisis cotidiana.
Soy
testigo, en mi propio entorno, dolorosamente, de esto que afirmo cuando escucho
a parte de mis vecinos y personas cercanas, en su básica manera de expresarse.
Hay un vacío conceptual, una pobreza idiomática en la expresión de sus ideas.
Todo su mundo se reduce al uso de una docena de términos donde la gran mayoría
de ellos son recursos del lenguaje donde impera la obscenidad, la grosería sin
más, las estridentes vulgaridades expresadas sin mayor rubor ni vergüenza. Lo
triste de ello es que son personas jóvenes, muchos de ellos profesionales o con
experiencia en sus oficios, con familia e hijos.
Les
escucho vociferar a viva voz los términos más soeces que se pueda uno imaginar.
Esto no implica, sin embrago, que, en determinados estados o situaciones, se
pueda optar por el uso de uno de estos términos. Ocurre que mientras quienes
podamos usarlos por razones específicas y en justificados momentos, estos
hablantes han hecho de estas excepciones su lenguaje cotidiano, su día a día.
No se dan cuenta para nada que esa práctica de degradación idiomática,
progresivamente les está cercenando sus propios espacios idiomáticos, les seca
el alma y los arrastra inevitablemente al quiebre moral, ético y de principios
y valores que son la piedra angular de eso que se llama ‘ser humano’.
Porque
no es suficiente con ser hombre o mujer; es imperativo trascender lo básico de
ser hombre y alcanzar la estatura de lo humano. Es imprescindible, urgente,
contar con un lenguaje que adecente, que ilumine, que muestre el perfil amoroso
de una humanidad que nos dignifique y dé sentido a lo que debemos ser como
humanos.
Juan
Guerrero
@camilodeasis
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