Ricardo Combellas 05 de octubre de 2021
Releyendo el Pacto de Punto Fijo y demás documentos de 1958, gracias al valioso aporte del historiador Naudy Suárez (Punto Fijo y otros puntos. Los grandes acuerdos políticos de 1958, Fundación Rómulo Betancourt, Caracas, 2006), me surgen inquietudes y sugerencias que deseo compartir con mis lectores. Si es cierto que la historia es la ciencia de lo que solo ocurre una vez, no es menos cierto que es maestra de vida, de la cual se pueden aprender muchas lecciones. Para mí el estadista es el político que sabe captar el presente, el momento histórico en que transcurre su vida, y reflexiona sobre la pregunta existencial ¿dónde estamos?; a partir de allí se pregunta ¿de dónde venimos?, y entonces el conocimiento histórico cobra toda su importancia, para luego plantearse la pregunta crucial y más difícil de contestar ¿adónde queremos ir? Pues bien, esas preguntas y sus respuestas exitosas se la hicieron algunos, más bien pocos hombres lúcidos, que nos condujeron a la primera experiencia exitosa en la construcción de una República civil y democrática en una historia como la de nuestra patria, la más de la veces traumática y cargada de violencia, donde reverdecieron las conspiraciones y los golpes de Estado.
En
efecto, 1958 fue guiado por lo que se denominó en palabras certeras “el
espíritu del 23 de enero”, el empeño por construir una democracia digna y
estable que exorcizara las tentaciones dictatoriales, predominara la
tregua política y la búsqueda afanosa de un gobierno de unidad nacional, por
encima de las naturales banderías partidistas y su afán legítimo por hacerse
del control del poder. Su conclusión fue el Pacto de Punto Fijo y su
derivación en un Programa Mínimo de Gobierno, en el cual se comprometieron los
tres relevantes partidos democráticos para ese entonces, Acción Democrática,
Unión Republicana Democrática y el partido socialcristiano Copei. No constituyó
una tarea fácil, pues implicó una laboriosa tarea en la convergencia de
posiciones siempre guiada, la fuerza de las convicciones, por la unidad que
garantizara el éxito de la frágil democracia que recién iniciaba su andadura.
La prueba de fuego llegó terrible, dado los arteros golpes tanto del
autoritarismo militar como de la izquierda insurreccional, que se propusieron
destruir el gobierno constitucional y democrático del presidente Rómulo Betancourt
(1959-1963), lo que afortunadamente no pudieron lograr, ante el apoyo del
pueblo a la democracia, que se manifestó lleno de gloria en la
abrumadora participación electoral de diciembre de 1963, bajo la consigna
“votos sí, balas no”.
Una
anécdota rigurosamente confirmada por testigos, recoge el espíritu de
sacrificio en aras de la unidad que guió el afán unitario de 1958. Dicha
anécdota la estampa en su biografía de Rómulo, el politólogo
norteamericano Robert Alexander (la tomo del estudio señalado de Suárez).
Se encontraron en Nueva York a principios de dicho año Betancourt y
Caldera, y se tornaba inminente la caída del dictador, en virtud de lo cual
ambos líderes concertan una reunión, cuyo momento culminante retrata así
Alexander. “En la reunión , Betancourt y Caldera llegaron, más allá de una mera
tregua, a un entendimiento más amplio. Inició la conversación Betancourt
diciendo que no tenía ambición de volver a la Presidencia. Rafael Caldera dijo
con franqueza a Rómulo que él pensaba que, en razón de la extendida
hostilidad existente hacia Betancourt en muchos sectores, sería
exageradamente imprudente para él intentar ser candidato en las próximas
elecciones. Betancourt no solo no llevó a mal el comentario de Caldera,
sino que se mostró de acuerdo con el mismo”. Betancourt terminó siendo
candidato, al proclamarlo de forma entusiasta su partido, ante la
imposibilidad de lograrse una candidatura única, no obstante lo cual cumplió su
palabra, junto a Villalba y Caldera, de fomentar el definitivamente suscrito
Pacto de Punto Fijo, y acogerse con absoluto convencimiento y pasión a
robustecer un gobierno de coalición que coadyuvara a institucionalizar el
novedoso experimento democrático bajo la égida de la novedosa Constitución de
1961.
Estos
recuerdos del ayer deben ser un acicate de reflexión frente a la
grave crisis de desacuerdos, pequeñas ambiciones, egos desbordados y falta de
visión que hoy predominan en la oposición, más bien oposiciones políticas al
régimen dictatorial de Maduro, dada su incapacidad para fomentar en su seno
acuerdos políticos que fortalezcan su capacidad de respuesta frente a un
enemigo del talante autoritario que nos gobierna. Nunca es tarde para
retomar el camino de la unidad, y emular el ejemplo de aquellos hombres y
aquella época donde se impuso la unidad y se dio vida al período histórico más
luminoso de nuestra historia republicana a partir del año 1830.
Ricardo
Combellas
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