Tulio Ramírez 07 de diciembre de 2021
De la
Venezuela gomecista hasta los primeros años de la democracia representativa,
había claridad sobre la militancia política. El adeco lo era hasta que se
muriera, tal como lo afirmó Don Rómulo Betancourt. Los copeyanos o
socialcristianos eran fieles a su tolda y a su líder. Poco importaba si no iban
a misa y comulgarán.
Los
comunistas, por su parte, a pesar de las persecuciones, la cárcel y el exilio,
a diferencia de Pedro, el discípulo de Jesús, no esperaban a que el gallo
terminara el primer canto, para aseverar con orgullo que eran seguidores del
partido del ídem.
Unión Republicana Democrática (no colocó las siglas porque algún lector quedará en el aire), siempre tuvo una fiel militancia y una conducción emblemática en Jóvito Villalba. A pesar de que ese partido se ha venido extinguiendo en el tiempo, todavía se ve a alguien enarbolando una bandera amarilla en las manifestaciones contra el chavismo. Fieles hasta la muerte.
Eran
organizaciones políticas sólidas, con doctrina, estatutos y un tribunal
disciplinario que distaba de ser mera figura decorativa en el organigrama del
partido. Además, todos durante los crueles años perejimenistas, enarbolaron la
lucha por la libertad, lo que permitió concretar la lucha unitaria que dio al
traste con la última dictadura. Perdón, tuve un lapsus, con la penúltima
dictadura.
Con la
llegada de la democracia, se multiplicaron las organizaciones políticas y la
alternancia en el poder tuvo su espacio, aunque la monopolizaron AD y COPEI por
su capacidad organizativa y captación de militantes.
Aun
con las dos divisiones de AD (MEP y MIR) y la lucha ideológica de los
mozalbetes de COPEI (Araguatos, Avanzados y Astronautas), figuras como la de
“abro tienda aparte con los míos porque no me dejan ser el líder”, o la más
reciente “si avanzamos, nos dividimos”, no eran las imperantes.
Quizás
el enredo se formó luego de la pacificación de Caldera, cuando los partidos PCV
y MIR se dividieron y subdividieron en mil pedazos como consecuencia de la
derrota de la aventura guerrillera.
Desde
ese momento la izquierda se reconfiguró en fragmentos irreconciliables entre sí
a pesar de compartir “el mismo ideal”. Así estaban los “prosoviéticos”, “los
revisionistas”, “los reformistas”, “los maoístas”, “los seguidores de Kim IL
Sun”, los que respaldaban a Albania, “los foquistas”, “los marxistas
ecologistas”, “los marxistas que nunca leyeron a Marx”, “los castristas” y un
largo etcétera. Por sus diferencias sobre la estrategia para la toma de poder,
se ocuparon más de desprestigiarse entre sí que de unir fuerzas. La lucha
“contra la clase burguesa”, se convirtió en la lucha contra “los compañeros de
clase”.
Eso
que le paso a la izquierda durante los años 70, 80 y 90, le está pasando en la
actualidad al movimiento opositor. No solo se ha dividido y subdividido, sino
que invierten más energía en enlodar al resto de los líderes y partidos
opositores, que en enfrentarse al gobierno.
Entre
ellos se acusan de “alacranes colaboracionistas”, “electoreros
colaboracionistas”, “abstencionistas colaboracionistas”, “usurpadores colaboracionistas”,
“divisionistas colaboracionistas”, “cohabitantes colaboracionistas” o
simplemente “colaboracionistas”. De tal manera que, si te identificas con
alguna de las posiciones opositores, serás acusado irremediablemente de
“colaboracionista”.
Si no
me cree apreciado lector, llénese de valor y exprese en el twitter su opinión
sobre cómo salir de Maduro y verá como se lo comen vivo. Pero no le caerán
encima los chavistas, porque ellos ya ni opinan, le dirán hasta del mal que
morirá, aquellos que comparten con usted el deseo de salir del régimen.
Definitivamente, qué difícil es ser opositor en Venezuela.
Tulio
Ramírez
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