Américo Martín 07 de diciembre de 2021
AD se
había convertido en un invencible partido y en una inspirada fuente cultural.
En 1948, entre los actos preparados para celebrar el ascenso de Gallegos a la
presidencia, Juan Liscano organizó en el Nuevo Circo un festival folclórico que
difundió con fuerza tipos, ritmos, estilos y costumbres populares. Se le
conoció como el Festival de la Tradición. Si el nuevo gobierno
y el partido que lo alcanzó carecían de cédula de identidad precisa, aquellos
actos contribuyeron enormemente a proporcionársela, y con ello a darles un
perfil propio.
Fue un
deslinde llamativo, signo de una acelerada maduración democrática. Los jóvenes
partidos emprendieron sus respectivos caminos y los ciudadanos tomaron nota de
la importancia de la institución partidista.
AD se confundió con la nación, la independencia, la democracia y la libertad. Todo eso le proporcionó una consistente raigambre popular.
En una
asamblea de la Juventud de AD convocada en 1959, once años después de aquel
gran evento cultural, Luis Beltrán Prieto intentó establecer una diferencia
tajante y fuera del marco ideológico, con los comunistas. Prieto había sido
invitado por nosotros a esa reunión. Observando nuestra fuerte deriva hacia el
marxismo, ya arraigado en nosotros, nos dijo:
- Acción Democrática es un partido “de”
masas mientras el Partido Comunista es un partido “para” las masas
Era
insuficiente y escasamente convincente, claro, pero aludía con gran precisión
al significado popular original de AD, que contribuyó a darle sus perfiles
nacionalistas y su importante origen folclórico-cultural. No había otro
movimiento tan “venezolanizado” como ese.
Colón
descubrió América, Juan Liscano a Venezuela
Liscano
removió fibras ocultas. Más de quinientos folcloristas participaron. Hubo
tambores, bailes venezolanos tradicionales. El país ignoraba que tenía ese
potencial enorme y quedó deslumbrado. Andrés Eloy Blanco, en su plástico
lenguaje, se permitió una aguda boutade:
- Si, como se sabe, Colón descubrió América,
Liscano descubrió a Venezuela.
Por
supuesto, no fue una revelación de origen mágico. El propio Liscano había
propuesto dos años antes a la Junta presidida por Rómulo Betancourt la
creación del Servicio de Investigaciones Folclóricas, y el folclorismo tenía
conexiones inextricables con el costumbrismo y nativismo, dos autóctonas
corrientes culturales. Incluso el vocablo “folclore” fue empleado por primera
vez por Arístides Rojas en el célebre El Cojo Ilustrado. Mariano
Picón Salas había previsto en fecha tan temprana como 1930 la universalización
de la cultura a la par de la ya visible globalización de la economía. No sería
todavía aquella la hora de la universalización de nuestra cultura, pero sí la
de su enraizamiento, sin el cual ni imaginar la otra.
Se
dispara a los pies el que con aire de superioridad desprecia la cultura popular
así sea en nombre de los grandes logros de las distintas tendencias de la
vanguardia. Nikolai Gogol lo había expuesto con palabras sin desperdicio:
- ¿Quieres ser universal? Conoce tu aldea
Sin
embargo, la gente no estaba para investigar estas cosas. El Festival de
la Tradición marcó un hito y se inscribió en la marcha incesante hacia
la popularización de la política y la cultura, tan inteligentemente
aprovechadas por AD.
- Somos el partido del pueblo, se
dieron a repetir sus dirigentes.
A mis
diez años lo único que se me hizo presente de la baraúnda, fue el colorido del
festival, los ritmos desconocidos, el baile de los tambores. Ni siquiera retuve
el nombre de Liscano y de alguna manera se me metió en la cabeza que el
organizador había sido el presidente Gallegos. El festival catapultó a Liscano.
Lo proyectó como intelectual creativo y original. Puso de manifiesto su
condición de humanista y poeta de los más queridos.
Yo
aprendí a estimarlo años más tarde, en medio de los diálogos en el liceo,
cuando nos circundaba la atmósfera clandestina de la nueva dictadura. En las
listas de méritos que constantemente elaborábamos, colocamos en el ranking de
la poesía de esos años a Vicente Gerbasi, Otto De Sola, Paz Castillo y Juan
Liscano.
Gerbasi
ha permanecido en la cima y como tal se ha convertido en un clásico. Cincuenta
y cinco años después de estas fantasías liceístas, escribí un libro La Espada
y el Escudo, que me devolvió a ellas. Ese libro le sigue la ruta a la
poesía venezolana a través de once escritores. Los dos primeros y célebres
versos que dan inicio a Mi padre el inmigrante, la obra
capital de Gerbasi, son majestuosos, casi operáticos:
Venimos
de la noche y hacia la noche vamos.
Atrás
queda la tierra envuelta en sus vapores.
El
primero de esos versos es universal, es el misterio de la vida humana, la
teología divina sobre el origen y el fatal destino de la muerte; mientras el
segundo alude al terrenal mundo dejado atrás por su padre: los lagos, las
nieves, los renos, los volcanes, las selvas hechizadas “donde moran las sombras
azules del espanto”.
Américo
Martín
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