Raúl Fuentes 29 de noviembre de 2021
«El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo». Así comienza una aclamada novela corta de Gabriel García Márquez, cuyo título —Crónica de una muerte anunciada—, manoseado mediáticamente hasta la saciedad, devino, si no en frase hecha o lugar común, en comodín bueno para encabezar relatos de infortunios y reveses presentidos. En atención a la derrota victoriosa del PSUV y el triunfo numérico y disperso de la heterogénea disidencia, podríamos remedar al Gabo y escribir de esta guisa: «El día que íbamos a perder de nuevo, nos levantamos a las 5:30 de la mañana para esperar la apertura de los centros de votación…», y, de aquí en adelante, continuar con una reláfica de lamentos tan predictibles como el descalabro incubado, en detrimento de la unidad, por la disgregación grupuscular. Acaso la abstención fue un mensaje para sordos: el silencioso, aunque contundente ¡ya basta! de una población harta no solo del chavismo, sino también, y no podemos ignorarlo, del divismo de una oposición narcisista, ajena a las necesidades y aspiraciones de quienes dice, cree o pretende representar.
Cuando
estas líneas se publiquen habrán arreciado los sermones del desengaño y más de
uno, sin entonar el mea culpa de rigor, debió incurrir en
sesudos comentarios y exhaustivos análisis de lo ocurrido, a fin de minimizar
la arrechera de los votantes decepcionados. Aquí vale la pena apelar a la
sabiduría de Winston Churchill o, mejor dicho, a una flemática sentencia suya,
anillo al dedo o dedo al ano de quienes propusieron, sin sopesar riesgos,
participar sin más en el chimbísimo proceso comicial del pasado domingo: «El
político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y
el año que viene; y de explicar después por qué fue que no ocurrió lo
que predijo». Campeará naturalmente el inevitable regocijo de quienes,
¡yo se los dije!, despachan el asunto como una estafa perpetrada de común
acuerdo entre la narco o nicodictadura y las diversas variantes de su contra.
Sus pareceres, fundados en la posesión de una verdad absoluta e irrefutable
—dogmática e imperativa revelación divina—, buscan sorprender mas no logran
convencer, pues ellos y ellas arrastran largos e inocultables rabos de paja.
Son, como los destinatarios de su tóxico discurso, víctimas de las estratagemas
atomizadoras del régimen.
Divide
et impera (divide y vencerás) es una frase endilgada al
dictador romano Julio César, colgada asimismo a Nicolás Maquiavelo y a Napoleón
Bonaparte; la autoría es irrelevante, pero en tanto táctica para la conquista y
conservación del poder, compele a quien la cita a presentarla como
argumento magister dixit (no lo digo yo, lo afirmó Fulano de
Tal, Mengano de Cual o el mismísimo Don Cojones de la Mancha). Sembrar cizaña
entre el adversario y comprar adhesiones bajo cuerda, procuró y logró el
oficialismo a objeto de torpedear la concertación de la oposición democrática.
Las
votaciones fueron tildadas de fraudulentas por los gobiernos de Colombia,
Canadá y Estados Unidos —la canciller canadiense, Mélanie Joly, manifestó: «Como
en el caso de 2018, las condiciones para elecciones libres y justas no existen
todavía en Venezuela»; por su parte, el gobierno de Joe Biden las
descalificó y sigue reconociendo el interinato de Juan Guaidó—, y ni siquiera
se acercaron a los estándares de la Unión Europea (la Misión Observadora, en su
informe preliminar, subrayó «la falta de independencia judicial y la no
adherencia al Estado de Derecho»). El gobierno español destacó las
principales trampas del chavismo a fin de ponerle las manos a 19
de 23 gobernaciones y 212 de 335 alcaldías en liza: «inhabilitación
arbitraria de candidatos de la oposición, el acceso desigual a los medios de
comunicación, la falta de independencia judicial y el irrespeto al Estado de
Derecho». El País, abarcando mucho y apretando poco, metió
su cuchara buscando amoratar el caldo y, en editorial del miércoles 24, señaló:
«El hartazgo y la desafección con las autoridades de la sociedad venezolana,
en crisis permanente desde hace más de un lustro, son mayúsculos y la
política ya no está entre las principales preocupaciones de los ciudadanos».
Los
resultados y sus consecuencias permiten cortar kilómetros de tela; en el plano
especulativo, abundará el si condicional, motor de distópicos escenarios y
parloteos de botiquín, improcedentes en un balance más o menos serio y
desinteresado de lo acaecido el 21 de noviembre. Habrá quienes, al dar por
suficientemente debatido el tema y pasar la página, dejarán caer una cita de
consolación, convirtiendo el fracaso en palanca del éxito. El empresario,
evocará a Henry Ford: «El fracaso es una gran oportunidad para empezar otra
vez con más inteligencia»; el intelectual, a Shakespeare: «Algunas
caídas son el medio para levantarse a situaciones más felices»; otros, a
tono con el bicentenario de su nacimiento (11-11- 1821), a Fiodor Dostoievski:
«Después de un fracaso, los planes mejor elaborados parecen absurdos».
Radicales
y guerreros del teclado se aferrarán a una inicua convicción de Joseph de
Maistre (1753-1821), diletante saboyano y virulento enemigo de la Revolución
francesa enaltecido como filósofo por los críticos de la ilustración, autor de
una infame aserción elevada a la categoría de memorable máxima «todo pueblo
tiene el gobierno que se merece» —André Malraux (1901-1976) la
modificó y escribió «…no es que los pueblos tengan los gobiernos que
se merecen, sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen»—. La
adjetivamos de infame porque generalmente se usa para, a modo de resignación y
con arrogante desprecio de las masas, culpabilizar a estas de los desaguisados
de quienes las conducen. Sin embargo, sobre todo teniendo en cuenta el modo de
accionar de un régimen de dudoso origen y cuestionada legalidad, cual el
espuriamente presidido por el Sr. Maduro, podríamos pronunciarnos en sentido
contrario a la muy reaccionaria aserción y sostener: «Todo gobierno se da el
pueblo que se merece».
Para
sustentar esa tesis basta con observar cómo los voceros de la revolución
bolivariana, mediante la publicitación de un presuntuoso afán de redención de
humillados y ofendidos, se hizo de una variopinta clientela, a cambio de
misérrimas limosnas, a objeto de contar con su respaldo comicial —en declive y
en vías de extinción, a juzgar por el bajón continuo de su curva de votantes—.
Mientras hubo cobres, se forjó un excluyente «pueblo chavista»; en el cual, en
torno a gente humilde aspirante sempiterna a una vida mejor, se agruparon
oportunistas y vividores de toda índole, forajidos y matones reclutados en el
lumpen proletariado y organizados en pandillas que confunden propaganda,
participación y militancia política con vocinglería, agavillamiento y
asociación para delinquir. Tal «pueblo» a la medida es, en el fondo, un amasijo
informe y promiscuo, una merienda de negros para usar una expresión
políticamente incorrecta, del cual la gente sensata toma cada vez mayor
distancia, vislumbrando que la revolución no lo va a sacar de abajo; por el
contrario, lo mantendrá en estado de coma asistido, a objeto de esperanzarlo en
una utópica jauja cada vez más lejana.
Quizá,
tras el cómo y el por qué del fiasco sufragista, se esté colocando en segundo
plano la responsabilidad de la dirigencia opositora. ¿Quiénes deben pagar por
los platos rotos? La dirigencia incapaz de acordar alianzas, dejando de lado
sus agallas y con el bien colectivo en mente, está moralmente inhabilitada para
actuar en nombre del soberano. Están raspados y en esa materia habrá exámenes
de conciencia, mas difícilmente de reparación. Un par de semanas atrás
sugerimos de convocar a un encuentro nacional del país opositor —partidos,
gremios, sindicatos, universidades, la sociedad civil en general— orientado a
renovar el liderazgo opositor y poner orden en el tablero político, no al modo
oportunista de María Corina (epítome de la pureza, la inmarcesible lideresa de
Vente Venezuela trae a nuestra memoria imágenes de Rafael Caldera y Aristóbulo
Istúriz ganando indulgencias en el Congreso Nacional con el escapulario del
4F). Esta convocatoria se nos antoja urgente y necesaria, sobre todo por la
pretensión madurista de determinar quiénes son los voceros y cuáles los
partidos opositores Ya el psicogacelo asomó una recomposición del suspendido
conversatorio azteca. Veremos si quienes pusieron el petardo del domingo
reinciden en la coprofagia, se engolosinan con los caramelitos de cianuro de la
negociación y tropiezan por enésima vez con la misma piedra. Nos abocaremos
entonces a pergeñar otra crónica de un fracaso anunciado, sin importar la frase
hecha o el lugar común.
Raúl
Fuentes
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