Francisco Fernández-Carvajal 04 de diciembre de 2021
@hablarcondios
—
Siempre con Jesús. Vida de oración.
—
Aprender a rezar.
— Las
oraciones vocales. El Santo Rosario.
I. María, por su parte, guardaba estas cosas y las meditaba en su corazón1. Su Madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón2. Por dos veces el Evangelista hace referencia a esta actitud de María ante los acontecimientos que se van sucediendo: en la Nochebuena de Belén, y en Nazareth, a la vuelta de Jerusalén, después de encontrar a Jesús en el Templo. La insistencia del Evangelista parece ser el eco de la repetida reflexión de María, quien debió contarlo a los Apóstoles después de la Ascensión de Jesús al Cielo.
La
Virgen conserva y medita. Sabe de recogimiento interior, y valora, guarda en su
intimidad y hace tema de su oración los sucesos grandes y pequeños de su vida.
Esta plegaria continua de María es como el aroma de la rosa «que constantemente
se eleva hacia Dios. Esta elevación suya no cesa jamás, tiene una frescura
igual a la primera; es siempre jubilosamente nueva y virginal. Si la brisa de
nuestras plegarias o los vientos tormentosos de este mundo pasan junto a Ella y
la rozan, el perfume de la oración se levanta entonces más fuerte y
perceptible; se convierte en intercesora incluyendo nuestra oración en la suya
para presentarla al Padre en Cristo Jesús, su Hijo»3.
Cuando
estaba aquí en la tierra todo lo hacía en referencia a su Hijo: cada vez que
hablaba a Jesús oraba, pues eso es la oración: hablar con Dios: y cuando le
miraba, y siempre que le sonreía o pensaba en Él4.
En
Caná de Galilea, en las bodas de aquellos parientes o amigos, nos enseña con
qué delicadeza e insistencia se debe pedir. «Era su Madre, le había acunado en
sus brazos, y, con todo, se abstiene de indicarle lo que puede hacer. Expone la
necesidad y deja todo lo demás a su arbitrio, segura de que la solución que dé
al problema, cualquiera que sea, y en cualquier sentido, es la mejor, la más
indicada, la que lo resuelve de manera más conveniente. Deja al Señor el campo
totalmente libre para que haga sin compromisos ni violencias su voluntad, pero
es porque Ella estaba segura de que su voluntad era lo más perfecto que podía
hacerse y lo que de verdad resolvía el asunto. No le ata las manos forzándole a
adoptar un camino, a hacer algo determinado: confía en su sabiduría, en su
superior conocimiento, en su visión más amplia y profunda de las cosas que
abarca aspectos y circunstancias que Ella podía, quizá, desconocer, Ni siquiera
se planteó Nuestra Señora la cuestión de que a lo mejor Él no consideraba
conveniente intervenir: expone lo que ocurre y lo deja en sus manos. Y es que
la fe deja a Dios comprometido con más fuerza que los argumentos más sagaces y
contundentes»5.
Al pie
de la Cruz nos anima a estar siempre junto a Cristo, en oración silenciosa, en
los momentos más duros de la vida. La última noticia que de Ella nos dan los
Evangelios nos refiere que se encuentra con los Apóstoles, orando juntamente
con ellos6, en espera de la llegada del Espíritu Santo. El mismo Señor
debió de aprender de su Madre muchas oraciones que se habían transmitido en el
pueblo de Israel de generación en generación, de modo parecido a las que
nosotros aprendimos de nuestras madres.
«El
Santo Evangelio, brevemente, nos facilita el camino para entender el ejemplo de
Nuestra Madre: María conservaba todas estas cosas dentro de sí,
ponderándolas en su corazón (Lc 2, 19). Procuremos
nosotros imitarla, tratando con el Señor, en un diálogo enamorado, de todo lo
que nos pasa, hasta de los acontecimientos más menudos. No olvidemos que hemos
de pesarlos, valorarlos, verlos con ojos de fe, para descubrir la Voluntad de
Dios»7. A eso ha de llevarnos nuestra meditación diaria: a
identificarnos plenamente con Jesús: a dar un contenido divino a los pequeños
acontecimientos diarios.
II. El
aroma de nuestra oración ha de subir constantemente a nuestro Padre Dios. Es
más, le pedimos a Nuestra Señora que ya está en el Cielo en cuerpo y alma- que
diga a Jesús constantemente cosas buenas de nosotros: Recordare, Virgo
Mater..., in conspectu Domini, ut loquaris pro nobis bona... Acuérdate, Madre
de Dios, cuando estés en la presencia del Señor, de hablarle cosas buenas de
nosotros8. Y Ella, desde el Cielo, nos alienta siempre a no dejar jamás
la oración, el trato con Dios, pues es nuestra fortaleza diaria.
Debemos
aprender a tratar cada vez mejor al Señor en la oración mental esos ratos que
dedicamos a hablarle calladamente de nuestros asuntos, a darle gracias, a
pedirle ayuda, a decirle que le amamos...- y mediante la oración vocal,
empleando muchas veces las que han servido a tantas generaciones para elevar su
corazón y sus peticiones al Señor y a su Madre Santísima, y quizá con esas
otras que aprendimos de labios de nuestra madre.
La
oración nos hace fuertes contra las tentaciones. A veces, podremos oír también
nosotros las mismas palabras que Jesús dirigió a sus discípulos en
Getsemaní: ¿Por qué dormís? Levantaos y orad para no caer en tentación9.
Hemos de rezar siempre, pero hay momentos en los que debemos intensificar esa
oración, cuidarla mejor, esmerarnos en prestar más atención..., porque quizá
son mayores las dificultades familiares o en el trabajo, o son más fuertes las
tentaciones. Ella nos mantiene vigilantes ante el enemigo que acecha, nos ayuda
a trabajar mejor, a cumplir las obligaciones y deberes con la familia y con la
sociedad, a tratar mejor a los demás.
La
Virgen Santa María nos enseña hoy a ponderar en nuestro corazón, a darle
sentido en la presencia de Dios a todo aquello que constituye nuestra vida: lo
que nos parece una gran desgracia, las pequeñas penas normales de toda vida,
las alegrías, el nacimiento de un hijo o de un hermano, la muerte de un ser
querido, las incidencias del trabajo o de la vida familiar, la amistad...
También, como María, nos acostumbramos a buscar al Señor en la intimidad de
nuestra alma en gracia. «Gózate con Él en tu recogimiento interior. Alégrate,
con Él, ya que le tienes tan cerca.
»Deséale
ahí; adórale ahí; no vayas a buscarle fuera de ti porque te distraerás y
cansarás y no le hallarás; no le podrás gozar con más certeza, ni con más
rapidez ni más cerca que dentro de ti»10.
Ninguna
persona de este mundo ha sabido tratar a Jesús como su Madre; y, después de
Ella, San José, quien pasó largas horas mirándole, contemplándole, hablando con
Él de las pequeñas incidencias de un día cualquiera, con sencillez y
veneración. Si acudimos a ellos con fe al comenzar nuestro diálogo habitual con
el Señor, experimentaremos enseguida su eficaz ayuda.
III. En
la oración mental tratamos al Señor de modo personal, entendemos lo que quiere
de nosotros, vemos con más profundidad el contenido de la Sagrada Escritura,
pues «crece la comprensión de las palabras y de las cosas transmitidas cuando
los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón»11.
Junto
a ese «ponderar las cosas en el corazón», la oración vocal es muy grata al
Señor, como lo fue sin duda la de la Virgen, pues Ella ciertamente recitaría
salmos y otras fórmulas contenidas en el Antiguo Testamento, propias del pueblo
hebreo12. Cuando comenzamos el trabajo, al terminarlo, al caminar por
la calle, al subir o bajar las escaleras..., se enciende el alma con las
oraciones vocales y se convierte nuestra vida, poco a poco, en una continuada
oración: el Padrenuestro, el Avemaría, jaculatorias que
nos han enseñado o que hemos aprendido al leer y meditar el Santo Evangelio,
expresiones con que muchos personajes pedían al Señor la curación, el perdón o
su misericordia, y otras que inventó nuestro amor. Algunas las aprendimos de
niños: «son frases ardientes y sencillas, enderezadas a Dios y a su Madre, que
es Madre nuestra. Todavía –recordaba San Josemaría Escrivá–, por las mañanas y
por las tardes, no un día, habitualmente, renuevo aquel ofrecimiento que me
enseñaron mis padres: ¡oh Señora mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco
enteramente a Vos. Y, en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día
mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón... ¿No es esto –de alguna
manera– un principio de contemplación, demostración evidente de confiado
abandono?»13.
El Bendita
sea tu pureza, el Acordaos... encierran para muchos
cristianos el recuerdo y el candor de la primera vez que los rezaron. No
dejemos que se pierdan esas bellísimas oraciones; cumplamos el deber de
enseñarlas a otros. De modo muy particular podemos cuidar el Santo Rosario en
estos días de la Novena, la oración tantas veces recomendada en la Iglesia.
Se
encontraba el Papa Pío IX en su lecho de muerte, y uno de los prelados que le
asistían le preguntó qué era lo que en aquella hora suprema pensaba, y el Papa
contestó: «Mira: estoy contemplando dulcemente los quince misterios que adornan
las paredes de esta sala, que son otros tantos cuadros de consuelo. ¡Si vieses
cómo me animan! Contemplando los misterios de gozo, no me acuerdo de mis
dolores; pensando en los de la cruz, me siento confortado en gran manera, pues
veo que no voy solo en el camino del dolor, sino que delante de mí va Jesús; y
cuando considero los de gloria, siento gran alegría, y me parece que todas mis
penas se convierten en resplandores de gloria. ¡Cómo me consuela el rosario en
este lecho de muerte!». Y dirigiéndose después a los que le rodeaban, dijo: «Es
el rosario un evangelio compendiado y dará a los que lo rezan los ríos
de paz de que nos habla la Escritura; es la devoción más hermosa, más
rica en gracias y gratísima al corazón de María. Sea este, hijos míos decía a
quienes le rodeaban, mi testamento para que os acordéis de mí en la tierra»14.
Hagamos
en este día el propósito de cuidar mejor nuestro rato de meditación diaria y,
las oraciones vocales, especialmente el Santo Rosario, con el que alcanzaremos
tantas gracias para nosotros y para aquellos que queremos acercar al Señor.
1 Lc 2,
19. —
2 Lc 2,
51. —
3 F.
M. Mosghner, Rosa mística, p. 201. —
4 Cfr. Card.
J. H. Newman, Rosa mística, p. 79. —
5 F.
Suárez, La Virgen Nuestra Señora, pp. 266-267. —
6 Hech 1,
14. —
7 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 285. —
8 Cfr. Graduale
Romanum, 1979, p. 422. —
9 Lc 22,
46. —
10 San
Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 1, 8. —
11 Conc.
Vat. II, Const. Dei Verbum, 8. —
12 Cfr. F.
M. Willian, Vida de María, p. 160. —
13 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 296. —
14 Cfr. H.
Marín, Doctrina Pontificia, IV; Documentos marianos, BAC,
Madrid 1954, n. 322.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria/1/
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