Escrito por Pompeyo Márquez Viernes, 21 de Septiembre de
2012
Importantes multitudes se movilizan a
lo largo y ancho de nuestra patria.
Lo hacen alrededor de un sencillo programa que busca la
normalidad de la sociedad y su funcionamiento democrático.
Se tocan temas que llegan al corazón
de una mayoría de venezolanos. Por ejemplo, la reconciliación nacional, el
reencuentro de todos nuestros compatriotas independientemente de su manera de
pensar, del lugar que ocupen en el cuerpo social. Un primer paso está dado: se
acabó con el debate político polarizado, lo cual no quiere decir que la
sociedad venezolana no lo esté en estos momentos. Pero el autócrata se ha
quedado solo sin argumentos, insultando, descalificando.
Para señalarlo con una imagen del candidato
de la unidad democrática: si quiere pelear que se ponga frente a un espejo y
pelee consigo mismo.
En esta dirección convencer a los
chavistas de que podemos vivir juntos unos y otros en un mismo territorio,
sobre la base del respeto mutuo, de entender, como señala la Constitución, que
somos un país plural y por tanto existen diferencias que deben ser tratadas
mediante reglas que están en la Carta Magna y en las leyes que la desarrollen.
Ese programa aborda los problemas más
sensibles: derrotar la inseguridad personal , empleo digno, vivienda, mejorar
la educación como palanca para el progreso y la atención a la salud;
reconstruir el aparato productivo destruido por una concepción atrasada de tipo
cubano, de un socialismo estatista que pregona acabar con el capitalismo de
raíz y crear un clima desfavorable a la inversión privada nacional y
extranjera; atender a los sectores más desposeídos con un sentido universal y
no excluyente, cuando se obliga a colocarse una camisa roja para poder recibir
beneficios que no los otorga el Estado sino el autócrata en un estímulo grosero
al culto de la personalidad; volver a la práctica de un porcentaje del
presupuesto dedicado exclusivamente a mantenimiento de la infraestructura como
carreteras, escuelas, hospitales y del medio ambiente.
En fin, reconstruir un país desbastado
por las ejecutorias de una autocracia militarista con tendencias totalitarias.
Capítulo especial merece PDVSA, las
industrias básicas, las que deben ser revisadas, saneadas con una actividad
transparente.
Estas
aspiraciones de vivir en un Estado de Derecho, donde exista un Poder Judicial
al cual acudir y una separación de poderes, es posible. Lo tuvimos, y lo
disfrutamos durante unos cuantos años.
La partidocracia lo hundió y facilitó
la ambición de un autócrata que según propia confesión no ha hecho sino
conspirar toda la vida.
La
herramienta para que se materialice ese sentimiento de cambio es la más amplia
unidad que encarna Capriles, y el arma más poderosa que se tiene a la mano es el
voto el 7 de octubre. Ese día se comprobará en las urnas que el anhelo de
cambiar esta situación es mayoritario y se confía en que la Fuerza Armadas
acatará esta decisión, resguardará la paz y será garante de la transición
pacífica, con un movimiento de masas en la calle vigilando que no le sea
escamoteada la victoria.
Esa es la experiencia del 23 de enero
de 1958, que magistralmente describe Carlos Oteyza en su película Tiempos de
dictadura, cuando todo un andamiaje dictatorial se derrumba ante el empuje
de la más amplia unidad.
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