Por Juan B. González, 27/09/2012
Hace ya
muchas semanas cuando decidí comenzar a escribir estos artículos y lo hice con
la deliberada intención de hablar de política y de intentar mostrarles a
algunas personas mis ideas sobre unos hechos relevantes que ocurrían en
el país, lo hice intentando mostrarles unas conexiones que facilitaran su
traducción y sus efectos sobre su vida cotidiana. Sinceramente no sé si lo he
logrado. Durante este trayecto me he sentido como el torero que enfrenta cada
corrida como un nuevo reto, del cual no sabe cómo le saldrá definitivamente,
pero que sabe que algo tendrá que hacer frente al nuevo astado.
Me
autoimpuse una escritura sencilla, de párrafos cortos y concisos. Me enfoqué en
decirle mis cosas a un auditorio llano, con imágenes asequibles y sin
rebuscamiento. He tratado de alimentarlo de testimonios y de anécdotas
personales que puedan hacer y provocar una conexión con la gente que también
padece los mismos problemas, y que por alguna razón, no los desengrana hasta
llevarlo a sus últimas consecuencias: hasta la fuente del mal gobierno que los
produce.
Pensando en
esto he decidido escribir, mi penúltimo artículo antes de las elecciones, sobre
el chantaje final que intenta el próximo “ex Presidente”, para pretender doblar
la voluntad de nuestro pueblo, haciéndoles creer que la construcción y la
entrega de las viviendas, a las que siempre estuvo obligado a hacer, se vea
como una dádiva personal que los obliga a manifestar su adhesión a su causa y a
su persona, sin que puedan analizar ni deliberar que, por todo lo demás, ese
mismo supuesto benefactor, ha llevado a la ruina a todo el país.
Sí, me voy a
referir a la supuesta “Gran Misión Vivienda”, y voy a hablar de ella, sabiendo
la importancia que representa para aquellos “afortunados” quienes finalmente
las van a recibir. Y lo voy a hacer sabiendo lo que eso significa en cada una
de sus vidas. Casas incompleta, sin ter minar, de mala calidad, con los mismos
malos servicios que padecieron en lo horizontal y, que ahora padecen pasados en
lo vertical, con la basura afuera en los mismos contenedores sucios y sin
recoger, sin ninguna preparación para vivir en edificios, con los signos de la
corrupción en cada baldosa, en cada lugar sin los acabados, con las miserables las
piezas sanitarias, con el peligro de que el viento se las lleve a pedazos (como
ya ocurrió en Ciudad Caribia), o que se caigan antes de estrenarlas (como fue
en Los Valles del Tuy), Para todos esos sortarios, esa es su casa y debe ser
mejor a las que tenían o a las perdieron y ya verán cómo se las arreglan y la
completan. Pero esa son sus casas.
Pero lo que
quiero contarles es que también y no hace tanto tiempo (apenas una generación),
los otros gobiernos tuvieron la obligación de hacer y de entregar casas. Mi
madre fue una de las “afortunadas” en esa ocasión. Corría el año de 1969 y
estábamos en el gobierno del Presidente Leoni (uno de los odiados adecos). La
institución (y no la persona) que los entregaba era el INAVI. Y la selección y
el enteramiento fueron muy precisos Las casas se le asignaban para aquellas
personas de la clase obrera trabajadora, que por su capacidad de pago, podían
superar su posición de inquilino y se convertían en propietarios con cargo a su
propio peculio. Muy claro, la gente tenía trabajo y luego entonces podía
hacerse de un crédito para pagar sus deudas y sus aspiraciones de ascenso
social.
Lo curioso
del cuento es que mi madre siempre fue comunista, hasta ahora, cuando supo,
como muchos de nosotros, que eso era una forma de prolongarles el poder a los
tiranos e hipotecarles la vida a los del gobierno a costa de la nuestra. Mi
madre nunca dejó de votar por quien quisiera. Leoni no le dijo nunca (aún
cuando lo esperaba) que le agradeciera el gesto. La única condición eran
los 127 bolívares (de los de antes) para pagar las mensualidades y tenía
trabajo para eso. Su trabajo cubrió las deudas y su dignidad quedó intacta.
Mis hermanos
y yo quedamos marcados por esa impronta. Nosotros fuimos beneficiarios de esos
40 años, que ahora insisten en negar. Supimos, por el signo de los tiempos, que
éramos herederos de unas grandes oportunidades y las aprovechamos. Que había un
camino de progreso, en donde las deudas se pagaban con trabajo y los resultados
estaban seguros de encontrarse. A casi 50 años vista, yo no quiero que nadie me
regale nada. Yo sé que lo que tengo y tendré lo voy a lo conseguiré por mi
propio esfuerzo. Y eso se lo debo a mi madre y a su convicción sin límites. Por
esa convicción de creer que los gobiernos son como los conserjes y están
puestos ahí para que le sirvan a uno, y uno debe hacer su parte, y pagar por lo
que es de uno, para nunca de depender de ellos.
@jgonzal25
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