Fernando Mires 15 de septiembre de 2012
Las elecciones del 07.10.2012 tienen
una importancia que trasciende a Venezuela: Si gana Capriles el ciclo del
militarismo político en América Latina llegará a su fin. Esa es mi tesis.
Bajo militarismo político entiendo no
sólo el ejercicio del gobierno por un militar sino un tipo de gobierno que se
rige de acuerdo a un vocabulario y a una disciplina militarista, vale decir, un
gobierno cuya lógica de poder se encuentra subordinada a la lógica militar.
Luego, no nos referimos aquí sólo a dictaduras, sino a gobiernos militares.
Hacer la diferencia es importante.
Ha habido gobiernos militares -como
por ejemplo el primero de Batista en Cuba, el de Noriega en Panamá, y con
ciertas reservas, el de Chávez en Venezuela- que no han sido dictaduras en el
exacto sentido del término (al menos han permitido elecciones). Ha habido en
cambio gobiernos civiles (Fujimori en Perú) que sí han gobernado de acuerdo a
los cánones de una dictadura clásica.
A fin de precisar, podemos distinguir
tres tipos de gobiernos militares latinoamericanos.
1) Las dictaduras militares
caudillistas y oligárquicas (Trujillo, Somoza, Gómez, Stroessner, entre varias)
al servicio de sectores agromineros-exportadores formados durante el siglo XlX.
2) Las dictaduras militares de
seguridad nacional (la del Brasil de los sesenta y las del Cono Sur de los
setenta y ochenta) cuyo objetivo era cerrar el paso al “comunismo” .
3) Las dictaduras y/o gobiernos
militar-populistas, como el primero de Perón, el de Velasco Alvarado en Perú,
el de Omar Torrijos en Panamá, el de Lucio Gutierrez en Ecuador y, no por
último, el de Hugo Chávez en Venezuela.
Ahora bien, como es sabido, las
dictaduras oligárquicas decimonónicas fueron barridas por la modernización
social del continente. Las de seguridad nacional terminaron junto con la Guerra
Fría. Y los gobiernos del populismo militar desaparecerán gracias a la
institucionalización de la democracia que, aunque lentamente, tiene lugar en
los países de la región. Chávez es, según esa perspectiva, el último
representante del militarismo político continental (Cuba pertenece a otra
historia). Esa es la razón por la cual si gana Capriles, un ciclo histórico
habrá llegado a su fin.
Entre las propiedades del gobierno de
Chávez no siempre ha sido analizada con profundidad su índole militarista. Si
así hubiera ocurrido habríamos entendido mejor el discurso político del
chavismo: un discurso que incorpora a la política la lógica de la guerra y
apunta, por definición, a la conversión del enemigo político en enemigo
militar. Enemigo que, visto según la óptica militarista, debe ser derrotado sin
misericordia. Así nos explicaríamos por qué el discurso violento de Chávez está
orientado a destruir la esencia de la gramática política. De modo que cuando
Chávez habla de aplastar o pulverizar a la oposición, es plenamente consecuente
con una lógica que adquirió en los cuarteles y que, evidentemente, impregnó su
personalidad y su biografía. Esa es la lógica de la guerra.
En la lógica de la guerra no hay lugar
para la reconciliación: sólo hay vencedores y vencidos. No ocurre así con el
lenguaje de Capriles quien ha hecho de la reconciliación una de las demandas
centrales de su discurso. Pero se trata de una reconciliación que no apunta a
la eliminación de las contradicciones, tampoco a una ficticia fraternidad ajena
al juego político, sino –esto es lo decisivo- de una reconciliación política.
O dicho así: mientras Chávez intenta
transformar a sus adversarios en enemigos, Capriles intenta transformar a sus
enemigos en adversarios. Eso supone que si gana Capriles, el chavismo deberá
ser integrado a la estructura política de la nación de modo que su
partido-estado (PSUV) llegue a ser un verdadero partido político como ocurrió
con otros partidos-estados de América Latina (el justicialismo argentino, el
PRI mexicano, entre varios). De este modo el chavismo, desde la oposición,
tendrá la oportunidad de constituirse en un partido civi-lizado, es decir, en
un componente más de la llamada “sociedad civil”. Eso pasa –obvio- no sólo por
la desestatización sino por la desmilitarización del PSUV, hecho que implicará
la sustitución de las armas de la guerra por las de la política, entre ellas la
más política de todas: el debate. Tarea muy difícil. Pues, dicho sin exagerar,
es más fácil que el Vaticano suprima el voto de castidad de los sacerdotes a
que los militares acepten el debate como forma de vida.
De tal modo, cuando Chávez se niega a
debatir con el desafiante candidato, optando por un insultante monólogo, no
sólo es porque obedece a su naturaleza narcisista o a sus miedos. Su negativa a
intercambiar argumentos aceptando que el oponente lo mire a la misma altura de
sus ojos es, sin duda, propia a su formación militar. Por una parte, con el
enemigo no se discute. Por otra, la no-deliberación en los institutos armados
es considerada una virtud militar.
El uso de la grosería sin límites que
ostenta el vocabulario del presidente, la falacias y las mentiras, las
intimidaciones y las criminales amenazas de guerra civil, la adulteración de
encuestas y hasta el soborno son, no cabe dudas, armas antipolíticas. Pero a su
vez son equivalentes al objetivo militar trazado por el “comandante”: la
destrucción final del “enemigo”.
Incluso cuando Chávez caracteriza a la
oposición como “burguesía” o como “ultraderecha” -aunque en la oposición hay más
gente de izquierda que en el chavismo- lo hace para forzar la imposibilidad
absoluta de reconciliación. Luego, no es la ideología de Chávez la que
determina su militarismo político. Todo lo contrario: su militarismo político
determina su ideología. La “irreconciliación de clases” –independientemente a
que Chávez nunca ha dicho a que “clase” él representa- no es más que un
subterfugio destinado a fundamentar ideológicamente la irreconciliación
personal de Chávez con los usos básicos de la democracia política.
Cuando en cambio Capriles habla del
camino del progreso -en esas asambleas populares en que se han transformado las
manifestaciones a su favor- dice algo muy cierto. El chavismo es parte del
pasado, de ese pasado militarista latinoamericano que tanto ha costado dejar
atrás. Chávez representa, por lo mismo, el último reducto del militarismo
político continental.
Si gana Capriles comenzará entonces un
nuevo capítulo de la historia. Y no sólo de la venezolana.
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