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jueves, 9 de mayo de 2013

Convivencia, capital social y desarrollo


ADOLFO GARCÉ 24.04.2013

Deberíamos proponernos incrementar el stock de capital social de nuestra sociedad. Desde luego, esto no será tarea sencilla

Hace dos décadas, Robert Putnam, uno de los politólogos contemporáneos más renombrados, estudiando las diferencias entre el norte y el sur de Italia, propuso un argumento teórico sobre democracia y desarrollo que ha hecho carrera. Demostró que el fuerte contraste entre el éxito de los gobiernos locales del norte italiano y el fracaso de los del sur podría deberse a las diferencias en el stock de “capital social” de ambas regiones. Mientras el norte se caracteriza por la existencia de una sociedad civil vibrante y activa, el sur exhibe niveles sensiblemente menores de capacidad asociativa, y una muy baja predisposición a la participación de la ciudadanía en los problemas comunitarios.1 El norte italiano prospera y se desarrolla porque tiene buenos gobiernos que, a su vez, son posibles gracias a que los ciudadanos de esa región son capaces de cooperar entre sí; el sur, en cambio, fracasa, porque prevalece entre ellos el conflicto y la desconfianza.

Recordé el celebrado enfoque de Putnam al recorrer las páginas del la Primera Encuesta sobre Cultura Ciudadana y Convivencia en Uruguay, encargada por el Ministerio del Interior. El sondeo, realizado por una corporación colombiana que preside el carismático exalcalde de Bogotá Antanas Mockus, permite comparar las actitudes y opiniones de los montevideanos con las de los habitantes de otras grandes ciudades latinoamericanas (Bogotá, Belo Horizonte, Caracas, Quito, Medellín, México, Monterrey y La Paz). La conclusión que se impone es que tenemos un déficit llamativo de capital social. Dice el reporte: “Montevideo es la ciudad que menos participación ciudadana reporta”. Un poco más adelante, el informe agrega un dato que va en un sentido similar: “Tan solo la mitad de los ciudadanos afirman que los asuntos públicos son importantes o muy importantes en su vida”. Sus redactores agregan: “Se recomienda incentivar a la ciudadanía a preocuparse por los asuntos públicos”.

Alguien podría pensar que estos resultados tienen que ver simplemente con la crisis de legitimidad por la que viene atravesando el gobierno departamental de Montevideo. No es así. Otros estudios sugieren que este problema ni es coyuntural ni afecta solamente a los montevideanos. La evidencia empírica sugiere que los niveles de capital social de Uruguay son apenas mediocres en términos comparados. Según el último ranking sobre “logros de capital social” publicado por la organización Caux Round Table, Uruguay está en el puesto 44 entre 167 países estudiados, muy por debajo de los países líderes como Dinamarca, Finlandia, Nueva Zelanda, Australia y Luxemburgo, y muy lejos de otras naciones desarrolladas como EEUU, Reino Unido, España e Italia.2 Una conclusión similar surge de los datos del proyecto Barómetro de las Américas, de Vanderbilt University. Aunque los niveles de confianza interpersonal en Uruguay están entre los cinco más altos de la región (según el informe Lapop 2012), solamente 16,9% de los encuestados en nuestro país manifestaron haber “intentado ayudar a resolver algún problema de la comunidad o del vecindario en los últimos 12 meses” (Lapop 2008). Esto coloca a Uruguay apenas en el puesto 12 entre los 21 países estudiados.3 La información disponible muestra que los uruguayos se comprometen relativamente poco con los problemas de su comunidad y que cooperan entre sí menos todavía. El acendrado individualismo reinante, además de empobrecer la calidad de la convivencia, termina siendo disfuncional en términos de desarrollo económico. La vida cotidiana ofrece todo el tiempo ejemplos de estos comportamientos egoístas y miopes. En el supermercado, por ejemplo, la mayoría de la gente se atraviesa con el carrito en el medio de las góndolas sin prestar atención a las necesidades de los demás. En el tránsito, son muy pocos los que bajan la velocidad para dejar salir al auto que se asoma desde su garaje. En la vida laboral, no son muchos los que hacen un espacio en la agenda para tratar de ayudar a un compañero. Por debajo de estas conductas está el mismo razonamiento: no vale la pena perder tiempo pensando en los demás. Además de ser cuestionable en términos éticos, el enfoque anterior es un error desde el punto de vista económico. La vida no solo es más agradable si le hacemos espacio a la vecina para que pueda pasar con su carrito, si frenamos para permitir que circule otro auto, o si le damos una mano a un colega cuando la precisa. A la larga, como argumentó Putnam, si pensamos en los demás y cooperamos unos con otros, todos nos terminamos beneficiando. Las transacciones se hacen más rápidamente y a un costo menor. La sociedad se vuelve más armoniosa y dinámica. Todo es más sencillo y eficiente. La democracia funciona mejor y la economía crece más.

Si el razonamiento anterior es correcto deberíamos proponernos incrementar el stock de capital social de nuestra sociedad. Desde luego, esto no será tarea sencilla. Como siempre, polemizarán los que piensan que para favorecer la cooperación hay que tener buenas reglas de juego con los que insisten en que hay que empezar por la educación. En cualquier caso, deberíamos empezar por aceptar que estamos mejor pertrechados para el conflicto que para la cooperación, que nos sobra coraje para chocar pero nos falta valor para cooperar, que nos sigue sobrando “viveza criolla” pero que nos sigue faltando buena voluntad.

1. Robert D. Putnam, Making Democracy Work: Civic Traditions in Modern Italy, Princeton: Princeton University Press, 1993.

2. Stephen B. Young y Josiah Lindstrom, Social Capital Achievement: 2009 Country Rankings, Caux Round Table, 2009. Disponible en: http://www.cauxroundtable.org/index.cfm?menuid=126.

3. José Miguel Cruz, “Social Capital in the Americas: Community Problem- Solving Participation”.
Lapop, Vanderbilt University, 2008. Disponible en: http://www.vanderbilt.edu/lapop/insights/I0805en.pdf.

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