SIMÓN GARCÍA 18/07/2013
La
oposición que comenzó con las primarias ha tomado la significación de una
proeza. En seis meses logró descontar una ventaja de 11 puntos y obligó al
Estado a desnudar su ventajismo
La ruta de buenos sucesos para la
oposición, que comenzó con las primarias, ha tomado la significación de una
proeza. En seis meses logró descontar una ventaja de 11 puntos, obligó al
Estado a desnudar su ventajismo y marcó con una acusación de ilegitimidad la
proclamación presidencial.
Esa sucinta descripción de
extraordinario desempeño frente a un Estado neototalitario, brinda suficientes
motivos para fundamentar el optimismo de la voluntad.
En la sociedad venezolana de hoy, al
margen de la predecisión que la CSJ no encuentra cómo justificar, existe una
cerrada lucha por la mayoría. Aunque no sea un dato inmutable, porque todavía
una parte de la población oscila entre ambos polos, las tendencias indican que
la disputa se está resolviendo a favor de las fuerzas democráticas de cambio.
Ganando el juego, la prioridad
consiste en preservar e incrementar las fuerzas para luchar mejor por ampliar
las ventajas. Pero las buenas rachas conllevan el riesgo de las malas apuestas.
La inestabilidad en el lado gubernamental,
reflejada en los desesperados esfuerzos para recuperarla, alienta el peligroso
espejismo de las salidas no democráticas. Un final indeseable que aceleraría la
caída de Venezuela en el peor de los mundos posibles.
Pero las tentaciones del diablo son
dulces. Gente que siente que se llegó al límite de lo admisible, quiere dejar
la razón a un lado y abortar resultados. Menospreciando la persistente
resistencia social al régimen, se lamentan o denuncian un supuesto conformismo
popular.
En su prisa levantan injustas y
ofensivas comparaciones con Brasil y Egipto con la consecuencia de restarle
pertinencia al camino que, paso a paso, estamos recorriendo y desacreditar el
potencial de éxito simbolizado en Capriles y en la MUD.
Venimos de regreso de nuestra plaza
Tahrir. Hace una década pudimos verificar, en medio de enormes movilizaciones
populares, que las insurgencias no se decretan.
También que las exaltaciones a tomar
el cielo por asalto conducen a laberintos sin salida, sencillamente porque
carecen de plan A.
No es que falten ganas o la suficiente
indignación para tomar la calle, sino que cuando crece un estallido social,
cotidiano y fragmentario, no se pueden manipular esas protestas para cambiar su
naturaleza reivindicativa por una elucubrada finalidad tumbagobierno. Las
causas no se entregan por impaciencia.
No hay ambigüedad posible respecto al
objetivo trascendente de una sociedad más justa y más libre que rompa con los
populismos democráticos o totalitarios ni sobre las variantes democráticas, no
exclusivamente electorales, disponibles para alcanzarla. Capriles y la MUD
expresan a la Venezuela que es posible conquistar por medios pacíficos y
constitucionales.
Es una aspiración problemática y que
requiere un examen crítico continuo. Exige un debate plural, que se nutra de
distintos puntos de vista que hagan más inteligente y eficaz a la estrategia
democrática. Una discusión que abarque asuntos disimiles, desde identificar los
aspectos en los cuales pueden tener razón los millones de seguidores del oficialismo
hasta los esfuerzos por dilucidar los contenidos y alcances de un nuevo
pensamiento progresista.
Se trata de formular y llevar a cabo
juntos una estrategia de acciones de largo aliento para llenar los requisitos
que el siglo XXI le pide a Venezuela para comenzar a ser un país viable. Y
hasta ahora, esa estrategia, es la que está en progreso con Capriles.
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