Américo Martín Jul 26th, 2013
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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I
La política es o puede ser
desconcertante cuando no se la aprecia bien. Como todo arte-ciencia tiene sus
leyes, inalcanzables para quienes desdeñan la experiencia universalmente
acumulada . ¿Por qué uno de los dictadores más inhumanos en la historia
reciente de América pudo ser derrotado electoralmente aprovechando sus propias,
arbitrarias y fraudulentas reglas? ¿Qué indujo a los experimentados partidos y
líderes de la Concertación chilena a
comprender la vital importancia de participar en unas elecciones tan
cuestionadas?
Con todo lo que con razón pueda
decirse de las reglas impuestas por el madurismo para las municipales del 8D,
siempre serán más graves las consagradas por la dictadura de Pinochet en Chile.
Y sin embargo, la oposición de aquella costilla territorial se decidió a
aceptar el reto en condiciones muy desiguales, y decretó a punta de votos la
muerte del sanguinario régimen.
La decisión de participar no fue fácil
ni unánime. Muchos la tildaron de cándida, come-flor, inocente. Otros hablaron
de “convalidación”. Con ese procedimiento –aseguraron sin pizca de duda- el
dictador quiere legitimarse, refrescar su imagen. Y al prestarse al juego, la
oposición colabora con él. De decir “colabora” a llamarla “colaboracionista” se
pasó tan rápido como un suspiro.
Por el lado extremista o extremoso, la
suspicacia fue algo más doctrinaria, si podemos llamarla así. El sistema
dictatorial sencillamente no aceptaría un resultado adverso. No pondría en
riesgo el modelo construido sobre tanta sangre, asedio y ruina de chilenos
inocentes. Ninguna clase social abandona sin lucha el escenario de su
dominación, afirmaban en tono libresco. Y en consecuencia el camino, el único
posible, sería el de la resistencia con la mirada puesta en la insurrección
armada.
Pero la Concertación consolidó su
unidad y, llena de convicciones, se tiró al ruedo. La jornada se condujo con
arte e inteligencia inigualables y, bueno, fue premiada con orejas y rabo.
Todos los argumentos en pro y contra de participar en unos comicios tan
manipulados como aquellos se sometieron a la prueba de la verdad. La verdad
está en los hechos.
II
Si la política fuera sencilla, no
habría sido necesaria la presencia en plan de conductores de gente como De
Gaulle, Churchill, Roosevelt, Lenin y antes Bonaparte, Metternich. En fin, la
lista es impresionante.
-
Póngame a escoger entre un ejército de ovejas dirigidas por un león y un
ejército de leones conducidos por una oveja, y preferiré el primero, dijo un
sabio.
Quienes de nuevo postulan la
abstención pese a los descalabros sufridos por la oposición cuando la intentó,
invocan un argumento que haría inútil la actividad política.
Hemos denunciado un fraude en la
batalla del 14 de abril, aseguran. Hemos prometido llegar hasta la Corte
celestial si fuera necesario, pero en actitud desconcertante estamos convocando
al pueblo a participar en la jornada del 8 de diciembre, con el mismo CNE, el
mismo gobierno falsario y sin siquiera esperar el agotamiento de la vía jurisdiccional
en Venezuela y el mundo
Lo primero es reconocer la sinceridad
y la lógica de semejante argumento. No es un razonamiento absurdo. Si repetimos
la misma política que fue objeto de un fraude,
no podemos esperar sino el mismo resultado. Y en consecuencia es
preferible no convalidar la maniobra oficialista, no darle carta de
legitimidad.
Pero a ese tipo de argumento se
sobrepone otro mil veces probado desde que los animales humanos comenzaron a
relacionarse políticamente. Las buenas razones ceden el puesto a las mejores
razones.
III
Partamos de lo asazmente demostrado.
La oposición venezolana ensayó la abstención. Como tal pareció obtener un buen
éxito. La ausencia de electores fue notable. Pero políticamente fue un
estruendoso fracaso, perfectamente mensurable por sus resultados. Se aspiraba
“deslegitimar” la Asamblea Nacional y fuera de un pequeño escándalo inicial, el
total abandono del Legislativo fortaleció la autocracia y debilitó y dividió a
los supuestos “vencedores”. La abstención se basa en la no acción y sobre la no
acción es imposible construir una fuerza que actúe, es decir, que desconozca su
naturaleza y haga exactamente lo contrario. La AN “deslegitimada” siguió
actuando y finalmente todos de hecho admiten sus facultades. La oposición a su
vez quedó menguada, dividida, sin unidad ni liderazgo. En esa ruinosa condición
nos dejó la pomposa abstención. Ante semejante evidencia, repetir tan
deshilachada fórmula sería un suicidio en fecha fija.
En cambio las sucesivas elecciones
marcaron el crecimiento incesante de la oposición y de su unidad y mando,
inversamente proporcionales al deterioro del caudal madurista.
El fraude del 14A no pudo ocultar
ambos procesos. Maduro, según el dócil CNE, ganó por menos del 2% perdiendo
cerca de un millón de votos, la misma suma afluyó hacia Capriles. El efecto
residual de la supuesta victoria de Maduro es dramático. Como el general
macedonio Pirro, otra “victoria” como esa y se queda sin seguidores. Si Maduro
retrocede desde la pírrica ventaja de la que se ufana, su movimiento
difícilmente sobrevivirá. Basta reflexionar sobre el sepulcro donde ha venido
sepultando a los venezolanos para pronosticarle un resultado más bien
desagradable.
En política la pelea debe darse
siempre. Nunca abstenerse. El silogismo lógico no vale con una lucha extendida
a cada pulgada de terreno, cuyos rasgos se precisan al calor del combate mismo.
El 8D será una oportunidad dorada para la oposición.
Pero, como dice el proverbio chino:
para caminar mil “li” debe darse un paso. Ese paso es votar, insistir,
perseverar y poner a prueba, después de tres devaluaciones, la viabilidad del
régimen más camorrero y deficiente que se conozca.
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