Luis Ochoa Terán 26 JULIO,
2013
El ingreso de la región
latinoamericana al Siglo XXI, ha sido intrascendente y pobre
políticamente, prácticamente hemos tenido una década perdida como consecuencia
a un liderazgo político dominado por la mediocridad y que no ha sabido ni
logrado insertarse en la modernidad de un mundo conceptual cambiante y
globalizado, mediatizado por intereses económicos subalternos
o intereses políticos propios que han maltrecho el Estado y
han distorsionado la concepción política y la grandeza del Estado-nación y
ello, ha traído como consecuencia, la pequeñez de la integración.
Sin lugar a duda los países
tienen intereses, pero esto no es excusa para doblegar la dignidad del Estado,
y es precisamente aquí donde nace la diferencia entre el empresario, el
político y el estadista. Los empresarios velan por los intereses económicos
propios que a su vez, generan desarrollo económico y social para el país. El
político debe establecer el equilibrio entre los intereses privados económicos,
el desarrollo económico y social y los intereses públicos. El
estadista, aparte de establecer los equilibrios sociales, económicos y
políticos del país proyecta internacionalmente una concepción
política de Estado que va más allá del interés del Estado-nación y
conceptualmente se proyecta insertándose en el bien común de la región y la
comunidad internacional que lo valora y trata de emular y adaptar a sus
peculiaridades.
En este sentido, el liderazgo
latinoamericano se ha mimetizado por corrientes ideológicas autoritarias y
cuando no, subalternado a intereses económicos de sus nacionales o a los
financiamientos a saco roto, menospreciando principios y objetivos políticos
que usufructúan pero egoístamente no proyectan por el facilismo de los
beneficios y el silencio de los principios. Es un liderazgo mezquino, ensimismado
e indolente frente a quienes adolecen lo que disfrutan. En este sentido, dos liderazgos nos
turban el espíritu y golpean nuestra conciencia democrática latinoamericana, un
Santos sometido a intereses económicos nacionales y una Bachelet
que marcada por el sufrimiento de las luchas política, desdeña quienes ahora lo
sufren como venganza a su propia tragedia. Este es el infortunio contra
la cual luchó y por lo cual murió el Libertador Simón Bolívar.
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