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viernes, 26 de julio de 2013

Esclavo de Dios: una película pacifista


Por Jesús María Aguirre sj, 10/07/2013

Aun cuando siempre un pequeño escándalo sirve para incrementar la taquilla, y así ha ocurrido en Venezuela con algunas películas como “El último tango”, “Ledezma: el caso Mamera”, “Manuel” o “La última tentación”, los riesgos económicos son grandes cuando debido a las presiones políticas y/o religiosas, las mismas son sacadas de la exhibición –Ledezma: el caso Mamera– o confinadas a la clasificación pecaminosa “D”  –Manuel–.

Solamente recuerdo el caso de una película sobre un tema político internacional, “La batalla de Argel” de Gillo Pontecorvo sobre la independencia de Argelia, que tuvo la desdicha de ser secuestrada en Caracas por la Disip cuando estaba a punto de exhibirse. La razón era que podía incitar a la violencia y a la legitimación de la guerrilla urbana. Eran otros tiempos. Hoy puede verla aquí.

Ante las diatribas surgidas en torno a la película Esclavo de Dios, e incitado por mi interés por el tratamiento del conflicto palestino-israelí y los sesgos antireligiosos denunciados, asistí el día de su estreno en el Centro Paraíso con poca gente.


Después de los trailers atronadores, salpicados de publicidad de comida chatarra, comenzó la exhibición del corto “Palestina y otros relatos”, que es un lamento de la opresión sufrida por una palestina, que actualmente vive en Venezuela y que revela a una mujer encomiable desde todo punto de vista. La factura del documental del grupo La Taguara Fílmica es del tipo “cine imperfecto”, pero su intención laudable.


Ya despejada la realidad con el lente oficial, y clarificado que los israelitas son los malos, por si el siguiente filme a exhibirse lo pusiera en duda, comenzamos a disfrutar de la película, que fuimos a ver con respeto y sin comer cotufas.
En conclusión, me encontré con una buena película, con excelente actuaciones, un montaje trepidante, políticamente pacifista y religiosamente antifundamentalista. Cuestiona todo tipo de maniqueísmo ideológico y el film confirma la declaración que hiciera el director a un periodista: “No creo que ningún Dios autorice a hacer muchas cosas…”. El leitmotiv permanente en el que se desenvuelve la trama de venganza bilateral entre los extremistas -el Mossad no queda legitimado en sus actuaciones- son los niños del entorno, los ciudadanos comunes y la posibilidad del reconocimiento mutuo y aun del perdón.
Por otra parte, no creo que el espectador común con sano juicio dé por sentado que Venezuela acoge sistemáticamente a terroristas, pues ni siquiera el terrorista de ficción es venezolano, como supuestamente lo era Carlos el Chacal en el film correspondiente, ni tampoco aparecen indicios de connivencia con mandos policiales o militares venezolanos.
Recordaba varios filmes situados en el marco del conflicto del Medio Oriente como “Intervención divina” de Elia Suleiman (2002), que denuncia a través de una historia de amor los controles del ejército israelí entre Jerusalén y la ciudad palestina de Ramallah; también “Oh Jerusalén” de Elie Chouraqui (2006), que recrea la creación del Estado de Israel, inspirado en el libro de Larry Collins y Dominique Lapierre (2006); y más próximamente  “La mujer que cantaba” de Denis Villeneuve sobre la obra teatral Wadji Mouawad (2011), que refleja las secuelas de un conflicto extenuante, en que una libanesa cristiana asesina en un acto de inmolación  al líder de la Falange Cristiana del Líbano.

Sobra decir que tras la exhibición de todas estas películas, a pesar de los equilibrios ideológicos que hicieron sus creadores con intenciones pacifistas, siempre se suscitó la discusión sobre los sesgos políticos, hecho natural en una cultura abierta a las interpretaciones en marco democrático, que respeta la pluralidad.
La novedad actual es que asistimos a una forma de pedagogía fílmica, que no consiste en adiestrar a los espectadores en la lectura del filme, sino en anteponer un corto o un mediometraje para contrarrestar el posible efecto nocivo de la recepción como si los espectadores fueran infantes.
Es decir, que si en televisión le avisan que este programa tendrá que ser visto con el acompañamiento de los papás o representantes, ahora en las salas de cine, para ahorrar el trabajo a los representantes y a los incultos, no solamente se clasificarán las películas como antes, sino que el papá Estado les orientará sobre cómo debe verse la película en cuestión.
Así que ya no hará falta un cura como en “Cinema-Paradiso” para interceptar unas imágenes pecaminosas, ni unos insertos sobre la imagen, señalando las mentiras sionistas e imperialistas según el funcionario de turno, sino que se equilibrará la exhibición de las películas con un contrapunto fílmico, que, según sea el caso, bien puede estar al comienzo, al medio, o quién sabe si al final, si los espectadores no se escabullen antes.
Por fin, reconociendo la cooperación familiar en la producción (José Ramón Novoa) y en el casting (Elia Schneider) sentimos que Joel Novoa con su dirección se destaca entre las mejores promesas de nuestro cine y es de agradecer que el CNAC haya colaborado parcialmente en la financiación del film, antes de este último exabrupto.


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