Por Jesús María
Aguirre sj, 10/07/2013
Aun cuando siempre un pequeño
escándalo sirve para incrementar la taquilla, y así ha ocurrido en Venezuela
con algunas películas como “El último tango”, “Ledezma: el caso Mamera”, “Manuel” o “La última tentación”, los riesgos económicos
son grandes cuando debido a las presiones políticas y/o religiosas, las mismas
son sacadas de la exhibición –Ledezma: el caso Mamera– o confinadas a la clasificación
pecaminosa “D” –Manuel–.
Solamente recuerdo el caso de una
película sobre un tema político internacional, “La batalla de
Argel” de Gillo Pontecorvo sobre la independencia de Argelia,
que tuvo la desdicha de ser secuestrada en Caracas por la Disip cuando estaba a
punto de exhibirse. La razón era que podía incitar a la violencia y a la
legitimación de la guerrilla urbana. Eran otros tiempos. Hoy puede verla aquí.
Ante las diatribas surgidas en
torno a la película Esclavo de
Dios, e incitado por mi interés por el tratamiento del
conflicto palestino-israelí y los sesgos antireligiosos denunciados, asistí el
día de su estreno en el Centro Paraíso con poca gente.
Ya despejada la realidad con el lente oficial, y clarificado que los israelitas son los malos, por si el siguiente filme a exhibirse lo pusiera en duda, comenzamos a disfrutar de la película, que fuimos a ver con respeto y sin comer cotufas.
En
conclusión, me encontré con una buena película, con excelente actuaciones, un
montaje trepidante, políticamente pacifista y religiosamente
antifundamentalista. Cuestiona todo tipo de maniqueísmo ideológico y el film
confirma la declaración que hiciera el director a un periodista: “No creo que
ningún Dios autorice a hacer muchas cosas…”. El leitmotiv permanente en el que
se desenvuelve la trama de venganza bilateral entre los extremistas -el Mossad
no queda legitimado en sus actuaciones- son los niños del entorno, los
ciudadanos comunes y la posibilidad del reconocimiento mutuo y aun del perdón.
Por otra parte, no creo que el
espectador común con sano juicio dé por sentado que Venezuela acoge
sistemáticamente a terroristas, pues ni siquiera el terrorista de ficción es
venezolano, como supuestamente lo era Carlos el Chacal
en el film correspondiente, ni tampoco aparecen
indicios de connivencia con mandos policiales o militares venezolanos.
Recordaba varios filmes situados
en el marco del conflicto del Medio Oriente como “Intervención
divina” de Elia Suleiman (2002), que denuncia a través de una
historia de amor los controles del ejército israelí entre Jerusalén y la ciudad
palestina de Ramallah; también “Oh Jerusalén”
de Elie Chouraqui (2006), que recrea la creación del Estado
de Israel, inspirado en el libro de Larry Collins y Dominique Lapierre (2006);
y más próximamente “La mujer que
cantaba” de Denis Villeneuve sobre la obra teatral Wadji Mouawad
(2011), que refleja las secuelas de un conflicto extenuante, en que una
libanesa cristiana asesina en un acto de inmolación al líder de la
Falange Cristiana del Líbano.
Sobra decir
que tras la exhibición de todas estas películas, a pesar de los equilibrios
ideológicos que hicieron sus creadores con intenciones pacifistas, siempre se
suscitó la discusión sobre los sesgos políticos, hecho natural en una cultura
abierta a las interpretaciones en marco democrático, que respeta la pluralidad.
La novedad
actual es que asistimos a una forma de pedagogía fílmica, que no consiste en
adiestrar a los espectadores en la lectura del filme, sino en anteponer un
corto o un mediometraje para contrarrestar el posible efecto nocivo de la
recepción como si los espectadores fueran infantes.
Es decir, que si en televisión le
avisan que este programa tendrá que ser
visto con el acompañamiento de los papás o representantes, ahora en
las salas de cine, para ahorrar el trabajo a los representantes y a los
incultos, no solamente se clasificarán las películas como antes, sino que el
papá Estado les orientará sobre cómo debe verse la película en cuestión.
Así que ya
no hará falta un cura como en “Cinema-Paradiso” para interceptar unas imágenes
pecaminosas, ni unos insertos sobre la imagen, señalando las mentiras sionistas
e imperialistas según el funcionario de turno, sino que se equilibrará la
exhibición de las películas con un contrapunto fílmico, que, según sea el caso,
bien puede estar al comienzo, al medio, o quién sabe si al final, si los espectadores
no se escabullen antes.
Por fin,
reconociendo la cooperación familiar en la producción (José Ramón Novoa) y en
el casting (Elia Schneider) sentimos que Joel Novoa con su dirección se destaca
entre las mejores promesas de nuestro cine y es de agradecer que el CNAC haya
colaborado parcialmente en la financiación del film, antes de este último
exabrupto.
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