Fernando Mires 19 de julio
de 2013
Pasó lo que tenía que pasar. Hubo un
no-encuentro con Michelle Bachelet, un semi-encuentro con Piñera y un encuentro con Carolina Tohá,
este último dedicado a conversar sobre un tema que ni a Capriles ni a Tohá
interesaba en esos momentos, el de la descentralización administrativa
(¡!). Fotos, discursos de cortesía, entrevistas (ninguna importante), encuentro
con alguna momia del viejo pasado, y las consabidas demostraciones públicas de
la izquierda rabiosa, la misma turba que vociferaba siguiendo el mandato de la
dictadura cubana en los países que visitó la disidente Yoani Sánchez, esta vez
en contra del “espía de la CIA, el neoliberal, el asesino, el cerdo Capriles”.
Quizás lo más importante de la
intempestiva visita fue el no-encuentro de Capriles con Bachelet, hecho que ha
despertado el mal del cólera entre quienes imaginan que la política, como suele
ocurrir en la vida privada, se rige por sentimientos de amor y de odio.
Afortunadamente no es así, y eso lo experimentó muy fuerte Cristina Fernández
cuando su vecino Pepe Mujica se refirió a ella, en privado, como a "la
vieja". Mas, quien entienda un milímetro de política sabe que todas esas
cosas no cuentan. En política solo cuentan proyectos e intereses cuando están
orientados hacia ese punto omega sin el cual la política no existiría: El punto
del poder. En política como en la guerra -lo he dicho siempre- no hay amistades,
o solo amistades políticas y esas no tienen nada que ver con las amistades
entre amigos.
Las amistades políticas son
ocasionales e instrumentales y suelen aparecer cuando dos o más bandos se unen
en contra de otro. Para decirlo con un ejemplo histórico, Churchill y Stalin
fueron amigos políticos hasta que vencieron al monstruo alemán. Después de ese
acto de salvación, ambos volvieron a ser lo que habían sido siempre: enemigos a
muerte.
Por supuesto, un encuentro Bachelet-
Capriles habría sido fabuloso para Capriles. Pero no para Bachelet. A la vez,
un encuentro oficial de alto rango entre Capriles y Piñera habría sido -si Piñera fuera el gran político que no es-
excelente para Piñera
y malo para Capriles. Dos afirmaciones que deberé fundamentar.
El encuentro con Bachelet habría sido
fabuloso para Capriles no solo porque le habría permitido sintonizar con la
futura presidenta, sino porque habría roto con la imagen del candidato de
ultraderecha, neoliberal y reaccionario que busca exportar el post-chavismo
madurista. Es decir, para Capriles -un socialdemócrata como Bachelet- habría
tenido un gran significado simbólico. No obstante, ese mismo encuentro habría
sido negativo para Bachelet pues su objetivo del momento era unificar lo que
solo ella y nadie más puede unificar: una estofado donde hay un sector político
muy decente y moderado, socialistas que viran para allá o para acá, comunistas
siempre amigos de dictaduras extranjeras, hasta llegar a un lumpenaje
chavista-navarrista ya enquistado en el futuro gobierno. En fin, una reunión
con Capriles habría revuelto las aguas justo en los momentos en que Bachelet,
por conveniencia electoral, intentaba apaciguarlas.
En cualquier caso la negativa a
recibir a Capriles fue el anticipo de lo que será el próximo gobierno de
Bachelet. La pobre señora pasará cuatro años de su vida haciendo piruetas para
que Nueva Mayoría no se convierta en nueva minoría y así no va a tener tiempo
para gobernar a nadie. Segundas partes –no sé si Bachelet leyó el Quijote-
nunca fueron buenas: ni en la literatura ni en la política.
Un encuentro de alto rango en la misma Moneda, habría sido, sin embargo, muy bueno para Piñera. Justo en los momentos en que la coalición de la derecha se muestra sin programa, sin ideas, sin candidatos, sin nada, Piñera habría podido perfilarse en los últimos tramos que restan a su gobierno, como un estadista que rinde culto a los derechos humanos en contra del fraude electoral venezolano, o como un amigo de la democracia y enemigo de toda autocracia. Afortunadamente para Capriles, Piñera tiene menos luces que las ciudades venezolanas.
Un encuentro de alto rango en la misma Moneda, habría sido, sin embargo, muy bueno para Piñera. Justo en los momentos en que la coalición de la derecha se muestra sin programa, sin ideas, sin candidatos, sin nada, Piñera habría podido perfilarse en los últimos tramos que restan a su gobierno, como un estadista que rinde culto a los derechos humanos en contra del fraude electoral venezolano, o como un amigo de la democracia y enemigo de toda autocracia. Afortunadamente para Capriles, Piñera tiene menos luces que las ciudades venezolanas.
¿Por qué afortunadamente? Porque un
encuentro de alto rango con Piñera
habría permitido a la autocracia post-chavista mostrar a Capriles en estrecha
alianza con uno de los los representantes más dilectos de la "derecha
imperialista, neoliberal y fascista", es decir, precisamente la imagen
electoral que Maduro requiere para que Capriles no siga atrayendo más chavistas
hacia el campo democrático. No olvidemos que en política el símbolo es siempre
más importante que el objeto simbolizado.
Así miradas las cosas, el encuentro más importante de Capriles en Chile fue el que tuvo con la alcaldesa Carolina Tohá, aunque ambos se hayan aburrido hasta el infinito.
Así miradas las cosas, el encuentro más importante de Capriles en Chile fue el que tuvo con la alcaldesa Carolina Tohá, aunque ambos se hayan aburrido hasta el infinito.
Ahora bien, si dejamos de lado a
quienes injurian a los políticos que han desairado a Capriles y están
dispuestos a recibir con grandes honores a Maduro, como lo hizo el argentino
Papa, tenemos que abordar un tema ineludible, y es el siguiente: Maduro, nos
guste o no, es reconocido internacionalmente, incluso por los EE UU, como el
presidente de hecho de Venezuela.
Presidente de hecho no quiere decir
presidente de derecho y probablemente todos los presidentes del mundo,
incluidos Humala y Peña Nieto,
saben que Maduro faltó al derecho al haberse nombrado presidente impidiendo un
recuento honesto (cuadernos en mano) de la votación. Pero esa diferencia,
reitero, no cuenta en política internacional. Para poner un ejemplo, cuando
gobiernos del mundo occidental reciben al mandatario chino, no se preocupan si
éste cuenta o no con la legitimidad constitucional. O cuando Gadafi era
recibido con los más grandes honores que se le puede dispensar a un mandatario,
nadie pensaba que ese asesino era un gran demócrata. Pero sí era el presidente
de hecho de una república petrolera de hecho. Por supuesto, sería ideal que los
presidentes de hecho fueran además presidentes de derecho. Mas, hay que
convenir que el mundo en el cual vivimos es desde un punto de vista político
más salvaje que el que deseamos. Y por el momento no hay otro. Con ese mundo
tendrá que contar Capriles. El aprendizaje, creo, ha sido duro.
Mas, quien sabe si llegará el día,
cuando Capriles sea presidente (y lo será, se lo firmo) una señora chilena con poco poder de hecho
llamada Bachelet, le pedirá una entrevista. Entonces Henrique mirará en su
agenda, y recordando el pasado, se la otorgará con todos los honores que él una
vez, sin contar con el poder de hecho pero sí con el de derecho, también se
merecía.
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