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domingo, 14 de julio de 2013

El conflicto del diálogo


Por Vladimiro Mujica, 11/07/2013

El estudio de los procesos de resolución pacífica de conflictos ha emergido en los últimos años como un área fundamental de los estudios internacionales. Muchos elementos conceptuales son comunes al ámbito de la psicología, la sociología y la psiquiatría, pero es evidente que cuando se trata de conflictos sociales y políticos que involucran a veces países, razas y culturas distintas, la complejidad se incrementa considerablemente. La posibilidad ominosa de guerras y violencia como alternativas a la resolución de conflictos le confiere una relevancia especial al tema en un escenario internacional tan complejo y cargado de tensiones como el que vivimos.

Los conflictos internos de un país pueden llegar a ser especialmente intratables y desgarradores. El uso de la polarización como elemento de control político es tan viejo como la política misma. La diferenciación, y su caso extremo que es la creación de un adversario real o ficticio, han estado en la génesis de algunos de los conflictos más horrendos de la historia como los asociados al nazismo y al nacionalismo hutu en Rwanda. El caso de Venezuela está por supuesto muy alejado de estas situaciones extremas, pero algunos de sus elementos son profundamente preocupantes.

La cosmogonía del chavismo es patéticamente simple y aterradoramente efectiva. Un ejemplo es el tratamiento del mestizaje y la creación del conflicto racial. Según el discurso brutal y simplista de la revolución, en los comienzos la gente era buena, los indios y los negros vivían en paz a su respectivo lado del océano Atlántico. Vinieron entonces los conquistadores malos europeos, le arrebataron las tierras a los indios, esclavizaron a los negros, los trajeron a nuestras tierras y crearon un reino de desigualdades destinados a alimentar al imperio español. Fin del relato. Cuesta creerlo, pero de esta fábula de distorsión profunda de nuestra historia se nutren iniciativas destructoras de la identidad nacional como el movimiento afrovenezolano. Quienes se afilian a este tipo de verdades construidas y atrabiliarias disfrutan del parnaso del poder, mientras que quienes quieren comprender nuestra historia basados en un análisis científico y con solidez conceptual son descartados como traidores a la revolución. Si se quisieran hacer las cosas bien se estudiaría a profundidad nuestra historia y se enseñaría en las escuelas de dónde venimos y como se formó nuestra nacionalidad.

Nosotros no somos ni indios, ni negros ni españoles, somos esa identidad emergente que llamamos venezolanos.

El ejemplo viene a colación porque buena parte de los conflictos que en este momento impiden el funcionamiento de Venezuela como país moderno tienen como raíz convergente la manipulación de la historia y los conceptos para construir conflictos artificiales y dividir a la gente. No importa si estamos hablando de la división entre oligarcas y revolucionarios, o entre pobres y ricos, o entre universidades del pueblo y universidades del partido o entre venezolanos afroindios y venezolanos blanquitos. El propósito y los objetivos son los mismos: que la oligarquía chavista se perpetué en el poder.

Los estudiosos de los procesos de resolución de conflictos hacen énfasis en la importancia fundamental del diálogo entre las partes para la superación de los desencuentros. Tenemos la responsabilidad de atender a los llamados a dialogar que se escuchan últimamente desde el gobierno. El país no puede funcionar sin que se reencuentren sus partes. El problema de fondo es que la reconciliación del país es entendida por un sector ultramontano del chavismo como la derrota última de la revolución en la medida en que ésta pasa por imponer un proyecto de pensamiento único a un país que se resiste tercamente a aceptarlo.

Por eso la participación en el diálogo propiciado desde el gobierno, que tiene la responsabilidad esencial en crear estos espacios, no puede ser desprevenida ni bobalicona porque estamos en presencia de gente que no cree en la democracia y que ha dado muestras inequívocas de que cuando abre espacios de diálogo es para recuperarse de una debilidad que juzgan transitoria, para desactivar situaciones que evalúan como peligrosas. Así pues, como reza el adagio español: A Dios rezando y con el mazo dando. O dicho de otra manera: Bienvenido el diálogo pero hay que seguir avanzando en construir una fuerza democrática alternativa que se oponga al autoritarismo chavista.



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