Por Vladimiro Mujica, 11/07/2013
El estudio de los procesos de resolución
pacífica de conflictos ha emergido en los últimos años como un área fundamental
de los estudios internacionales. Muchos elementos conceptuales son comunes al
ámbito de la psicología, la sociología y la psiquiatría, pero es evidente que
cuando se trata de conflictos sociales y políticos que involucran a veces
países, razas y culturas distintas, la complejidad se incrementa
considerablemente. La posibilidad ominosa de guerras y violencia como
alternativas a la resolución de conflictos le confiere una relevancia especial
al tema en un escenario internacional tan complejo y cargado de tensiones como
el que vivimos.
Los conflictos internos de un país pueden
llegar a ser especialmente intratables y desgarradores. El uso de la
polarización como elemento de control político es tan viejo como la política
misma. La diferenciación, y su caso extremo que es la creación de un adversario
real o ficticio, han estado en la génesis de algunos de los conflictos más
horrendos de la historia como los asociados al nazismo y al nacionalismo hutu
en Rwanda. El caso de Venezuela está por supuesto muy alejado de estas
situaciones extremas, pero algunos de sus elementos son profundamente
preocupantes.
La cosmogonía del chavismo es patéticamente
simple y aterradoramente efectiva. Un ejemplo es el tratamiento del mestizaje y
la creación del conflicto racial. Según el discurso brutal y simplista de la
revolución, en los comienzos la gente era buena, los indios y los negros vivían
en paz a su respectivo lado del océano Atlántico. Vinieron entonces los
conquistadores malos europeos, le arrebataron las tierras a los indios,
esclavizaron a los negros, los trajeron a nuestras tierras y crearon un reino
de desigualdades destinados a alimentar al imperio español. Fin del relato.
Cuesta creerlo, pero de esta fábula de distorsión profunda de nuestra historia
se nutren iniciativas destructoras de la identidad nacional como el movimiento
afrovenezolano. Quienes se afilian a este tipo de verdades construidas y
atrabiliarias disfrutan del parnaso del poder, mientras que quienes quieren
comprender nuestra historia basados en un análisis científico y con solidez
conceptual son descartados como traidores a la revolución. Si se quisieran
hacer las cosas bien se estudiaría a profundidad nuestra historia y se
enseñaría en las escuelas de dónde venimos y como se formó nuestra nacionalidad.
Nosotros no somos ni indios, ni negros ni
españoles, somos esa identidad emergente que llamamos venezolanos.
El ejemplo viene a colación porque buena
parte de los conflictos que en este momento impiden el funcionamiento de
Venezuela como país moderno tienen como raíz convergente la manipulación de la
historia y los conceptos para construir conflictos artificiales y dividir a la
gente. No importa si estamos hablando de la división entre oligarcas y
revolucionarios, o entre pobres y ricos, o entre universidades del pueblo y
universidades del partido o entre venezolanos afroindios y venezolanos
blanquitos. El propósito y los objetivos son los mismos: que la oligarquía
chavista se perpetué en el poder.
Los estudiosos de los procesos de resolución
de conflictos hacen énfasis en la importancia fundamental del diálogo entre las
partes para la superación de los desencuentros. Tenemos la responsabilidad de
atender a los llamados a dialogar que se escuchan últimamente desde el
gobierno. El país no puede funcionar sin que se reencuentren sus partes. El
problema de fondo es que la reconciliación del país es entendida por un sector
ultramontano del chavismo como la derrota última de la revolución en la medida
en que ésta pasa por imponer un proyecto de pensamiento único a un país que se
resiste tercamente a aceptarlo.
Por eso la participación en el diálogo
propiciado desde el gobierno, que tiene la responsabilidad esencial en crear
estos espacios, no puede ser desprevenida ni bobalicona porque estamos en
presencia de gente que no cree en la democracia y que ha dado muestras
inequívocas de que cuando abre espacios de diálogo es para recuperarse de una debilidad
que juzgan transitoria, para desactivar situaciones que evalúan como
peligrosas. Así pues, como reza el adagio español: A Dios rezando y con el mazo
dando. O dicho de otra manera: Bienvenido el diálogo pero hay que seguir
avanzando en construir una fuerza democrática alternativa que se oponga al
autoritarismo chavista.
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