Enrique Ochoa Antich 15
JULIO, 2013
…y del frío, como en la novela de John
le Carré.
Que los gobiernos, todos y desde
siempre, practican la grotesca práctica del espionaje, hacia adentro y hacia
afuera de sus países, a sus enemigos, a sus amigos, e incluso a sus propios
pueblos, es cosa sabida. Lo que Snowden ha puesto en evidencia no es lo que
todos conocemos sino la dimensión masiva, indiscriminada y planetaria, en
tiempos de globalización, del espionaje imperial. Al igual que en los estados
policiales (los comunismos de todo pelaje, por ejemplo), se exceden los límites
socialmente tolerables, según algunos politólogos estadounidenses dicen de la
corrupción en su país. Lo que revela “La vida de los otros”, la película tan
referida por comentaristas y analistas en estos días, es justamente eso: el
exceso inaceptable por parte de la Stasi en la Alemania comunista.
Pero el espionaje es un oficio
socialmente aceptado en otros contextos. Una guerra, por ejemplo, legitima el
derecho de cada país a espiar a sus enemigos. Las leyes (yo mismo propuse algún
proyecto en este sentido en el Congreso de los años 80 del siglo pasado) pueden
y deben reglamentar las intervenciones de las comunicaciones personales (más
ahora cuando las nuevas tecnologías las han masificado, haciéndolo también con
la posibilidad de “pincharlas”, como se dice en la jerga). Si usted, gobierno,
sabe o presume que en determinada residencia ha de conspirarse contra el
régimen político imperante planeando un golpe de Estado, puede solicitar, de
acuerdo a esta reglamentación legal que comentamos, la autorización de un juez
para procurar escuchar lo que allí se converse, y en presencia de un Fiscal
grabar aquello y sólo aquello que sea de interés para la causa en cuestión. El
contenido de esa conversación podrá ventilarse en el juicio que se les siga a
los implicados, si fuese el caso. Grave y deplorable sí que esa grabación pueda
ser expuesta a la opinión pública como arma política.
Las denuncias de Snowden, elocuentes y
suficientemente comprobadas, han revelado cuánta arrogancia cabe en los
imperios. Por una parte, que Estados Unidos se crea en el derecho -sólo basado
en su fuerza- de espiar incluso a los gobiernos amigos en todas partes del
globo terráqueo, confirmando que son, o que creen ser, amos del mundo. Y por la
otra, que crean, el imperio norteamericano y los ex-imperios europeos (éstos
más ridículos y patéticos), que pueden dictarle a todos los países los términos
en que se ejecutan derechos universalmente consagrados como el asilo. El
episodio del avión de Evo es una buena muestra de esto que decimos: la
inaceptable prohibición de sobrevolar los espacios aéreos de la Europa
occidental, por no decir la insolente solicitud del embajador español en
Austria al demandar que el avión presidencial boliviano fuese requisado por sus
funcionarios, puso en evidencia los reflejos condicionados por antiguas
nostalgias imperiales.
Por cierto, convendría que las
alternativas que se dicen democráticas y nacionalistas aprovecharan ocasiones
como ésta (pintadas calvas, según el dicho) para tomar distancia de aquellos
grupos que las celebran pues propician salidas militares que incluyan la
tutoría del imperio.
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