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miércoles, 17 de julio de 2013

El espía que vino del imperio…

Enrique Ochoa Antich 15 JULIO, 2013

…y del frío, como en la novela de John le Carré.

Que los gobiernos, todos y desde siempre, practican la grotesca práctica del espionaje, hacia adentro y hacia afuera de sus países, a sus enemigos, a sus amigos, e incluso a sus propios pueblos, es cosa sabida. Lo que Snowden ha puesto en evidencia no es lo que todos conocemos sino la dimensión masiva, indiscriminada y planetaria, en tiempos de globalización, del espionaje imperial. Al igual que en los estados policiales (los comunismos de todo pelaje, por ejemplo), se exceden los límites socialmente tolerables, según algunos politólogos estadounidenses dicen de la corrupción en su país. Lo que revela “La vida de los otros”, la película tan referida por comentaristas y analistas en estos días, es justamente eso: el exceso inaceptable por parte de la Stasi en la Alemania comunista.

Pero el espionaje es un oficio socialmente aceptado en otros contextos. Una guerra, por ejemplo, legitima el derecho de cada país a espiar a sus enemigos. Las leyes (yo mismo propuse algún proyecto en este sentido en el Congreso de los años 80 del siglo pasado) pueden y deben reglamentar las intervenciones de las comunicaciones personales (más ahora cuando las nuevas tecnologías las han masificado, haciéndolo también con la posibilidad de “pincharlas”, como se dice en la jerga). Si usted, gobierno, sabe o presume que en determinada residencia ha de conspirarse contra el régimen político imperante planeando un golpe de Estado, puede solicitar, de acuerdo a esta reglamentación legal que comentamos, la autorización de un juez para procurar escuchar lo que allí se converse, y en presencia de un Fiscal grabar aquello y sólo aquello que sea de interés para la causa en cuestión. El contenido de esa conversación podrá ventilarse en el juicio que se les siga a los implicados, si fuese el caso. Grave y deplorable sí que esa grabación pueda ser expuesta a la opinión pública como arma política.

Las denuncias de Snowden, elocuentes y suficientemente comprobadas, han revelado cuánta arrogancia cabe en los imperios. Por una parte, que Estados Unidos se crea en el derecho -sólo basado en su fuerza- de espiar incluso a los gobiernos amigos en todas partes del globo terráqueo, confirmando que son, o que creen ser, amos del mundo. Y por la otra, que crean, el imperio norteamericano y los ex-imperios europeos (éstos más ridículos y patéticos), que pueden dictarle a todos los países los términos en que se ejecutan derechos universalmente consagrados como el asilo. El episodio del avión de Evo es una buena muestra de esto que decimos: la inaceptable prohibición de sobrevolar los espacios aéreos de la Europa occidental, por no decir la insolente solicitud del embajador español en Austria al demandar que el avión presidencial boliviano fuese requisado por sus funcionarios, puso en evidencia los reflejos condicionados por antiguas nostalgias imperiales.

Por cierto, convendría que las alternativas que se dicen democráticas y nacionalistas aprovecharan ocasiones como ésta (pintadas calvas, según el dicho) para tomar distancia de aquellos grupos que las celebran pues propician salidas militares que incluyan la tutoría del imperio.


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