ANDRÉS OPPENHEIMER 14 JUL
2013
A la larga, las
protestas, la presión y la paciencia son una mejor solución que el poder
militar
El sorprendente apoyo al golpe militar
de Egipto en algunos círculos políticos de Estados Unidos, Europa y Oriente
Medio podría ser un mal precedente para Latinoamérica: podría ayudar a
legitimar una vez más la idea de que hay golpes militares “buenos”. Es difícil
no llegar a esa conclusión después de ver a políticos como el presidente de la
Cámara de Representantes de Estados Unidos, el republicano John Boehner, y a
diarios como The Wall Street Journal aplaudiendo el golpe del 3 de julio que
derrocó al presidente de Egipto, Mohamed Morsi, o al ver que el Gobierno del
presidente Obama —si bien expresa su “preocupación” por los hechos— hace
piruetas retóricas para evitar describir como un golpe lo ocurrido en Egipto.
Y es difícil no temer un nuevo
retroceso de la defensa colectiva de la democracia en todo el mundo después de
ver que Arabia Saudí, Kuwait y Emiratos Árabes Unidos celebraron el golpe y
prometieron al nuevo Gobierno de Egipto 10.000 millones de euros en ayuda
económica.
Poco después del golpe, el presidente
de la Cámara de Representantes, declaró que el Ejército egipcio es “una de las
instituciones más respetadas” de ese país, y que “sus militares, en nombre de
los ciudadanos, hicieron lo que debían hacer al reemplazar al presidente”.
En su editorial del 4 de julio, The
Wall Street Journal llegó al extremo de decir que “los egipcios serán
afortunados si sus nuevos generales gobernantes siguieran el ejemplo del
chileno Augusto Pinochet, quien asumió el poder en medio del caos, pero reclutó
a reformistas partidarios del libre mercado y generó una transición hacia la
democracia”.
Muchos partidarios del golpe de Egipto
señalan que el propio Morsi había violado las reglas democráticas imponiendo a
todos los egipcios la voluntad de su movimiento, los Hermanos Musulmanes,
convirtiéndose así en un autócrata electo, de manera muy similar a lo que
ocurrió en Venezuela con el presidente Hugo Chávez.
Tras ser elegido en 2012, Morsi trató
de imponer a todos los egipcios reglas islámicas fundamentalistas, permitió la
persecución de los cristianos coptos y de los musulmanes chiíes, y trató de
asumir poderes absolutos. Y encima de todo eso, su incompetencia administrativa
hundió aún más en el caos la economía de Egipto.
Los defensores del golpe también
argumentan que fue un golpe “popular”. En efecto, millones de egipcios habían
salido a las calles para pedir la destitución de Morsi. Y los partidarios del
golpe en Egipto rechazan el argumento de que la destitución de Morsi podría
ayudar a legitimar los golpes militares en todo el mundo. Dicen que la última
oleada de glorificación de los golpes militares en Latinoamérica ya había
comenzado hace más de una década gracias a Chávez, en Venezuela.
Efectivamente, Chávez, un exmilitar
golpista, tras ganar su primera elección en 1998 convirtió en fiesta nacional
la fecha de su fallido golpe militar del 4 de febrero de 1992. La fecha se
celebra hasta el día de hoy con desfiles militares en Venezuela.
Mi opinión: Salvo en casos de
genocidios (estoy pensando en la Alemania de Adolfo Hitler) no hay tal cosa
como un golpe militar “bueno” contra un presidente electo. Por malo que este
último sea, los generales que asumen el poder se convierten en dictadores,
violan los derechos humanos, y convierten en víctimas a los líderes depuestos,
cuyos partidarios tarde o temprano terminan regresando al poder.
Eso ocurrió con diferentes variantes
tras los golpes militares de Pinochet en Chile, y de los generales en Argentina
y Brasil en la década de 1970. Y es probable que lo mismo ocurra en Egipto,
especialmente después de la muerte de 51 militantes islámicos esta semana. Eso
creará nuevos “mártires” y le dará a los Hermanos Musulmanes de Morsi una causa
que pronto eclipsará los recuerdos de lo malo que fue su Gobierno. Entonces,
¿qué habrá que hacer con los presidentes democráticamente electos que abusan de
sus poderes? No hay una respuesta fácil, pero la menos mala a largo plazo
probablemente sea enfrentar a los dictadores electos con la regla de las tres
P: protestas, presión y paciencia.
La oposición de Egipto debería haberse
unido para ganar las elecciones parlamentarias en octubre, y las elecciones
presidenciales dentro de tres años. Morsi hubiera tenido que dar marcha atrás
en su autoritarismo o convertirse en un dictador mucho más represivo, y menos
tolerable para el resto del mundo. En cualquiera de ambos casos, le hubiera
sido difícil aferrarse indefinidamente al poder.
Ya sé, no es fácil pedirle paciencia a
los pueblos que viven bajo gobernantes desastrosos. Pero a la larga, las
protestas, la presión y la paciencia son una mejor solución que los golpes
militares para impedir un baño de sangre, y el eventual retorno de los malos
gobernantes derrocados.
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