Américo Martín el Jul 19th,
2013
@AmericoMartin
I
¡Las calles son del pueblo! gritaba la
izquierda en la dura y conflictiva década de los años 1960. ¡No de la policía!,
remataba, para completar el obsesivo estribillo. Con el tiempo, los términos se
han hecho difusos. El contenido del vocablo “izquierda” se fue difuminando
después de la caída del Muro de Berlín y consiguiente del sistema soviético.
Con la muerte del marxismo-leninismo y de las otrora ideologías “duras” y con
la desaparición de la referencia material socialista, no pareció claro el
significado del concepto “izquierda”.
Pero si algo caracteriza al movimiento
iniciado por el presidente Chávez, seguido hasta el cansancio o la
extremaunción por el sucesor Maduro, es el intento de cubrir su vacío de
identidad ideológica y política, su desoladora falta de respuestas, apelando a
los remoquetes de la izquierda leninista, propios de la guerra fría y del mundo
bipolar. No sólo hicieron esa recolección de fósiles sino que trataron de
reeditar su simbología. El Che, Fidel, Mao, Marx volvieron a ser punta de
lanza, acompañados patéticamente con nombres de autores estridentes de la
postmodernidad, dejando todo en la vaguedad. El resultado es abrumador: los
dirigentes del PSUV solo toman del socialismo sus expresiones más
sostenidamente fracasadas como las estatizaciones “ideológicas”, y el
archimillonario intento de crear un sector económico autosustentado, inspirado
más en la llamada “solidaridad” y nunca en el despreciado “lucro”.
Y el resultado está a la vista. Las
grandes empresas básicas de Guayana se hundieron una a una después de
completarse la operación de estatizarlas. La misma industria petrolera, que
debido a su rendimiento es inimaginable su quiebra, ha sido menoscabada
financiera y físicamente por este brutal socialismo, incluyendo el colapso de
sus refinerías.
Pero lo más escandaloso –sobre todo
porque los líderes de la sedicente revolución ni se dan por aludidos- es la
masiva destrucción de la capacidad productiva industrial y agrícola, al extremo
de hacer de la promisoria Venezuela una triste economía de puertos más
dependiente que nunca de las potencias industriales que tanto insultan.
II
La revolución ha hecho de Venezuela
eso: una nación endeudada hasta la médula pese al sostenido mercado petrolero
en alza; un déficit fiscal abrumador fuente de la perversión de su moneda; una
economía real decreciente abandonada por los inversionistas y plagada de
ensayos autogestionarios fallidos. En fin: un país entristecido e intimidado
por el sombrío futuro que tiene frente a su nariz.
No es tontería ocupar el primer lugar
hemisférico en inflación, protestas sociales, desabastecimiento, inseguridad ciudadana.
Tampoco lo es el visible deterioro de las milagrosas misiones que con gastos
elevadísimos e incontrolados aliviaron la condición popular, ni el estallido
otra vez del drama de la vivienda y las manifestaciones dirigidas a
reclamarlas.
Tal como lo advierten reputados
Observatorios internacionales e instituciones de la calidad de PROVEA, las
reclamaciones sociales han sido durante más de cinco años consecutivos las más
numerosas del continente: hablo del inmenso territorio americano, desde Canadá
hasta la Patagonia, pasando por países socialmente estremecidos como Brasil.
¿Qué hace el zarandeado gobierno de
Maduro frente a una situación que no entiende ni puede manejar?
Su retórica desde la presidencia es
deplorable. Trató de agitar ¡otra vez Señor! los fantasmas del magnicidio, el
sabotaje, el golpe y la invasión de los marines. Pero eso, por supuesto, fue
cayendo en desuso. Nada que se monte en las nubes dejará de ser nebuloso.
Lo veo ahora aferrándose
desesperadamente al fallecido líder. Acusa a la alternativa democrática de
“empañar” el nombre de Chávez. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cuándo? No hay respuesta. Como
durante la antigua Inquisición a Maduro, Ortega, Diosdado y sus entornos les
basta acusar para que se activen las aprehensiones. Nadie escucha a los acusados,
no se muestran indicios ni menos pruebas, nunca se concretan los procesos
judiciales pero el gobierno insiste, seguramente para que la gente no mire bien
lo que le estalla a la vista: la ominosa decadencia de su condición de vida.
III
De Chávez, Maduro aprendió una fórmula
seguramente emanada de los cuarteles. No hay mejor defensa que el ataque.
Acusa, acusa, acusa siempre para contrabalancear las fundadas acusaciones
contra ti. Refúgiate en causas vagas y ninguna mejor que la de los Padres de la
Patria porque ya no pueden protestar el abuso de sus ilustres nombres. Momifica
el recuerdo del caudillo y sostenlo en su caballo para que combata por ti.
Cuando te refieras a tus rivales de la oposición insúltalos, degrádalos,
rechaza el civilizado diálogo. Una opinión saturada de gritos agresivos no oirá
razones o argumentos.
Semejantes métodos chocan abiertamente
con la realidad. Todos los días las calles se pueblan de gente protestando. Las
quejas se generalizan. Pobladores, trabajadores, estudiantes, profesionales,
agricultores, periodistas. Es una lava enardecida que no se conforma con
aburridas promesas.
Como los viejos borbones, Maduro no
entiende y lo que no entiende, no existe. Necesita creer en la irrealidad de
las protestas. Son maquinaciones urdidas por saboteadores de la oposición, ante
los cuales la respuesta posible, la mejor, es la bayoneta y el gas del bueno.
La ocupación militar de las calles no
tiene precedentes. El uso criminal de las armas. La intimidación de los
barrios. Las botas claveteadas resonando sobre las calles para intimidar, nos
dicen que el gobierno no da más. No puede con esto. Está obligado a cambiar o
lo cambian. Como en el pasado dirías tú mismo, Maduro: las calles son del
pueblo, no del ejército.
Escúchate. Despierta. Dialoga y
prepárate para volver pacífica y electoralmente a la oposición.
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