domingo, 21 de julio de 2013

¿DE QUIÉN SON LAS CALLES?

Américo Martín el Jul 19th, 2013
@AmericoMartin

I
¡Las calles son del pueblo! gritaba la izquierda en la dura y conflictiva década de los años 1960. ¡No de la policía!, remataba, para completar el obsesivo estribillo. Con el tiempo, los términos se han hecho difusos. El contenido del vocablo “izquierda” se fue difuminando después de la caída del Muro de Berlín y consiguiente del sistema soviético. Con la muerte del marxismo-leninismo y de las otrora ideologías “duras” y con la desaparición de la referencia material socialista, no pareció claro el significado del concepto “izquierda”.

Pero si algo caracteriza al movimiento iniciado por el presidente Chávez, seguido hasta el cansancio o la extremaunción por el sucesor Maduro, es el intento de cubrir su vacío de identidad ideológica y política, su desoladora falta de respuestas, apelando a los remoquetes de la izquierda leninista, propios de la guerra fría y del mundo bipolar. No sólo hicieron esa recolección de fósiles sino que trataron de reeditar su simbología. El Che, Fidel, Mao, Marx volvieron a ser punta de lanza, acompañados patéticamente con nombres de autores estridentes de la postmodernidad, dejando todo en la vaguedad. El resultado es abrumador: los dirigentes del PSUV solo toman del socialismo sus expresiones más sostenidamente fracasadas como las estatizaciones “ideológicas”, y el archimillonario intento de crear un sector económico autosustentado, inspirado más en la llamada “solidaridad” y nunca en el despreciado “lucro”.

Y el resultado está a la vista. Las grandes empresas básicas de Guayana se hundieron una a una después de completarse la operación de estatizarlas. La misma industria petrolera, que debido a su rendimiento es inimaginable su quiebra, ha sido menoscabada financiera y físicamente por este brutal socialismo, incluyendo el colapso de sus refinerías.

Pero lo más escandaloso –sobre todo porque los líderes de la sedicente revolución ni se dan por aludidos- es la masiva destrucción de la capacidad productiva industrial y agrícola, al extremo de hacer de la promisoria Venezuela una triste economía de puertos más dependiente que nunca de las potencias industriales que tanto insultan.

II

La revolución ha hecho de Venezuela eso: una nación endeudada hasta la médula pese al sostenido mercado petrolero en alza; un déficit fiscal abrumador fuente de la perversión de su moneda; una economía real decreciente abandonada por los inversionistas y plagada de ensayos autogestionarios fallidos. En fin: un país entristecido e intimidado por el sombrío futuro que tiene frente a su nariz.

No es tontería ocupar el primer lugar hemisférico en inflación, protestas sociales, desabastecimiento, inseguridad ciudadana. Tampoco lo es el visible deterioro de las milagrosas misiones que con gastos elevadísimos e incontrolados aliviaron la condición popular, ni el estallido otra vez del drama de la vivienda y las manifestaciones dirigidas a reclamarlas.

Tal como lo advierten reputados Observatorios internacionales e instituciones de la calidad de PROVEA, las reclamaciones sociales han sido durante más de cinco años consecutivos las más numerosas del continente: hablo del inmenso territorio americano, desde Canadá hasta la Patagonia, pasando por países socialmente estremecidos como Brasil.

¿Qué hace el zarandeado gobierno de Maduro frente a una situación que no entiende ni puede manejar?

Su retórica desde la presidencia es deplorable. Trató de agitar ¡otra vez Señor! los fantasmas del magnicidio, el sabotaje, el golpe y la invasión de los marines. Pero eso, por supuesto, fue cayendo en desuso. Nada que se monte en las nubes dejará de ser nebuloso.

Lo veo ahora aferrándose desesperadamente al fallecido líder. Acusa a la alternativa democrática de “empañar” el nombre de Chávez. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cuándo? No hay respuesta. Como durante la antigua Inquisición a Maduro, Ortega, Diosdado y sus entornos les basta acusar para que se activen las aprehensiones. Nadie escucha a los acusados, no se muestran indicios ni menos pruebas, nunca se concretan los procesos judiciales pero el gobierno insiste, seguramente para que la gente no mire bien lo que le estalla a la vista: la ominosa decadencia de su condición de vida.

III

De Chávez, Maduro aprendió una fórmula seguramente emanada de los cuarteles. No hay mejor defensa que el ataque. Acusa, acusa, acusa siempre para contrabalancear las fundadas acusaciones contra ti. Refúgiate en causas vagas y ninguna mejor que la de los Padres de la Patria porque ya no pueden protestar el abuso de sus ilustres nombres. Momifica el recuerdo del caudillo y sostenlo en su caballo para que combata por ti. Cuando te refieras a tus rivales de la oposición insúltalos, degrádalos, rechaza el civilizado diálogo. Una opinión saturada de gritos agresivos no oirá razones o argumentos.

Semejantes métodos chocan abiertamente con la realidad. Todos los días las calles se pueblan de gente protestando. Las quejas se generalizan. Pobladores, trabajadores, estudiantes, profesionales, agricultores, periodistas. Es una lava enardecida que no se conforma con aburridas promesas.

Como los viejos borbones, Maduro no entiende y lo que no entiende, no existe. Necesita creer en la irrealidad de las protestas. Son maquinaciones urdidas por saboteadores de la oposición, ante los cuales la respuesta posible, la mejor, es la bayoneta y el gas del bueno.

La ocupación militar de las calles no tiene precedentes. El uso criminal de las armas. La intimidación de los barrios. Las botas claveteadas resonando sobre las calles para intimidar, nos dicen que el gobierno no da más. No puede con esto. Está obligado a cambiar o lo cambian. Como en el pasado dirías tú mismo, Maduro: las calles son del pueblo, no del ejército.

Escúchate. Despierta. Dialoga y prepárate para volver pacífica y electoralmente a la oposición.


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