Trino Márquez Domingo, 21 de julio de 2013
En su discurso en el Campo de Carabobo
el 24 de junio, Nicolás Maduro calificó la corrupción como un azote al que su
gobierno debe combatir porque está “destruyendo la Patria”. Desde entonces el
dirigente del PSUV insiste en el tema cada vez que se presenta alguna
oportunidad. Su intensidad forma parte de la estrategia dirigida agolpear los
grupos que apoyan a Diosdado Cabello, señalados de haberse enriquecido de forma
obscena a la sombra de negocios ilícitos, comisiones, tráfico de influencia, y
de socavar las bases del poder de Maduro. Sus palabras en Carabobo fueron pronunciadas
luego de un gesto insólito de descortesía con quien se supone es el Comandante
en Jefe de la Fuerza Armada. En ese acto, el comandante que dirigía el desfile
le pidió permiso a Maduro para presentarle el parte militar (batallones,
tanques, armas que se desplegarían) al Presidente de la Asamblea Nacional. Este
comportamiento desconsiderado, nada casual, lo enfureció.
Anécdotas e intrigas palaciegas aparte, la cruzada contra la corrupción
emprendida por Maduro luce fingida e incoherente. El conflicto con Cabello no
puede librarlo de forma abierta porque pondría en riesgo la unidad del régimen,
aspecto esencial para su sobrevivencia. Toda diferencia interna se subordina a
la necesidad de mantenerse cohesionados, y, sobre todo parecer que lo están.
Esa apariencia no es necesaria proyectarla con la oposición. A esta
hay que tratar de destruirla. El “combate” a la corrupción apunta a aniquilar a
Henrique Capriles, Henry Falcón y Liborio Guarulla, los tres gobernadores del
campo opositor, tal como antes hicieron con Manuel Rosales y, parcialmente, con
Leopoldo López. En la mira están Pablo Pérez y Richard Mardo. Como guillotina
cuentan con un Poder Judicial obsecuente y una Contraloría, sin contralora
designada por el Parlamento, sucursal de Miraflores. El ariete de esta
operación destructiva es Pedro Carreño. Sin comentarios.
Si el régimen desease obtener resultados impactantes tendría que adoptar
iniciativas ambiciosas. Debería comenzar por levantar progresivamente los
controles de cambio y de precio, y eliminar las excesivas regulaciones y normas
punitivas aprobadas. Parte significativa de la descomposición se
encuentra asociada al régimen cambiario. Inmensas fortunas se han amasado al
amparo de un mecanismo perverso que incentiva el tráfico de influencias y las
coimas, y que solo se justifica por el dominio político que el régimen quiere
mantener sobre los empresarios y la actividad económica. El control de precios
es otra fuente de distorsiones. Eduardo Samán yerra cuando invoca la moral
revolucionaria para preservar la pulcritud del esquema. Los precios regulados,
en realidad congelados, representan un mecanismo perverso quedeforma todo el
sistema de precios, el cual debe estructurarse a partir de la libre competencia
y la relación entre demanda y oferta. En todos los países socialistas,
sometidos a férreos controles estatales, la corrupción campea. El socialismo
del siglo XXI no es la excepción de esa ley universal.
Hay que desincentivar la corrupción. Crear motivos para que los funcionarios no
delincan. Un Poder Judicial profesional, meritocrático y autónomo, capaz
de perseguir, castigar e impedir la impunidad, razón principalísima de la
corrupción, es una pieza clave de esa lucha. El sistema judicial forma parte de
la red de complicidades que alimentan la corrupción. Los tribunales sirven para
criminalizar a los opositores y proteger a los seguidores del gobierno. Las
investigaciones objetivas naufragaban en ese Mar de los Sargazos. Ningún caso
de corrupción que comprometa seriamente al Gobierno, se examina. Por eso el
Plan Bolívar 2000, Pedeval, el maletín del Antonini Wilson, la quiebra de las
industrias de Guayana, los abusos electorales, forman parte de la historia de
la picaresca criolla. Se castiga solo a los huérfanos de la nomenclatura,
quienes sirven dechivos expiatorios.
La opacidad en la forma como el gobierno otorga las licitaciones y los
contratos forma otro capítulo de esta larga novela. Los convenidos con China,
Cuba, Brasil, Bilorrusia, Rusia, son secretos tan bien guardados que solo los
elegidos los conocen. Las firmas se estampan enel mundo del misterio. El país
ignora arreglos irresponsables, entre ellos la compra de armas, firmados por el
Ejecutivo, que comprometen el presente y el futuro de la nación.
Lo medular de la lucha contra la corrupción no se orienta a adecentar el
Estado, sino a destruir la oposición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico