Por Luis Pedro España
Debo confesarlo, de
primeras, al leer las reglas bajo las cuales el régimen imponía la recolección
de firmas necesarias para solicitar el referéndum revocatorio, de inmediato
pensé en que no, no se podían aceptar. Sin conocer los detalles, lo veía como
un abuso, al conocerlos confirmaríamos que sería una trampa.
Mesas justicas, horario de
oficina pública, días entre semana, centros ubicados quién sabe dónde. Si se
armó la operación morrocoy más truculenta en el estado Nueva Esparta, uno de
los más opositores del país, ya me imaginaba lo peor del funcionariato abusivo
y militar, pero ahora en 8 o 10 estados. Un frío de arrechera (me disculpan,
pero no cabe otra expresión) recorría la espalda cuando, además, el fantasma
inconstitucional del 20% por estado seguro amenazaría la épica recogida de
firmas por todo el país.
Estoy seguro de que un
bojote de venezolanos sintió lo mismo. La hipocresía de la “democracia
participativa” retumbaba al recordar las jactanciosas alocuciones de “Chávez el
demócrata” contra el cinismo de sus herederos, hoy acorralados por 75% de
voluntades que son tan protagónicas, participativas y soberanas como aquellas
que le aprobaron la reelección indefinida y los han mantenido en el poder por
más de 17 años.
Recordaba las lecturas del
marxismo ortodoxo y los debates de la vanguardia esclarecida que desde el
principio compaginan socialismo y democracia como un instrumento para hacerse
con el poder, para luego desecharlo cuando el pueblo los aborrece, no
quedándole más remedio que darle un palo a la lámpara, disolver asambleas,
anular los textos constitucionales y erigirse como dictadores con el apoyo de
las bayonetas.
Malditos quienes hoy abusan
del pueblo creyéndolo minusválido, manipulado o atribulado por una crisis
económica que ellos mismos auspiciaron. Aseguran que lo protegen, porque la
crisis les impide ver con claridad lo que más le conviene. Es mejor que no
decidan, que no elijan, porque de seguro no lo harán bien. Lo harán contra la
patria (contra ellos, seguramente), harán volver a los apátridas y traidores,
cosa que no les conviene. Como niño chiquito, inconsciente y malcriado, el
pueblo, votando en contra de Maduro, echará por tierra con sus votos los
avances de la revolución, o los verdaderos logros de los revolucionarios, a
saber, lo abultado de sus abdómenes, sus cuentas, bienes y privilegios.
Por Dios y mis padres, que
nadie estaba esa tarde, esa noche, más indignado que yo. A quien me llamaba le
borbotaba toda la calentura que normalmente se asocia a la impotencia frente a
la injusticia. Por fortuna, la cordura fue llegando conforme conversaba con
otros, quienes, aunque no menos indignados, permitieron ir dosificando la
furia.
Si nos guiábamos por los
impulsos, allí sí caeríamos en la trampa, les haríamos el favor de destruir
nuestra arma letal contra ellos. Yo, junto a otros como yo, en ese momento
estábamos a punto de enterrar el referéndum, la consulta al pueblo, la
oportunidad para que millones de almas participaran en la fiesta democrática a
la que los hipócritas le temen. Por minutos, quizás horas, el sentimiento
justificado por algunos datos cartesianos de inviabilidad, nos impedía ver el
inmenso potencial político que teníamos delante.
Un movimiento que
convirtiere la indignación en fuerza transformadora, y que se enfrenta a los
poderes que sostienen el régimen con lo único que tenemos, con la voluntad de
expresar esos días 26, 27 y 28 de octubre, en inmensas colas, bajo la lluvia o
el sol, nuestro deseo de que se larguen para rehacer el país.
29-09-16
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