Por Felipe Pérez Martí
Si quisiéramos diseñar un
modelo de sociedad, que incluya lo económico, lo político y lo social, ¿cuál
sería la propuesta óptima? Una combinación de tres mecanismos básicos: mercado,
Estado, y altruismo. Hemos oído de “la tercera vía”, que combina Estado con
mercado. Pero hay que incluir la democracia política y el amor verdadero como
los elementos que crean el balance necesario, y la fuerza evolutiva hacia
estadios superiores de eficiencia y bienestar.
La mano invisible del
mercado
En Venezuela hemos sufrido
una suerte de exceso de Estado. El resultado está a nuestra vista: un desastre
completo, que ha ocurrido también en todos los sitios donde se ha experimentado
con ese desbalance en favor del Estado que amarra la creatividad y la libertad
individual, con el agravante nuestro de la enfermedad rentística petrolera con
sus saldos de corrupción, inestabilidad macro, y enfermedad holandesa
agravadas. Se nos ha dicho, como contraste, que el mercado, por sí solo, sería
lo ideal. Hay un teorema que lo demuestra, de hecho: el de la mano invisible.
Fue probado matemáticamente en los años 50 del siglo pasado por Arrow y Debreu.
Y dice que dada una dotación inicial de riqueza para cada quien, si se toman
las decisiones de producción y consumo guiados por un sistema de precios que se
forma por la interacción de los participantes, la asignación final a la que se
llega es eficiente. Esta eficiencia, llamada de Pareto, significa que es
imposible cambiar los niveles productivos, los trabajos realizados por cada
quien, y los bienes y servicios que al final cada quien disfruta, sin que se
perjudique a alguien. Es como si se hubiera llegado a lo mejor posible para
todos, dados los recursos disponibles, y las habilidades de cada quien, tomando
en cuenta los deseos, la libertad de escogencia, de los individuos en esa
sociedad. Si viene el Estado a decir que hay que controlar los precios,
expropiar empresas y emplear gente para producir, entonces quizá mejora
alguien, pero a costa de perjudicar a alguien más. De hecho, con frecuencia
desmejora todo el mundo, como han argumentado dos de los defensores a ultranza
de ese mecanismo, Hayek y Von Mises.
Problemas
Lo que pasa es que ese mecanismo
tiene muchas fallas, como quedó claro cuando se probó el teorema. Se trata de
que los supuestos del teorema no son reales. Entre ellas están la falla de
poder de mercado (los precios pueden ser decididos por los monopolios, y por
tanto no hay “competencia perfecta”); la de información asimétrica (algunos
individuos saben más de los productos que otros, como los gerentes, del
esfuerzo que hacen); la de mercados incompletos (no todo bien tiene un mercado,
en particular los bienes futuros); la de bienes públicos por naturaleza (como
el conocimiento); la de las externalidades (como la polución); la de
racionalidad acotada e información incompleta (no todos los individuos ven
todos los precios al tomar las decisiones, que no son siempre racionales);
y la de equilibrios múltiples (que dependen de lo que la gente cree, por
ejemplo).
Ya desde antes de la
demostración del teorema se habían notado fallas del mercado, y se habían
propuesto soluciones, como las de Keynes, que proponía políticas fiscales y monetarias
activas para solucionar fallas de coordinación. Pero fue la identificación de
las fallas la que dio pie a una abundante literatura especializada que se
propuso documentarlas, y proponer las correcciones respectivas, que
garantizaban “equilibrios segundo mejores”. Los monopolios, por ejemplo,
deben ser regulados, muchas veces a través de control de precios (que se usan
para disminuir el poder de mercado, no para controlar la inflación, como en
Venezuela); algunos bienes públicos por naturaleza, como la defensa, son
producidos por el Estado, etc. Podríamos llamar, de manera gruesa, a la
intervención del Estado en este sentido, “la tercera vía”.
Revolución con mercado
Pero hay una falla adicional
muy especial: la falla política. Las dotaciones iniciales de riqueza deben
estar bien definidas. Con frecuencia se acepta la intervención del Estado solo
para corregir esta falla. El Estado así interviene a través de las leyes de
propiedad privada, y de la policía. Sin embargo, si se acepta que el Estado,
adicionalmente, tome las decisiones de manera democrática, lo que se observa es
que se dan redistribuciones de riqueza que tienden a su igualación, sobre todo
si la distribución de la riqueza es muy desigual. La igualdad de un voto por
persona tiende de esa manera, por la vía política, a la igualdad económica. Y
esa evidencia empírica, documentada por la común práctica de los impuestos
progresivos, ha sido modelada mediante un teorema que así lo predice, el
teorema del votante mediano.
Curiosamente, Arrow y Debreu
también probaron el “segundo teorema del bienestar”, que dice que, si una
asignación de recursos es Pareto-óptima, y se dan las condiciones del teorema
de la mano invisible, entonces, con una redistribución de la propiedad inicial
podría implementarse esa asignación eficiente mediante el mecanismo de mercado:
habría unos precios que, si dejas a las personas intercambiar entre sí, se
logra el óptimo tenido como objetivo. El tema crucial aquí es que hay infinitas
asignaciones Pareto-eficientes: una para cada distribución inicial de la
riqueza. En la práctica, este teorema dice que si hay una revolución
política que, por ejemplo, iguala toda la riqueza en la sociedad, y se
deja trabajar al mercado luego de eso, entonces a lo que se llega
es completamente eficiente, inmejorable ex-post. Este fundamento teórico es el
que se ha usado para justificar las reformas agrarias en muchos países de
distribución de riqueza muy desigual, en particular en el campo. La
“revolución” puede perfectamente ocurrir por la vía del voto, luego de un
deterioro notable de la desigualdad.
El Estado puro
Pero si el Estado es tan
necesario, ¿no podría pensarse en que solo él asuma las funciones de producción
y distribución, y dejar el mercado, que tiene tantas fallas, de lado? La respuesta
es positiva, y la base es el “teorema del planificador central benévolo”.
La demostración tiene que ver con la postulación de una “función de bienestar
social”, con unas restricciones de recursos físicos, humanos, y de tecnología
productiva. El teorema dice que en estas circunstancias, hay un plan que
se deriva de la solución de este problema matemático, que conduce a la sociedad
a una asignación Pareto-óptima. Nótese que se hace uso óptimo de los recursos
disponibles. Por ejemplo, si una persona es buena dando clases en cierto idioma
indígena, será asignada por el plan a formar niños indígenas en Tucupita,
aunque antes del plan viviera en Tucupido.
Las fallas del modelo tienen
que ver también con las fallas del teorema. Una, que el plan es imposible de
realizar. Tendría que tomar en cuenta las preferencias de todos y cada uno de
los pobladores, y tendría que tomar en cuenta absolutamente todos los recursos
físicos y humanos disponibles, y la tecnología. Y esto para todos los períodos
futuros con sus estados inciertos. El planificador tendría que ser
omnisciente. Pero no solo en el conocimiento de lo descrito, sino también
en su capacidad para calcular; para realizar la operación matemática que
implica el proceso de maximización de tan altísima complejidad. Está claro que
no es posible hacerlo hoy ni nunca.
Por si fuera poco, aún si
tal plan existiera, está el segundo supuesto irreal: que cada persona realizará
la parte que le corresponde para llevarlo a cabo. El problema aquí es que los
objetivos de cada persona no están alineados con el de la sociedad como un
todo. Por ejemplo, un gerente de producción en una fábrica estatal de cemento
puede decidir construir su propia casa de verano, fuera del plan, y usar parte
del cemento de su fábrica para eso. Por esa razón, la corrupción, tanto en
falta de esfuerzo, como en desvío de productos, es característica de la puesta
en práctica de este tipo de modelo. De ahí la necesidad de mecanismos de
control, con control sucesivo de los controladores, como la KGB en la Unión
Soviética. Por eso no funcionan los CLAP: muchos implicados se tienden a robar
las bolsas, y los controladores se llevan la mejor parte en este desvío del
plan.
La vía solidaria 1: justicia
social
Como a estas alturas estará
claro, la ideología política que usa el teorema del Estado puro como sustento
económico es el estalinismo, así como la ideología política del mercado puro es
el neoliberalismo. Ahora, en su forma mixta, podemos ahora ver que el mercado
también disminuye las fallas del Estado: si el mercado está en vigor, cada
quien hace su propio plan, que se agrega en un plan social implícito por la vía
de la coordinación que hace el sistema de precios. Y este plan sí que sería
posible. Por lo menos más posible que el del Estado. Por otro lado, cada quien
realiza su parte de ese “plan social” voluntariamente. Como habíamos dicho, la
tercera vía, que es una combinación de los dos mecanismos, es útil porque
aprovecha las dos cosas buenas de cada mecanismo, y a la vez permite la
corrección mutua, aunque parcial, de los errores en función del máximo interés
social, potenciando la libertad y la iniciativa personal, permitiendo un mejor
despliegue de las potencialidades productivas y de la satisfacción de las
preferencias de cada quien.
La corrección de la falla
política del mercado hay que incluirla en la vía solidaria, porque involucra el
asunto de la justicia social. Motivemos esta parte diciendo que Robert Lucas, y
Andrew Atkenson, defensores acérrimos del mercado, probaron que este mecanismo
implica la evolución hacia una distribución del ingreso muy desigual si se
parte de una circunstancia ajena al mérito. Por ejemplo, si hay gente con
información privilegiada inicial, a pesar de que los demás tengan las mismas
preferencias por el ocio, la misma habilidad, y riqueza inicial, los
privilegiados iniciales terminan siendo sumamente ricos, y los demás sumamente
pobres. O sea que los pobres no necesariamente lo son porque son vagos, por
ejemplo.
De la justicia social
necesaria ha hablado con mucha profundidad el filósofo liberal John Rawls,
quien ha iniciado toda una literatura especializada que ha desembocado en
políticas públicas que prescriben la necesidad de igualar las oportunidades
para todos. Es claro que por lo dicho en materia teórica, y por la historia de
los procesos político-sociales, hay un asunto aquí de contraste entre el
esfuerzo, o mérito individual, y el de las circunstancias en la determinación
del destino socio-económico de cada quien. La izquierda, que por definición y
por origen, tiende a beneficiar a quien está peor, ha privilegiado a las
circunstancias como el determinante. La derecha, mientras tanto, que tiende a
favorecer a quien está mejor, ha privilegiado al esfuerzo individual. El
punto de vista subjetivo, pues, en materia normativa, puede llevar a un impasse
insalvable para una sociedad dada. Afortunadamente John Roemer demostró que si
hay un acuerdo sobre cuáles son las circunstancias relevantes (acceso a la
educación, la salud, la información, el origen social, de clase, racial,
etnográfico, de género, etc.), hay una fórmula que te dice cuál es la
transferencia que debe hacerse desde los más favorecidos, a los menos
favorecidos, por medio de un impuesto progresivo, por ejemplo, para que el
esfuerzo sea el que dicte la riqueza material de cada quien. Así, aunque el
acuerdo puede ser problemático en discusiones normativas, esta disyuntiva puede
resolverse en la práctica mediante una decisión social democrática.
La democracia es, pues,
desde este punto de vista, la clave para dirimir los conflictos sociales
generados por contradicciones extra-económicas que determinan el destino
económico de las personas y las sociedades. Un ejemplo modelo de lo dicho hasta
ahora son los países escandinavos, donde la redistribución de ingreso es muy
elevada, llegando la tributación a veces hasta por encima del 60 % del PIB
(mientras nuestro país la recaudación no petrolera es de 14 %, y en Chile y
Perú alrededor de 23 %). Los otros mecanismos de minimización de fallas del
mercado de aplican, y el mecanismo de mercado funciona, con libertad para que
cada quien tome sus decisiones de inversión y consumo. La redistribución se
hace a través de la igualación de oportunidades: acceso a la educación y salud
gratuitas, créditos a emprendedores, situación económica desventajosa, etc.
Notemos que el mecanismo democrático en sí también tiende a corregir las fallas
del Estado, por la vía del control de gestión y la evaluación continua y
dinámica de los pro y los contra en el balance entre Estado y mercado. Todo
esto cual resulta en un desempeño económico y social de los más altos el mundo.
Por lo dicho está claro que
si consideramos al mundo mismo, más allá de los países, como una sociedad que
necesita un modelo, el mercado solo no puede ser eficiente. Se necesita un
Estado mundial para controlar todas las fallas descritas. Entre ellas el
control de la polución, que está a punto de ponernos en peligro como especie.
Las crisis bancarias, que vienen de la falla de mercados de capitales, y la
creación de dinero privado por los bancos, que tienen incentivos a prestarse a
sí mismos generando las grandes crisis financieras mundiales. El de la defensa
y la seguridad común, sin lo cual se dan las inmensas ineficiencias de los
grandes gastos militares entre países y grupos que buscan la supremacía
política no-democrática. Y el tema de la falta de justicia social a nivel
mundial, con las graves desigualdades entre países, no compensadas
adecuadamente por la falta de un mecanismo democrático a nivel mundial. La
instauración de un Estado mundial fuerte, y democrático es de vida o muerte
para la humanidad, como vemos, pues en su ausencia, han proliferado las
guerras, la destrucción del ambiente, las desigualdades injustas, el hambre y
las enfermedades prevenibles, y la ineficiencia en materia de defensa
ciudadana.
La vía solidaria 2: el
comunismo utópico
Hay un tercer mecanismo puro
que en principio puede resolver los problemas económicos de la sociedad: el
amor verdadero. Si cada persona ama a las demás en un grado específico que
implica armonía económica (por ejemplo, si cada quien ama a los demás como se
ama a sí mismo), cada miembro de la sociedad haría el mismo plan, pues la
función de bienestar, que incluye el hecho de que cada quien tiene preferencias
y habilidades diferentes y personalizadas, sería la misma para todos. El
teorema se sigue: la asignación resultante es Pareto-eficiente. En este caso no
habría la falla de implementación: cada quien quiere para sí mismo lo que los
demás quieren para él o ella, tanto en esfuerzo, como en disfrute. Por ejemplo,
el gerente de la fábrica de cemento está contento con su casa, y sus planes
vacacionales, porque si se roba cemento, no habrá cemento suficiente
para las casas de los demás, y eso lo pone tan triste como si el robo se
lo hicieran a él. Así que no habría necesidad de controladores. Ni de policías,
ni de jueces o abogados. Es el mundo del “hombre nuevo”, en que hay armonía
completa entre altruistas, y ausencia de conflictos políticos o sociales, como
los de celos, envidias, odios, etc. Notemos que no se necesita mercado ni
Estado, pues cada quien trabaja voluntariamente. Se trata del mundo ideal, en
que cada quien hace lo que quiere: es el mundo de libertad y realización total,
limitada solo por las restricciones de recursos sociales. Coincide con la
teoría del anarquismo solidario, no egoísta, como vemos, ya que cada quien hace
lo que quiere, pero el hacerlo beneficia a todos, además de a sí mismo.
Sus fallas y su vigencia
Pero es claro que se
necesita la omnisciencia que comentábamos para hacer el plan. Además, se
necesita un grado de amor importante, y generalizado. Falla cuando hay egoísmo
en cualquiera de los ciudadanos, todo lo cual hace a este modelo utópico.
Ahora, las fallas
mencionadas se disminuyen si se aplica a una sociedad relativamente pequeña,
como una familia o un monasterio o comunidad local. Una familia armónica
funciona hacia su interior como una sociedad comunista utópica. Rige el
principio “de cada quien según su capacidad; a cada quien según su necesidad”.
Un bebé recibe lo que quiere, la leche materna, cuando la pide. La da la madre,
que tiene la capacidad respectiva. La abuela es llevada al médico cuando se
enferma. Se encarga el nieto de veinticinco años, que puede hacerlo, etc. No
hay mercado, pues nadie cobra por los servicios o transferencias que hace a los
demás. No hay Estado, porque no hay un padre dictador que obliga a los niños a
estudiar, ya que ellos lo hacen voluntariamente. No hay un problema con la
propiedad, que es común de hecho.
Si hay egoísmo, o no hay el
amor suficiente, sí que habrá conflictos. Y en este caso se requiere una suerte
de estado y mercado a ese nivel: reglas y trueques en la repartición de tareas
y de disfrutes de lo producido.
De hecho, este modelo, aún
en su forma imperfecta, ha estado tomando espacios por sus ventajas. Por
ejemplo en las empresas privadas más productivas en el mundo hoy por hoy, donde
se da la alineación de intereses entre trabajadores y la empresa, y la
planificación y la gerencia son participativas. Aunque hay muchas formas y
grados en que esa alineación se da, la organización cooperativa armónica es el
paradigma. La alineación elimina la alienación entre trabajo y capital, y se
elimina la lucha de clases al interior de las unidades productivas. Lo mismo en
las comunidades políticas locales, donde se elimina la contradicción entre el
representante y los gobernados, que asumen como suya la res pública
comunitaria. Como se puede demostrar, además, se genera en ellas condiciones
para la formación endógena del altruismo entre los miembros, y de ahí un grado
superior al éxito descrito.
La progresiva baja en el
costo de comunicación, y su generalización, ha permitido una suerte de
extensión espacial-cibernética de las comunidades humanas. De manera que sería adecuado
pensar en la familia mundial, en cuyo ámbito pueden desarrollarse relaciones de
tipo altruista para complementar las fallas del Estado y el mercado. De hecho,
un ámbito muy importante en que se ha estado generalizando el modelo altruista
es en la producción y distribución de conocimiento. Como ejemplos tenemos el
fenómeno del software libre, la información libre (Internet y redes conexas),
la ciencia y las tecnologías libres (como en la farmacología genérica).
La vía solidaria 3:
combinación de los tres modelos puros
En todo caso, sea como sea
el nivel de perfección en la convivencia al interior de una de esas “familias”,
cada una convive complementariamente con los otros mecanismos a nivel más
global: con el mercado y el Estado. Así, resumimos que la vía solidaria es una
combinación virtuosa de Estado, mercado y amor verdadero. Como ejemplo,
pensemos en el caso de los mercados financieros incompletos, que no aseguran
por completo contra el riesgo. Aquí, las redes familiares y de amigos permiten
ayudar a quien está coyunturalmente mal a partir de transferencias de quien
está bien en el momento, pero que va a ser bien tratado si la incertidumbre o
el ciclo de vida lo perjudica en su momento. El Estado con frecuencia no
completa cabalmente las fallas del mercado, y así surgen organizaciones para la
producción solidaria de ciertos bienes como la educación, la salud, nutrición y
la información, como en el caso emblemático, y tan útil en este momento de
penuria, de Fe y Alegría, que en la práctica es un medio de transferencias sin
contrapartida entre ciudadanos más pudientes y los más necesitados en los
barrios de Venezuela y Latinoamérica. A nivel mundial podemos mencionar los
casos de Médicos sin Fronteras, Wikipedia y la comunidad Linux.
Para finalizar, a pesar del
caos reinante, veo fuerzas muy sólidas en desarrollo en el sentido positivo: la
vía solidaria implica un proceso evolutivo hacia la abundancia, la armonía, la
justicia social, y el desarrollo pleno de las fuerzas productivas, con control
de los daños de la anarquía destructiva, como la relacionada con la destrucción
de la naturaleza, y la pobreza, la exclusión y la desigualdad. Es un proceso
que puede tomar tiempo y tiene desigualdades territoriales y funcionales en la
combinación de los tres modelos puros. Curiosamente, así como ha habido
defensores de cada uno de los modelos puros descritos, y de la combinación del
mercado y del estado, la vía solidaria también tiene sus defensores teóricos,
como nosotros, y sus líderes políticos. Es indudable que en este sentido, el
papa Francisco, independientemente de su confesión religiosa específica, es un
líder fundamental en este momento en favor de la vía solidaria. Históricamente
lo han sido Martin Luther King, Mandela y Ghandi, entre otros.
20-09-16
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico