Por Golcar Rojas, 23/09/2016
Fui al Doral Center Mall a
buscar un repuesto para un celular que me encargaron.
Es difícil describir la desazón, la angustia, la opresión en el pecho,
que me produjo entrar en lo que en algún tiempo no muy lejano fue uno de los
mejores centros comerciales de Maracaibo; de gusto estético discutible, pero un
buen sitio de compra.
Lo conseguí convertido en un mercado de Las Playitas, en un zoco
callejero, plagado de lo que, a flor de piel, se nota ilegal, fuera de la ley.
Las tiendas venden en su mayoría baratijas chinas a precios de marca
gringa. Mercancía traída posiblemente sin ningún arancel de importación legal,
pero sí con mucha matraca de por medio. Abundan los stands de productos, artículos,
chucherías, adminículos y repuestos para teléfonos móviles.
En una «tienda», la pantalla que buscaba costaba 50 mil. En la de al
lado, 39 mil. Un poco más allá, 35 mil. Junto a esa, 40 mil. Finalmente, la
compré en una donde costaba 28 mil. Al pedirla, un dependiente fue a otro local
a buscarla —el local del importador, supuse, donde, seguramente, podría estar
más barata—. Llegó con el producto en una cajita blanca sin marca alguna. Como
yo iba a pagar con tarjeta de débito se consultaron, «¿Fulano, ¿es 28 mil con
la comisión o sin la comisión?» «No, bueno la comisión la pagamos nosotros».
Aclarado el tema de la «comisión», tuve que seguir a un dependiente a
un tercer local donde les «prestan» el punto de venta. Pagué y al preguntarle
si había algún recibo —no aspiraba a tanto como una factura—, con el cual
reclamar si había algún problema o desperfecto con la pantalla, me dijeron,
«Tranquilo, usted viene que nosotros respondemos».
«Si —pensé—, cualquier cosa con tal de irme rápido de aquí».
Al salir al estacionamiento en el cual pagué 150 bolívares por más o
menos media hora, el hermoso cielo al atardecer lo sentí como una pedrada en el
ojo.
En el carro, le comenté a Cristian «No entiendo. Mientras en otros
centros comerciales el Seniat y la alcaldía acosan a los comerciantes con
fiscalizaciones y uno ve en las vitrinas las calcomanías inmensas con letras
rojas rojitas de “Clausurado por ilícito fiscal”, aquí no parece entrar ningún
fiscal jamás». Él, más lúcido que yo, me comenta «Los fiscales deben venir
periódicamente a buscar su mesada para no fiscalizar».
Con sensación de derrota, llegué a la casa. Apurado para aprovechar de
lavar los platos con el chorro del grifo antes de que pasaran los 60 minutos de
que disponemos del fluido en tuberías. Y, de ser posible, bañarme bajo el
chorro de la ducha y no con un tobo y un perolito.
Escribo esto en el teléfono sentado en la poceta, mientras la triste
emoción aún está fresca; apurado para alcanzar el chorro antes de que corten el
agua, con el alma en el suelo, invadido por una honda tristeza y unas profundas
ganas de «irme demasiado» o, al menos, de no tener que salir a la calle más que
para contemplar el cielo, quedarme para siempre en esas intensas tonalidades de
los atardeceres de Maracaibo.
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