PADRE ANTONIO MARÍA CÁRDENAS ORC 01 de octubre de 2016
En dos
o tres ocasiones me ha ocurrido que después de haber predicado sobre los Santos
Ángeles, se me acercan personas y me dicen: “Padre, lo que usted habla es muy
bonito, pero ¿dónde estaba el Ángel de la guarda de mi hijo cuando sufrió ese
accidente?, ¿dónde está el Ángel de la Guarda de los niños que sufren?”.
Es una
pregunta que sale de un corazón adolorido, de un alma que busca iluminar su
dolor y tristeza desde la fe.
Con
este propósito: el de iluminar desde la fe aspectos de nuestra existencia y, en
este caso en particular, el dolor y el sufrimiento, comparto contigo amigo
lector estas pequeñas y sencillas reflexiones que espero ayuden a dar luz e
iluminar este misterio profundo del sufrimiento humano.
C.S
Lewis, escritor de lengua inglesa, nacido en Belfast, escribe en su libro “El
problema del dolor” que “al vernos enfrentados al dolor, un poco de valentía
ayuda más que mucho conocimiento, un poco de comprensión más que mucha valentía
y el más leve indicio del amor de Dios más que todo lo demás”.
De
acuerdo con el citado autor, el dolor debe ser abarcado desde “el más leve
indicio del amor de Dios”. Este indicio, esta presencia del amor de Dios lo
señala, lo muestra y lo trae el Ángel de la Guarda, quien ve constantemente el
rostro de Dios (Mt. 18,10) y quien es su portador y su mensajero; por ello,
acercarse al Ángel es descubrir esos indicios del amor divino.
Es el
Ángel el que trae el consuelo, pero no con meras palabras sino con la presencia
del amor de Dios. De esta manera en momentos de dolor y de sufrimiento
acercarse al Ángel es necesario para extender nuestra mirada a los planes
amorosos de Dios.
Este
compañero celestial está siempre atento para escucharnos y consolarnos, pero él
sabe que el verdadero consuelo de nuestro corazón es Dios y por ello desea que
elevamos nuestra mirada hacia Dios.
Sin
embargo, el papel del Ángel no es solamente pasivo, el de señalar a Dios, sino
que también tiene un papel activo en el dolor y en el sufrimiento.De hecho, en
algunas oraciones litúrgicas de algunos países en el himno de las Laudes para
el 2 de Octubre, memoria de los Santos Ángeles custodios, se reza lo siguiente:
“Ángel santo de la guarda, compañero de mi vida, tú que nunca me abandonas ni
de noche ni de día…en las sombras de la noche tiendes sobre mi pecho las alas
de nácar y oro”.
La
anterior oración nos enseña el papel del Ángel en momentos de dolor y de
sufrimiento. Nos habla de “las alas de nácar y oro” que el Ángel extiende sobre
las noches de nuestras almas, de nuestras vidas, cuando todo parece oscuro.
El
nácar es una sustancia que las conchas producen cuando se introducen partículas
de arena y que vienen a rayar, a causar herida en la concha. Lo
interesante de este proceso natural es que el nácar no expulsa o destruye la
partícula extraña que ha entrado, sino que la envuelve y la acoge produciendo
una piedra preciosa: la perla.
Cuando
la Iglesia recoge en el himno de las Laudes la expresión “alas de nácar” en la
oscuridad de nuestras vidas, nos pone de presente el papel activo que está
desarrollando nuestro buen Ángel de la Guarda: él no va a expulsar lo que te
hiere, el lo va a envolver para que aquello que te está causando dolor y
sufrimiento produzca una perla preciosa.
Y,
¿porqué el Ángel no expulsa lo que te duele y lo que te hace sufrir? Como
señalamos en líneas anteriores, los Santos Ángeles portan el mensaje del amor
de Dios que ellos mismos contemplan y este amor ha alcanzado su mayor expresión
en la Cruz, allí se unen la mayor expresión del amor y la mayor expresión del
dolor y del sufrimiento.
Juan
Pablo II ha escrito: “ El sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la
pasión de Cristo. Y a la vez ésta ha entrado en una dimensión completamente
nueva y en un orden nuevo: ha sido unida al amor, a aquel amor… que crea el
bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como
el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo,
y de ella toma constantemente su arranque” (Salvificis Doloris, n.18)
Este
misterio de amor maravilloso lo han comprendido grandes santos, citemos dos:
Santa
Teresita del Niño Jesús: Ella desarrolla una idea que es la de
“la santa envidia” de los Ángeles. En un poema que dedica a Santa Cecilia un
serafín explica este misterio a Valeriano: “Yo me abismo en mi Dios, contemplo
Sus encantos, / mas no puedo por Él ni sufrir ni inmolarme; / pese a mi gran
amor, por Él morir no puedo, ni siquiera llorar o dar por Él mi sangre…/ La
pureza es del Ángel brillante patrimonio,/ jamás sufrirá eclipse su gloria
inabarcable. / Sobre los serafines tenéis la gran ventaja / de sufrir y ser
puros, vosotros, los mortales” (Poema 3). Otro serafín, que contempla al Niño
Jesús en el pesebre y Su amor en la Cruz, clama al Emanuel: “¡Ay, por qué soy
un Ángel,/ incapaz de sufrir?…/ Jesús, por un intercambio santo quiero morir
por Ti!” (Los Ángeles en la cuna, escena segunda).
En una
de sus cartas escribe: “Mi aleluya está impregnado de lágrimas… ¿Habrá que
compadecerte aquí abajo, cuando allá arriba los Ángeles te feliciten y los
santos te envidian? Tu corona de espinas los vuelve celosos. Ama, pues, esos
pinchazos como prendas de amor de tu divino esposo” (Carta 120, septiembre 23
de 1890)
El
Padre Pio: Después de haber sufrido un ataque del demonio, se enfada con su
Ángel porque no había estado allí para defenderle. San
Pío lo escribe así:
“me
enfadé con el ángel, y él me respondió: Agradece a Jesús que te trata como
elegido y te permite seguirlo al su lado subiendo al Calvario. Yo veo tu alma
junto a la salvación de Jesús, con alegría y conmoción en mi interior, por esta
obra que Jesús realizó a través de ti. Cree que te alegrarás, de lo contrario
no te verías así. Yo, que en la caridad santa deseo tu beneficio, gozo siempre
de verte en este estado. Jesús permite estos ataques del demonio, porque su
piedad ha querido y quiere que tú lo acompañes en las angustias del desierto,
del huerto de los olivos y de la cruz. Tú defiéndete, aleja y desprecia siempre
las malignas insinuaciones y, cuando tus fuerzas no pueden llegar, no te
aflijas, predilecto de mi corazón, yo estoy cerca de ti”.
Y
padre Pío rezó: “Cuanta bondad, Padre mío. ¿Que he hecho para merecer tan
exquisita amabilidad de mi ángel?…” (carta del 18 de enero de 1913)
Igualmente
recordemos la exhortación que hacia el Ángel de Fátima, del cual este año se
conmemoran cien años de su aparición , para “ofrecer constantemente oraciones y
sacrificios al Altísimo” y ante la pregunta que hace Lucía de ¿cómo hacerlo?,
el Ángel le responde: “De todo lo que pudierais haced un sacrificio como acto
de reparación por los pecados con los cuales El es ofendido…sobre todo, aceptad
y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor os envíe”.
Los
Ángeles entonces ven, contemplan maravillados el poder transformador, redentor
del dolor y por ello quieren envolver con sus alas de nácar este dolor para que
sea unido a la expresión mayor del amor: el sufrimiento de Jesús.
Por
ello en ese momento de dolor, en esas noches oscuras que atravesamos son
momentos donde nuestro buen Ángel Guardían está muy presenta. El Padre Pio le
escribía a una de sus hijas espirituales el 15 de julio de 1915: “Confiale tu
sufrimiento (al ángel), el Ángel es muy delicado y muy sensible”.
Que en
el dia del Angel de la Guarda los que sufren invoquen a sus hermanos y
compañeros espirituales. Juan Pablo II hacia este llamado: “Precisamente a
vosotros, que sois débiles, pedimos que seáis una fuente de fuerza para la
Iglesia y para la humanidad. En la terrible batalla entre las fuerzas del bien
y del mal, que nos presenta el mundo contemporáneo, venza vuestro sufrimiento
en unión con la cruz de Cristo”
Y
todos recemos de manera especial por nuestros hermanos que sufren y lloran.
Santa Teresita escribió este canto al Ángel custodio que te invito a rezar:
Oh tu
que atraviesas el espacio
Más
radiante que el relámpago,
Te
pido, vuela en mi lugar
hacia
aquellos que me son queridos.
Con tu
ala, seca sus lágrimas,
cántales
como Jesús es bueno.
Cántales
que el sufrimiento tiene su gracia
Y, muy
bajito, susurra mi nombre
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