Omar Villalba 18 de octubre de 2016
El 8
de junio de 1948, George Orwell, publicará una novela de ciencia ficción que,
lejos de volverse un texto de esparcimiento, se volverá una especie de
predicción profética de lo que esperaba a la sociedad occidental en el futuro.
En este texto, nos encontramos en un mundo controlado por una élite política
que domina todo aspecto de la vida de sus ciudadanos y se manifiesta a través
de un partido único y de la figura más representativa, el Revolucionario
definitivo: El Gran Hermano. Este partido único, denominado como Insog, se vale
de la tecnología, de la edición y reinvención frecuente del pasado, además de
otros mecanismos neurolingüísticos para imponer sobre los ciudadanos su
voluntad, obligándolos a vivir en una realidad paupérrima. El colmo de esta situación
se manifiesta en el concepto del doble pensamiento, donde las personas saben
que viven en un mundo paupérrimo, pero se deben comportar y asumir que la
realidad que expone el partido es cierta. Por lo tanto, es evidente que estamos
frente a la disociación cognoscitiva. ¿A alguien más se le hace conocida esta
historia?
Orwell
tenía la intención con esta novela, según algunos intérpretes, de hacer una
denuncia contra los regímenes totalitarios y autoritarios (que para la fecha ya
se había visto con el nacionalsocialismo y la URRS) pero lejos de eso, el libro
se ha vuelto una especie de manual para dictadores bananeros y revolucionarios
trasnochados. Sacó a colación el texto, porque es imposible no establecer
similitudes entre la novela y lo que estamos viviendo en Venezuela. Donde un
mito fraudulento y revolucionario se ha adueñado del país y se usa como una
especie de dogma para justificar cualquier acción adelantada por un Estado
abusador, acorralado y cada vez más asustado.
Es
cierto que el actual gobierno dista de ser un régimen como el de 1984, pero lo
cierto es que, tampoco están muy lejos. Claro ejemplo de ello es evidente
negación de la realidad. Ese doble pensar que se evidencia frente a la perenne
negativa de reconocer a la AN, en hacerse de la vista gorda y los oídos sordos
con respecto al sufrimiento del pueblo, pero, por encima de ello, frente a su
deseo, derecho y necesidad de expresar su voluntad y soberanía a través del RR.
También observamos el doble pensar, en la actitud del TSJ que en lo que va de
año ha dictado 30 sentencias contra la AN, y se prepara para arremeter contra
el RR, pues ya han amenazado con emitir una sentencia cuya finalidad seria dar
la estocada mortal a la consulta popular.
De
concretarse esta realidad estaríamos frente a la muerte de la democracia
venezolana y curiosamente del proyecto revolucionario; Pues de un plumazo la
democracia participativa, representativa y protagónica sucumbiría ante la
tutela de ese Gran Hermano Judicial que sabe lo que al pueblo venezolano le
conviene. De acuerdo a un grupo de especialistas Venezuela ya ha entrado en un
Estado de ruptura democrática, empezó con el TSJ abrogándose las competencias
de la AN, se consolidó cuando aceptó que el Ejecutivo le presentase el
presupuesto nacional, y si se lanzan a la aventura de suspender el RR, habrán
alcanzado su punto máximo.
¿Qué
pasará entonces? Sin duda nos dirigimos a un escenario tan ominoso como el
predicho por Orwell, pero a diferencia de su distopía, aun hay esperanza.
Porque aun hay un pueblo que no está enceguecido y alienado. Que está dispuesto
a luchar por la democracia, por la libertad, y por el futuro. Un pueblo que
apuesta por el hilo democrático e institucional y que saldrá a defender su
derecho a la consulta revocatoria. Uno, que le demostrará a esos Grandes
Hermanos, que la verdadera democracia y la revolución emancipadora no admite
abusos, ni tutelaje por parte de nadie.
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