Por
Vladimir Villegas
En la práctica ya no tenemos
Asamblea Nacional en Venezuela. Sus poderes han sido asumidos por el
Tribunal Supremo de Justicia, luego de una rocambolesca decisión que le
permitió al Gobierno Nacional obviar la estricta obligación constitucional de
presentar el presupuesto nacional ante el parlamento, instancia de indiscutible
representación popular.
Estamos acercándonos al peor
de los escenarios, el de la definitiva ruptura institucional, el del cierre de
espacios para que de manera democrática podamos zanjar las profundas
diferencias que separan a quienes están en el poder de las fuerzas que los
cuestionan y aspiran sucederlos. ¿Cómo puede funcionar una democracia sin
un parlamento?¿Es políticamente correcto justificar incondicionalmente
cualquier violación de la constitución, nacida de las mentes mas temerosas de
la pérdida del poder y de los privilegios que implican su ejercicio?
Y otra pregunta que surge :
¿Es sostenible en el tiempo, sin apelar a la represión mas brutal, selectiva o
no, un estado de cosas en el cual se le cierre las puertas del ejercicio
pacífico de la política a una fuerza que ha demostrado su condición de mayoría
y que intenta ejercer los mecanismos constitucionales para promover la consulta
al soberano sobre la pertinencia de que el actual Gobierno continúe o no
dirigiendo los destinos del país?
A la muerte del “caudillo
por la gracia de Dios”, Francisco Franco, los españoles, profundamente
divididos por las dolorosas secuelas de la guerra civil, fueron capaces de
llegar acuerdos. El Pacto de la Moncloa surgía como posibilidad de reconstruir
la nación española sobre la base del reconocimiento del otro. Adolfo Suárez
fue figura fundamental para el nacimiento de un nuevo momento de la
política ibérica. El dirigente comunista Santiago Carrillo, luego de décadas de
lucha clandestina y de exilio, jugó un rol estelar, junta a Manuel Fraga
Iribarne, líder franquista . El Rey Juan Carlos también dio pasos en la
dirección de abrir camino a la democracia . Los comunistas fueron
legalizados a cambio de reconocer la monarquía.
Cada quien puso de su parte,
cada quien hizo concesiones y todos ganaron, especialmente una ciudadanía que
durante décadas vivió bajo el miedo. No hubo pases de factura, no hubo
exclusiones. De ahí nació una democracia monárquica, y a la vuelta de los años
los socialistas se convertían en primera fuerza política. Un Rey y una fuerza
de convicciones de izquierda se entendían para bien del Estado español y de la
población. También hubo un pacto económico, entre Gobierno, empresarios y
principales fuerzas sindicalespara hacer frente a una inflación que rondaba el
25 por ciento. Una tontería si la comparamos con la que hace estragos en los
bolsillos de los venezolanos. .
Aquí no tenemos rey, ni un
Adolfo Suárez, un Fraga Iribarne, no un Santiago Carrillo. Tampoco una
Pasionaria, como Dolores Ibárruri, luchadora contra la oscurana franquista.
Pero tenemos la urgencia de entendernos y de evitar derramamiento de
sangre, violencia, mas represión y muerte. El entendimiento, un pacto, ya
no de La Moncloa, pero sí de Miraflores, por ponerle un nombre, es lo que nos
puede salvar del barranco hacia el cual nos dirigimos sin freno en medio de una
carretera resbaladiza.
Así como ocurrió en España,
habrá gente, mejor dicho, hay gente a la cual no le interesa un acuerdo o
un pacto a la venezolana, pero el interés de esos pocos, por muy poderosos que
sean, no puede ni tiene por qué estar por encima de las necesidades
concretas de treinta millones de personas que habitamos en esta tierra de
gracia hoy en desgracia . Un pacto por Venezuela puede unir a chavistas y
opositores en un nuevo esquema en el cual el pueblo pueda decidir quien es
mayoría, y se pueda garantizar que en una nueva situación todos tenemos espacio
en el marco de la constitución y las leyes.
Esta propuesta tiene sus
detractores, pero es racional, viable y sobre todo necesaria. Por si fuera poco
es la menos costosa. Ya hemos pagado suficiente.
16-10-16
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