viernes, 28 de octubre de 2016

Recuperar la civilidad, para salvar la patria por @luispespana


Por Luis Pedro España


Quizás la peor tragedia de nuestro continente ha sido cuando los soldados se meten a políticos. Dicho de otra manera, cuando los militares se alejaron de la política, fue cuando Latinoamérica concretó sus mejores épocas. El continente cambio favorablemente cuando la institución armada dejó de ser actor político para consolidarse como institución del Estado. Cuando pasó de gobernante e injerencista, ha subordinado y obediente del poder civil.

Los ejemplos son tan abundantes que citarlos no es sino desperdiciar el espacio de un breve artículo. Conformémonos con indicar que la desmilitarización de la región en los años ochenta y la consolidación definitiva de su carácter democrático y civil, fue el inicio de un proceso continuo de desarrollo y bienestar, el cual, si bien no ha sido con la velocidad que todos quisiéramos, es innegable el avance y respeto por los derechos y la vida humana, en comparación con todas las etapas militaristas que vivió América Latina en su pasado.

Venezuela, a diferencia de nuestros países hermanos, ha recorrido una senda muy diferente. El sistema instaurado desde 1999 abrió las puertas para la politización militar. Sea porque la propugnación del modelo provenía de los cuarteles, fuera porque el personalismo del sistema no podía desprenderse del uniforme militar, o simplemente porque el poder civil (representado en partidos e instituciones desprestigiadas) terminó entregándose a la aventura del ahistórico proceso que vivimos; en el presente tenemos un discurso legitimador de la injerencia militar en política que ha funcionado como jurisprudencia extra-constitucional que habilita a los jefes militares a comportarse, tal y como los hemos visto en los últimos días.


En la medida en que este gobierno deslegitimado y sumido en la impopularidad, pero aferrado al poder con las garras y los dientes, de quien sabe que oscuros interés, se agrava aceleradamente, esa habilitación del soldado en la política, se hace más cruenta y recurrente, encaminándonos a lo que podría ser de facto, y para desgracia de todos, el primer intento, la nueva aproximación o re-inauguración de un gobierno militar del siglo XXI.

El proceso constitucional previsto para librarnos de ese mal, la consulta al pueblo, fue pateada por los intereses y los personeros que hoy, con la desfachatez que viste su hipocresía, llaman a un dialogo que tiene más intermediaros que objetivos, más gesticulaciones que concreciones y, no se me ocurre otra cosa, más intensiones de salvar al gobierno que de salvar al pueblo de sus padecimientos.

El gobierno, en su eterna dobles, en esa postura malandra que coloca la mentira y el engaño como mampara para ocultar las intenciones trasgresoras, muestra la carta del diálogo con la misma intensidad que las declaraciones amenazantes y las sentencias penales en contra de los líderes de la oposición. Así, sin gestos de confianza, resulta muy difícil que lo deseable, que lo que todos aspiramos sea realidad: salir del atolladero de la ingobernabilidad presente sin la necesidad de que medien los militares.

Así las cosas llegamos al borde del renacer militarista porque el gobierno pateo la mesa. Se inventó una excusa para impedir la consulta popular. Ese hecho, aunque para muchos es un dato del tablero que había que calarse, no puede desconocerse o, peor aún, no puede ser sustituido por una opción de negociación a ciegas, donde nadie garantiza (ni siquiera el Vaticano) para qué y sobre qué, será el diálogo.

Por lo pronto estas líneas se escriben en los albores de lo que será una muestra más de fortaleza y popularidad por una salida que ponga por delante la voluntad del pueblo. Ayer fue la protesta a favor de aquello que tanto nos sirvió en los años sesenta para estabilizar al mejor régimen político que a la fecha hemos tenido. Hoy ese eslogan de los sesenta de “votos si, balas no”; habrá que transformarlo por “civilidad si, militarismo no”, sólo así, se salvara la patria. 

27-10-16




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