Por Miguel Ángel Latouche
Hay gente que vive de
espejismos, que se mueve entre las sombras intentando construir visiones que le
permitan enmascarar la realidad. La alienación de algunos les lleva a encontrar
explicaciones sencillas a situaciones complejas. Como si este drama colectivo
que vivimos no fuese más que un problema coyuntural, que se resuelve con una
elección, con el cambio de una élite por otra, con una vuelta al pasado o
invocando a los héroes. La verdad es que uno debería poder reconocer que la
situación es lo suficientemente grave como para dedicarle algunos minutos a la
reflexión sesuda. La verdad es que acá no hay nadie pensando en la necesidad de
construir un proyecto de sociedad con viabilidad en el largo plazo.
Nuestra discusión pública se
limita a la malquerencia con la cual unos y otros nos vemos las caras. La
verdad es que más que un país somos un montón de gente que vive junta, que
sufre, unos más y otros menos, los embates del mal gobierno, la corrupción, la
ineficiencia y la estupidez generalizada. Estamos construyendo un país que se
destruye a sí mismo, que se come desde adentro, que sufre una profunda
enfermedad social de difícil solución. Se trata de un inmenso circo político en
el cual cada uno de nosotros representa un papel que ya resulta agotador. La
verdad es que uno se siente cansado de esta dinámica abominable de dimes y
diretes interminables, de insultos, acusaciones y amenazas. Nuestro discurso
político sigue, con las excepciones correspondientes, la lógica burda y
rastrera de los botiquines de antaño.
Así las cosas, se hacen
evidentes las dificultades para construir los acuerdos que requiere la
convivencia democrática. Es evidente, en consecuencia, que cada vez nos
alejamos más de una construcción democrática sanamente instituida, cada vez nos
movemos más cerca de la imposición autoritaria, cada vez la sociedad se
encuentra más desguarnecida ante los embates de un poder que se hace omnímodo,
que ha caído en la tentación, que percibe que los límites ante la imposición
total de las formas rudas del poder son tenues, que no tiene nada al frente que
sirva de contrapeso.
Así nuestra discusión se
limita a los tecnicismos. Como si la dimensión de nuestra situación particular
fuese pura y simplemente un asunto jurídico o tuviese que ver exclusivamente
con el quehacer de los economistas. En realidad el asunto que tendríamos que
estar revisando es el que tiene que ver con las posibilidades de la convivencia
colectiva más o menos coherente en un país en el cual prevalece la
desconfianza, la intolerancia, el fanatismo. Solo un miope puede no darse
cuenta de que los venezolanos estamos frente a una situación de violencia
potencial que pudiéramos no haber presenciado en la historia reciente de este
país.
La división que se ha
impuesto entre unos y otros hace imposible que veamos hacia el futuro, que
marquemos una ruta para la inclusión. La verdad es que nos encontramos
atrapados en medio de la destrucción del país. Si uno lanza la mirada alrededor
puede ver fácilmente como se ha deteriorado la infraestructura, como nos hemos
ido empobreciendo. Hay, sin duda, una política dirigida a destruir lo que queda
de la clase media a sustituirla por una nueva burguesía afecta a los contenidos
del proyecto político que se encuentra instalado en el gobierno. Si esto es así
uno tendría que concluir con que no bastan las alianzas electorales, el país
requiere de algo más. Es necesario redescubrir el tiempo para la política con
significado, con la mirada puesta hacia adelante. Ya sabemos suficientemente
que el Gobierno Nacional lo ha hecho mal, que no ha satisfecho las necesidades
de la gente, que son ineficientes. Ya basta de hablar de lo que sabemos, es
necesario reinventar el discurso para empezar a decir cuál es la ruta
alternativa que se le propone al país.
Acá hay mucho discurso
vacio, mucha consigna que ha perdido significación. Es necesario construir un
mensaje que inspire a la gente a votar a favor de una idea y no en contra de
otra. Es necesario comprender la necesidad que tenemos de reconciliarnos, de
reconocernos, de reinventarnos como sociedad. Mientras el resto de América
Latina se proyecta hacia el Siglo XXI, los venezolanos seguimos en las luchas
intestinas que caracterizaron al XIX. Al parecer estamos condenados a llegar
tarde a los inicios de cada nuevo siglo de nuestra vida republicana. Uno no
sabe si es un asunto de mala maña o de mala leche.
19-10-16
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