Por Ángel Oropeza
Una vez que el gobierno
decide suspender el referéndum revocatorio y cualquier válvula de escape
electoral a la crisis, ¿qué cree que puede o debe hacer usted ahora?
La pregunta la hicimos en un
estudio nacional que acaba de realizar la UCAB como parte de una investigación
sobre actitudes de los venezolanos hacia su país y su realidad política. Las
respuestas obtenidas obligan a una necesaria reflexión: 24,4% de los
encuestados cree que no pueden hacer nada; 20,2% opinan que lo mejor es seguir
las instrucciones de la MUD sobre lo que hay que hacer; 23,4% afirma que se
dedicará ahora a sus cosas personales, y 25,3% no sabe o prefiere no contestar.
Hay además 2 porcentajes marginales de respuestas: 5,2% que dice estar
dispuesto a ir a la calle a enfrentar al gobierno y no moverse de allí hasta
que Maduro se vaya, y un escuálido 1,5% que piensa celebrar porque el gobierno
sigue mandando.
Si bien es importante que
uno de cada cinco venezolanos está a la espera de directrices por parte del
liderazgo democrático sobre qué hacer ahora, proporción de suyo bastante
aceptable, no deja de llamar la atención que tres de cada cuatro, frente al
escenario actual, no tengan respuestas, crean que no pueden hacer nada o
piensen ingenuamente que pueden escapar de él escondiéndose en sus propios
asuntos.
La investigación además
arrojó, entre otros, 2 datos que merecen ser resaltados. Por una parte, ya
alcanza a 93% la población que opina que su país está mal o muy mal. Pero
además, un altísimo 78% piensa que ellos y su familia, en lo personal, también
lo están. Hay que recordar que este dato sobre percepción de malestar propio se
ha encontrado en la literatura sobre crisis sociales como un indicador peligroso
de conductas antinormativas y violentas. Y si bien nadie ha podido nunca
predecir eso que llaman “explosiones sociales”, dada la multicausalidad de
factores que concurren en su aparición, lo cierto es que en nuestro país se
está jugando a acumular mucha paja seca cerca de la chimenea.
Un venezolano así, que cree
que su país está mal pero él también, y al que le cierran las válvulas para
escapar de la crisis, se vuelve conductualmente un acertijo. ¿Cómo podría
reaccionar si su situación de deterioro continúa, como es seguro que ocurra, y
no se le abren opciones?
Al menos dos escenarios son
posibles. Uno, que la desesperanza termine por agotar su capacidad de lucha y
resistencia, y dé paso al acostumbramiento y la resignación ante lo que termina
por considerar inevitable y superior a sus fuerzas. Este escenario, si bien es
posible, no parece tan probable en el corto plazo, dadas las altas cifras de
conflictividad social que se mantienen, retando incluso la tendencia histórica
a disminuir en los últimos dos meses del año.
El otro escenario es la
adopción de conductas anárquicas y violentas por parte de sectores de la
población, como reacción desesperada y catártica ante la invisibilidad de
opciones para superar su desamparo y su calvario. El riesgo de este tipo de
respuestas, especialmente cuando ocurren de manera desordenada y sin norte, es
que terminan en contra de la propia gente, y justificando la represión del
gobernante y su eventual fortalecimiento.
Por supuesto, existe un
tercer y deseable escenario, en el cual el descontento y la presión popular se
conjuguen con el resto de las modalidades de la lucha política para que su
efecto se potencie en términos de utilidad y fuerza. Pero recordemos que, de
acuerdo con lo encontrado, tres de cada cuatro de los venezolanos no sabe muy
bien qué es lo que habría que hacer para superar la crisis, y mucho menos cree
que él pueda hacer algo.
Frente a este venezolano
sufriente y confuso, es entonces prioritario asumir una estrategia apremiante
de docencia social para darle direccionalidad política a este descontento,
ofrecer una hoja de ruta creíble para la lucha con sentido, y tratar de
canalizar la rabia para que no se devuelva contra la propia gente. Este es el
reto más urgente de quienes no quieren jugar a escenarios sorpresa.
29-11-16
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