Por Fernando Mires
A comienzos de 2016 la
oposición venezolana vivía todavía el optimismo del extraordinario triunfo
electoral de la MUD (sí, de la MUD) del 6-D. A fines de 2016, esa misma
oposición despide el año, desorientada frente a dos aparentes derrotas.
Aparentes, repetimos.
La primera, la del Referendo
Revocatorio 2016, no fue una derrota en el exacto sentido del término. La del
fracasado diálogo lo fue solo en parte. Pero lo fue también para el gobierno.
En el peor de los casos, una derrota compartida.
El Referendo Revocatorio
2016 fue la demostración genuina de como un pueblo puede llegar a organizarse
políticamente alrededor de sus líderes cuando los objetivos a cumplir son
claros y precisos.
La liquidación del Referendo
Revocatorio 2016 distó de ser una victoria del régimen. Al destruir esa
posibilidad, el régimen se puso a sí mismo fuera de la ley. Hecho que no
tardaría en expresarse internacionalmente.
La repulsa internacional que
hoy revienta en la cara de Maduro es consecuencia de su proceder frente al
Referendo Revocatorio 2016. Las enormes movilizaciones de masa que surgieron
después de la ruptura constitucional con respecto al Referendo Revocatorio
2016, mostraron como la oposición —con sus dos grandes “tomas”, la de Caracas y
la de Venezuela— estaba en condiciones de apoderarse de las calles, otrora
espacios del chavismo. La petición de auxilio al Papa, hecha a última hora por
Maduro, rechazada antes por el mismo mandatario, fue para el chavismo solo una
momentánea tabla de salvación.
Cármen Beatriz Fernández ha escrito de
modo inteligente que el gran error de la MUD no fue haber aceptado ese diálogo.
En verdad, bajo las condiciones imperantes no podía sino aceptarlo. El gran
error fue frenar las movilizaciones cuando estas habían llegado a su punto más
alto. Con ello la MUD contravino uno de las normas básicas de la política: la
de no frenar jamás a los movimientos de masa cuando estos se encuentran en su
fase de ascenso. Más todavía cuando no se dispone de ninguna otra fuerza de
presión frente a un régimen de notorias características militares.
Pero hubo quizás otro error.
No haber sentado con meridiana claridad los principios del diálogo. Esos
principios eran (y son) tres:
1. Liberación inmediata
de todos (léase, todos) los presos políticos.
2. Elaboración de un
cronograma electoral para los años 2016 y 2017.
3. Devolución de las
atribuciones que corresponden a la AN y reintegración del TSJ a las tareas que
le corresponden dentro del ámbito legal.
Cuando después de una semana
los miembros dialogantes del Ejecutivo dieron claras muestras de no estar dispuestos
a cumplir ninguno de esos tres principios, la MUD debió haber declarado el
diálogo por finiquitado.
Lamentablemente dentro de la
MUD logró imponerse una tendencia cuyo propósito era continuar el diálogo por
un tiempo indefinido. Que dentro de esa tendencia hay grupos y personas cuya
práctica bordea la colaboración con el régimen, ya parece ser una evidencia.
La MUD, después del
fracasado diálogo, deberá deshacerse o por lo menos neutralizar a los gestores
internos del colaboracionismo so pena de perder una credibilidad que durante el
transcurso del diálogo alcanzó un alto grado de deterioro. Esa, en lugar de una
autocrítica verbal, puede ser la primera condición para retomar el camino y
poner en práctica la tarea que Trino Márquez ha denominado muy bien como “la
reconexión”. Una reconexión no imposible. No lo es si se toma en cuenta que los
tres principios nombrados están lejos de haber sido cumplidos.
Fue justamente la ausencia
total de voluntad para hacer cumplir esos tres principios la razón por la cual
el régimen decidió patear la mesa servida por El Vaticano. Esos principios, así
ha quedado demostrado, son, para emplear una expresión gramsciana, “las
ideas-fuerzas” de la oposición. Por lo mismo, aunque el Referendo Revocatorio
ya no aparezca en la agenda, los principios que le dieron sentido, razón y
vida, continúan vigentes.
El régimen ha bloqueado a
dos salidas posibles. La del diálogo y la del revocatorio. La del diálogo no es
tan preocupante, toda vez que tarde o temprano deberá haber diálogo, aunque en
condiciones de tiempo y lugar muy diferentes a las que llevaron al fracasado
diálogo de Diciembre.
La destrucción del Referendo
Revocatorio sí fue gravísima. Y lo fue no por lo que el Referendo Revocatorio
significaba en sí. Lo fue porque el Referendo Revocatorio 2016 llevaba a la
política a su forma natural: nos referimos a la forma electoral. La destrucción
del Referendo Revocatorio 2016 amenaza —esta es la gravedad del problema—
romper con la continuidad electoral de la vida política venezolana.
Con el fin del Referendo
Revocatorio 2016 no desapareció una opción plebiscitaria. Desapareció una
opción electoral. Ese es el punto. Punto que lleva a la deducción de que todo
el sistema electoral venezolano se encuentra, en sus propios cimientos, amenazado.
En otras palabras, hay claros indicios de que el sistema electoralista
institucionalizado por Chávez podría estar llegando a su fin. Vale la pena
insistir sobre este tema pues de una manera u otra marcará el curso de los
acontecimientos que tendrán lugar durante el año 2017.
¿Por qué destruyó Maduro al
Referendo Revocatorio 2016? La respuesta obvia es: porque estaba destinado a
perderlo. Si hubiera habido una mínima posibilidad de derrotar a la oposición
en el Referendo Revocatorio como lo hizo Chávez en el 2004, nunca Maduro habría
rehuido al Referendo Revocatorio. De este modo fue confirmada una tesis que
hasta la destrucción del Referendo Revocatorio 2016 no había podido ser
probada: El régimen aceptará las contiendas electorales solo cuando esté seguro
de ganarlas. Si, en cambio, existe la posibilidad de perderlas, lisa y
llanamente las suprimirá.
De hecho, el hostigamiento a
la AN muestra como el régimen está dispuesto a desconocer la voluntad popular
cuando esta no le favorece. Incluso sus personeros creen sentirse amparados por
una ideología. Se trata de una ideología transmitida por Fidel a Chávez y por
Chávez a Maduro. Es la ideología de la revolución cubana.
Lo han dicho muy claro Jaua
y Cabello: el poder no se negocia. De acuerdo a esa premisa, las elecciones son
solo expresión de la “ideología burguesa”. Por lo tanto, realizar y concurrir a
elecciones no es para ellos actuar de acuerdo a normas ciudadanas. Solo se
trata de apropiarse de un instrumento de dominación de “la burguesía” para ponerlo
al servicio de “la revolución”.
Pobres de espíritu e incapaces de elaborar
cualquiera idea abstracta, están convencidos de que les asiste la razón de la
historia y de que ellos serán los encargados —sepa el cuervo por qué— de
realizarla. Son sin duda maleantes en el poder. Pero son maleantes con
ideología. Eso los hace más peligrosos.
Aquellos miembros de la
oposición que seguramente pensaron en deshacerse del Referendo Revocatorio 2016
para abrir el camino a futuras elecciones en las cuales según todas las
encuestas Maduro no podía sino perder, no entendieron el nudo del problema. No
entendieron por ejemplo que el Referendo Revocatorio 2016 era también una
elección y que si permitían cerrar el camino electoral trazado por el Referendo
Revocatorio 2016, sería sentado un precedente para que en el futuro próximo
fueran cerradas todas las vías electorales que condujeran a una derrota
aplastante del régimen (es decir, a todas las elecciones por venir). Pues
perder el poder, ya sea en una elección revocatoria, ya sea en elecciones
regionales y municipales, contradice el meollo ideológico del castro-chavismo.
“El poder cuando se tiene no
se entrega” era un dogma de la ideología revolucionaria de las izquierdas
anti-democráticas de América Latina. Fue la razón por la cual el régimen
no solo destruyó al Referendo Revocatorio, sino también a la posibilidad de que
las elecciones del año 2016 tuvieran lugar. Para decirlo en clave de síntesis:
Maduro a diferencia de Chávez no es populista porque no tiene pueblo pero tampoco
es electoralista porque no tiene detrás de sí a ninguna mayoría electoral.
Todo indica entonces que una
de las tareas centrales para la oposición será, no la lucha electoral, sino la
lucha por las elecciones. Ojo: son dos cosas diferentes.
La lucha electoral es el
medio del cual se sirven los sistemas democráticos para asegurar sus formas de
reproducción política. Por eso todos los partidos en democracia son
electoralistas. En regímenes no democráticos, autocráticos y dictatoriales, la
lucha antes de ser electoral, debe ser por las elecciones.
Elecciones libres y
periódicas fue el lema central de los movimientos democráticos que pusieron fin
a las dictaduras comunistas del siglo XX. Todo indica entonces que ese puede
llegar a ser también uno de los lemas centrales de la oposición venezolana
durante el difícil año 2017.
El hecho objetivo es que el
proyecto de poder de Maduro ya no pasa por la vía electoral. Cualquiera
desviación de esa vía por parte de la oposición solo podría, en consecuencias,
favorecer al régimen. Es precisamente lo que quiere Maduro: Gobernar sin
elecciones, imponer el peso de las armas por sobre la Constitución, prohibir a
los partidos y organizaciones políticas en nombre de un poder popular que nadie
sabe dónde está. En fin, castrismo puro. Y Maduro, así como los suyos, son
castristas. Radical y perversamente castristas.
¿Destituir a Maduro? Desde
un punto de vista emocional y simbólico — y la política es emocional y
simbólica— es perfectamente entendible que sectores de la oposición manejen esa
posibilidad. Eso no puede, sin embargo, hacer olvidar que Maduro no es Maduro.
Maduro es solo el rostro —si se quiere el más desagradable— de un orden
político-militar.
No hay que olvidar: No
estamos frente a un régimen de corte personalista como ha habido tantos en la
historia latinoamericana. Maduro no es un caudillo insustituible (ni siquiera
Fidel Castro lo fue). La oposición está enfrentada no solo a un dictador sino a
todo un sistema de dominación política y militar. Esa es la tragedia
venezolana. Con Maduro o sin Maduro, el sistema continúa.
Pero la oposición,
representada en la MUD, no está sola. Ni dentro ni fuera del país. Los mejores
intelectuales, los más calificados profesionales y la gran mayoría del pueblo,
son de oposición. Esa oposición sigue siendo mayoría en un país azotado por la
más profunda crisis económica que es posible imaginar. Crisis que esa mayoría
identifica con Maduro y su régimen.
La AN es el órgano
constitucional deliberante del pueblo mayoritario y de los partidos de la MUD.
Unidos todos en la acción frente a objetivos comunes claramente trazados (como
fue, por ejemplo el Referendo Revocatorio 2016) tienen amplias posibilidades de
impedir que en Venezuela el castrismo, disfrazado de madurismo, logre echar
nuevas raíces.
Chávez y Fidel están
muertos. El madurismo se irá con ellos. Pero dejarán detrás de sí a sus
amenazas, a sus metralletas y, no por último, a la maldad que ellos sembraron.
Duros serán los caminos del 2017.
Deseo a mis queridos
lectores y a los no tan queridos también, que los próximos días de Navidad se
conviertan en una breve pausa en donde prime el pensamiento y la reflexión.
Con ustedes: Fernando Mires.
16-12-16
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