AMÉRICO MARTÍN 06 de septiembre de 2019
@AmericoMartin
Necesitamos
un debate honesto que permita comprender sin tergiversaciones intencionadas lo
que digan los factores decisivos de la polarizada Venezuela. Al levantarse de
la mesa de Barbados mientras la oposición dirigida por Guaidó-AN permanece en
ella, el bloque en el poder pone de manifiesto su temor a afrontar el gravísimo
problema, la tragedia histórica más sombría en la que nos ha sumido el pomposo
socialismo siglo XXI. Y además, pone en negro sobre blanco la sinceridad de las
partes en el tema de la negociación de salidas incruentas y electorales.
Si
se quiere avanzar y no hacer teatro al respecto, lo procedente es mantener una
atención analítica y objetiva de lo que el contrario diga. Es infantil e
indigno de una dirección política seria que, en éste, el más difícil de los
trances, se dedique con lupa a magnificar equívocos, equivocaciones o ligerezas
del otro con el fin de tergiversar a sabiendas sus ideas. Escucho decir, como
para justificar el disparate de retirarse de la mesa en protesta por recientes
sanciones contra miembros del círculo del Poder, que Juan Guaidó habría pedido
al Comando Sur la “invasión de Venezuela”. No obstante alguna ligereza que en
este ambiente de pasiones y presiones a cualquiera se le hubiese podido
escapar, el conjunto de sus declaraciones y los hechos mismos demuestran que
eso sencillamente no es verdad. Su política es la que puede verse y no la que
pueda suponerse.
Lo
que muchos no entienden o hacen como que no entienden es que no hay una, sino
dos negociaciones, que no terminan de formalizarse. Las que por caminos algo
inciertos -lo cual no les resta importancia- contraponen, alrededor de las
sanciones, al gobierno de EEUU y el de Maduro; y las que atañen solo a los
venezolanos y se refieren a la posibilidad de encontrar una deseada salida
pacífico-electoral a la cada vez más cruel crisis que nos apabulla. Cuando,
invocando las últimas sanciones norteamericanas, la delegación madurista se
retiró de la mesa de Barbados, incurrió en un típico pretexto para justificar
lo injustificable. En ese momento no sabía, no podía o factores internos no le
permitieron seguir con el primer punto de la agenda que, como saben hasta las
piedras, se refería a un nuevo CNE creíble en función de elecciones
transparentes y supervisadas, y se aferró al punto de las sanciones acusando a
la AN de apoyarlas o dictarlas.
La
AN no dicta ni pide sanciones. Es esa materia exclusiva de la Administración
estadounidense, conforme a su ordenamiento legal. Las ha emitido con base en
acusaciones de narcotráfico o de violación de derechos humanos.
Por
eso la acusación contra Guaidó es estólida, aparte de que no aclara cuándo o si
volverán a la mesa. ¿Lo harán algún día? Al no emitir señales de su interés en
negociar revelan un peligroso desinterés en la fórmula menos sangrienta para
Venezuela. ¿Se proponen desenterrar el hacha de la guerra? Difícil imaginar que
no estén convencidos de que sufrirán una derrota fulminante. ¿Quieren ganar
tiempo para que el triunfo de la democracia, la libertad y la prosperidad no
los excluya? En ese caso deberían reflexionar sobre la firme convicción de
quienes habiendo sido sañudamente perseguidos hoy, no se convertirán en los
perseguidores de mañana. Porque Justicia sin impunidad es una cosa; venganza
cainita, otra, cuya oficialización abriría
una tenebrosa espiral retroalimentándose con la alternación en el mando.
El
poder actual será desplazado sin manchar de sangre la flamante nueva democracia
ni la libre voluntad del pueblo que la erigirá
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