Por Hugo Prieto
En las líneas que siguen,
Alfredo Infante, sacerdote jesuita, párroco de San Alberto Hurtado (parte alta
de La Vega) y coordinador de Derechos Humanos del Centro Gumilla, hace un
recorrido —absolutamente necesario— por la polarización que hemos vivido a lo
largo de este siglo. De lo contrario, ¿Cómo podría llegar a una conclusión? Del
balance que hace, no voy a adelantar nada, ni hacer un spoiler. Claro, a
los que quieren respuestas sin detenerse a pensar por un momento, les
encantaría ahorrarse ciertas cosas. Pero todos sabemos que el país está en
terapia intensiva y lo que eso significa: Un diagnóstico difícil. Una
mortificación que podría perturbar nuestra <<zona de confort>>
político. Tengamos en cuenta cómo llegamos hasta acá y por qué seguimos en el
abismo. Infante prefiere ser una voz en el desierto, antes que complacer a
audiencias aturdidas por el síndrome de Estocolmo que produce la polarización.
La polarización de la
sociedad venezolana ha trazado, con sus altas y bajas, toda una trayectoria en
lo que va de siglo. ¿Usted cree que se ha producido un cambio cualitativo o en
la naturaleza de la polarización?
Cuando irrumpe el chavismo,
el país vive una fuerte polarización entre dos proyectos políticos. Uno
representado por Chávez, que interpretó, en cierto sentido, muchas expectativas
de cambio que la gente tenía. Ese discurso conectó con una parte importante de
la sociedad, con una mayoría que —en los últimos años de la democracia— había
experimentado una gran exclusión. Chávez capitalizó ese descontento y con su
discurso amalgamó a gran parte de la población. Ofreció, diría, un camino de
esperanza. Otro sector, muy importante de la sociedad, estaba pensando en un
modelo distinto, digamos, de corte neoliberal. Alrededor de esa opción había
gente que no necesariamente se identificaba con ese modelo. Pero desconfiaba de
lo que podía pasar con Chávez. Esos dos polos, incluso, estaban muy
identificados geográficamente. En Caracas, por ejemplo, el polo opositor a
Chávez estaba en el este de Caracas, mientras que el chavismo estaba en el
oeste y el resto de la ciudad. Entonces, la polarización de los proyectos
políticos, quiero subrayar esto, se expresaba orgánicamente en sectores
sociales. En ese momento, la política interpretaba a la gente. Posteriormente, aparecieron
los <<ni ni>>, el centro que no se identificaba con ninguno de esos
dos polos. Entonces, la polarización no era solamente de carácter ideológico
sino de carácter social.
Pareciera que todo estaba
definido y que el chavismo se sentía cómodo con la expresión ideológica,
política y hasta geográfica de la polarización.
Absolutamente. Esa expresión
geográfica —Caracas: este-oeste; Maracaibo: norte sur— legitimaba al chavismo
como el gobierno de los pobres. Aunque había oposición en los barrios. Electoralmente,
sin duda alguna, eran la mayoría. Eso les daba imagen internacional. El
chavismo interpretaba las necesidades y las aspiraciones de los sectores
populares. Y por eso, en signo contrario, los escuálidos que sólo
piensan en aumentar sus riquezas. Ese discurso caló en la izquierda
internacional europea, en los círculos académicos, en fin, en la izquierda de
cafetín. Veían a Venezuela como el lugar donde se estaba gestando una nueva
revolución. Además de imagen, eso era marketing político internacional para
capitalizar simpatías.
¿Qué ocurrió en 2007
entonces?
Para ese momento, Chávez
pensó que lo podía hacer todo y se planteó el tema de la reforma
constitucional. En realidad, no era una reforma sino una propuesta de
Constitución, que dejaba atrás la Carga Magna que se aprobó en el 99. Hubo un
movimiento importante de descontento ante esa propuesta, incluso en el seno
mismo del chavismo. Sectores de la sociedad civil y del propio chavismo se
articularon para ir en contra de lo que se proponía en esa consulta. Eso marca
un hito importante. Porque hubo un rechazo, no sólo de la oposición clásica,
sino de diferentes sectores sociales. Se comienza a ver —en los sectores
populares—, un distanciamiento importante del proyecto chavista, entre otras
cosas, porque lo que allí se estaba planteando era toda una militarización de
la sociedad. Hay un deslizamiento, digamos un signo distinto, y la polarización
deja de tener esa expresión geográfica —este oeste, ricos pobres—. Muchos
pobres votaron en contra de esa propuesta de Constitución. Ahí comienzan a
meter las leyes habilitantes, entre 2005 y 2010, lo que va a generar un gran
descontento, aunque el control político y electoral de las zonas populares
sigue en poder del chavismo. Se van dando desplazamientos.
Ya no podemos hablar de que
el chavismo se sienta cómodo o incluso de la composición geográfica de la
polarización. Sin embargo, la polarización sigue siendo parte del ecosistema
político y social venezolano. ¿Cuál es la naturaleza del cambio que se operó?
Lo que pretendo mostrar, con
este recorrido, es cómo se pasa de una polarización orgánica —cuyos polos se
vinculan política y socialmente con sectores importantes de la población— a una
polarización inorgánica, que es la que tenemos actualmente. Entonces, tenemos
que ver la trayectoria. En 2007, aunque sigue la polarización orgánica, va
perdiendo terreno, se va desplazando, porque el chavismo ya no interpreta las
demandas sociales. Hay que reconocer que en los primeros años hubo una
movilización porque la gente se sintió interpretada. Y eso es lo que yo llamo
polarización orgánica. Pero después de 2007, ya no se moviliza por esa razón
sino porque comienzan a funcionar los mecanismos de chantaje político y
económico. Por vía de las leyes habilitantes (y hasta el 2010) se comienza a
tomar decisiones que desconocen la voluntad de la gente expresada en el
referéndum constitucional. ¿Qué significa eso? Que los mecanismos de imposición
y de chantaje prevalecen sobre las convicciones del proyecto político. Y por
eso, en ese momento, se rearma, se reconfigura la oposición en la Mesa de la
Unidad Democrática y esa recomposición va a tener como resultado un
significativo avance electoral en las elecciones legislativas de 2010. Si bien
el chavismo sigue siendo mayoría. Ya desde el punto de vista electoral ha
habido un desplazamiento importante hacia la oposición.
Eso ocurre, prácticamente,
sin que la oposición haga mayor cosa.
Así es. Tiene que ver más
con ese desplazamiento que va de la convicción al chantaje en el chavismo.
Aunque hay que reconocer que la oposición, en ese momento, se rearma en la Mesa
de la Unidad Democrática y, por primera vez, va unida. Entonces, capitaliza el
voto castigo.
Estamos hablando,
estrictamente, del terreno electoral. Pero no del terreno político o del
terreno social. Ahí es donde el voto castigo no es suficiente, digamos, para
darle la vuelta a la tortilla. ¿Qué sigue a continuación?
Lo que se va viendo es un
desmarcaje importante de los sectores populares con el chavismo y obviamente el
voto castigo que, lamentablemente, la oposición va a leer como un triunfo, que
lo es desde el punto de vista de los resultados. Pero desde el punto de vista
de la vinculación social… No. Había que tener mayor cercanía, una mayor
capacidad de escuchar y entender las necesidades de la gente para ir
constituyendo un proyecto. Eso no se leyó así. Se leyó como un triunfo y en las
elecciones Chávez—Capriles de 2012 la oposición, por primera vez, se convierte
en una fuerza política importante. Se van dando esas reconfiguraciones. En esa
campaña, el chavismo hace uso del ventajismo, de su control institucional y un
líder de la talla de Chávez utiliza su enfermedad, en realidad la emotividad de
los venezolanos, para capitalizar votos. Pero en las elecciones de 2013, Capriles—Maduro,
si bien estamos en una polarización, ya el chavismo no es mayoría, incluso se
dice que ganó Capriles, pero todo eso está en discusión, ¿verdad? Lo que sí
mostró el resultado de esas elecciones es que el chavismo ya no es mayoría, que
Capriles logró capitalizar una parte muy importante del electorado. Yo recuerdo
una frase de José Vicente Rangel a ese propósito, en la que decía, por el bien
del país, que era necesario un diálogo y una negociación entre ambas partes,
precisamente, porque ya nadie era mayoría. Y había una tensión de fuerzas allí
muy importante. Eso se va a expresar después, en las elecciones parlamentarias
(2015) con el arrase de la oposición. Ahí queda muy claro —entre 2013 y 2015—
que el chavismo no es una fuerza electoral capaz de ganar elecciones.
¿Cómo se expresa eso
socialmente?
Hay un voto castigo
importante, un rechazo total al gobierno y la gente opta por la oposición
<<para ver qué pasa>>.
Podemos decir, para ese
momento, que no hay una polarización orgánica, lo que hay es el voto castigo. Y
la pregunta es: ¿La oposición siguió leyendo eso como un triunfo solamente?
La oposición leyó eso como
un triunfo y, desde el punto de vista social, creyó que gran parte de la
población —que había votado por la tarjeta de la MUD— lo hacía porque estaban
de acuerdo con ellos. No lo vieron como un voto castigo y, entonces, sintieron
que tenían una importante legitimidad social. Realmente, la gente castigó al
chavismo, dándole una oportunidad a la oposición <<a ver qué pasa>>
y como no supieron leer eso y más aún, como tampoco supieron conectarse con la
gente, pues terminaron, poco a poco, despolitizando a la sociedad. Y por eso,
yo hablo hoy de una polarización inorgánica. Es decir, son dos polos que están
luchando por el poder, pero de espaldas al cuerpo social. No logran
interpretar, genuinamente, las aspiraciones del cuerpo social. Por eso están
ambos en una tendencia creciente de descontento.
A estas alturas, no
solamente hay un descontento social que se expresa a lo largo y ancho de Venezuela.
Igualmente, hay —y en esto quiero indagar— un descontento absoluto con la
política. Quizás porque la política no le ha dado respuesta a la gente y, a su
vez, la gente no ha conseguido absolutamente nada con la política. ¿Qué
reflexión haría alrededor de ese planteamiento?
Yo creo que hay un problema
profundo de desconfianza hacia la política, digamos, como camino de resolución
de nuestros conflictos. Y eso es muy paradójico, porque la única vía pacífica
para resolver nuestros conflictos es, precisamente, la política. Entonces,
estamos estancados, porque a consecuencia del mal manejo que han hecho los
operadores políticos del quehacer, de la actividad política, la desconexión ha
sido tal que ha habido una desconfianza muy grande. Hay un descontento muy grande
hacia al gobierno, pero también hacia la oposición. Pero ese descontento no se
queda allí. Por eso suelo decir que no hay crisis política, que es la política
misma la que está en crisis. Y eso lo digo con dolor, porque yo estoy
convencido de que no puede haber solución pacífica en el país sin rehabilitar
la política.
Alfredo Infante retratado por Roberto Mata
Llegamos al verdadero
problema peliagudo que estamos viviendo. Estamos frente a unas elecciones
convocadas por el chavismo y las instituciones que mantiene bajo su control,
bajo el cuestionable argumento de que se cumplió el periodo constitucional,
cuando todos sabemos que aquí se han modificado fechas por cálculos
electorales, pero también estamos frente a la consulta que hace la oposición.
Lo curioso es que ninguna de esas iniciativas va a servir para enfrentar los
problemas del país y la desconfianza en la política, previsiblemente, va a ser
peor. ¿Usted qué piensa?
Lo primero es que estamos
frente a un proceso electoral totalmente inconstitucional, donde va a haber una
gran abstención, no porque la oposición llamó a abstenerse sino porque hay un
gran descontento con la política. Y eso es muy doloroso. Luego, ante un evento
simbólico que es la consulta, que tampoco es constitucional, estamos ante la
posibilidad —después de esa fecha (6 de diciembre)— de estar con dos gobiernos
inconstitucionales. Una gran incertidumbre. Un gobierno inconstitucional con
poder y otro gobierno inconstitucional sin poder. Por otro lado, la gente
resolviéndose el día a día y desencantada con la política. Creo que esto,
lamentablemente, favorece al gobierno, que ha sabido, desde su lógica de poder,
llevar a la oposición a esta orilla, pero una vez que se traspase esa orilla,
la oposición, que está legítimamente posicionada en la Asamblea Nacional,
pasará al margen de la constitucionalidad también. Un escenario… algo así
como: Yo me voy pero ustedes también se van conmigo, yo soy
inconstitucional, pero ustedes también se van a ir a eso.
Hay dos cosas fundamentales
en este tema. Uno. La oposición ha insistido en la famosa salida pacífica,
constitucional y electoral. Eso queda en el limbo. Dos. Después del 6 de
diciembre, la oposición se coloca en el terreno de la inconstitucionalidad.
¿Qué pierde la oposición y cuál sería la situación que vamos a vivir?
Además de toda la erosión de
legitimidad, que produce la despolitización de la sociedad, la oposición pierde
el único anclaje de legitimidad institucional (la Asamblea Nacional). Seguirá
el proceso de desgaste y la pérdida de respaldo social.
No es poca cosa. Pierde un
activo político importante (el parlamento) y diría, además, que pierde un
activo moral, porque hasta el momento, la oposición se había mantenido en el
terreno constitucional.
Eso es lo que posibilitaba la
relación y el respaldo internacional.
El gobierno se queda sin
nada, paradójicamente.
Se queda sin nada, pero se
queda con todo. Al gobierno, desde hace un tiempo para acá, no le ha importado
la constitucionalidad. Sabía que por la vía electoral no ganaba y generó la
desconfianza hacia la institución del voto. Eso significa que no le interesa
para nada la Constitución. Entonces, se queda sin nada. Pero se queda con todo,
porque se queda con el poder.
No va a cambiar la
naturaleza de la crisis. Simple y llanamente vamos a seguir en el abismo.
Así es. Lo que voy
escuchando entre la gente es que, dolorosamente, la mayoría se está poniendo de
espaldas a la política, a la desmovilización, y el discurso que la gente está
manejando es: Si nosotros no hacemos que ocurra, nadie más lo va a
hacer. Yo creo que a pesar de toda esta catástrofe, de este abismo, en
medio de esta despolitización, está naciendo un sentido de responsabilidad
social más profundo, en un sector importante de la gente. No en todos, porque
el cuerpo social es muy diverso y en el barrio hay gente que vive de las
dádivas del Estado. Hay gente que se alegra con el bono, pero también hay mucha
gente que está replanteándose su manera de asumir la crisis, con mayor
responsabilidad y mayor densidad.
¿Cuál sería la expresión
política de lo que está surgiendo?
¿Cómo fuerza política? No.
Lo que veo es una actitud distinta ante el quehacer cotidiano que pudiera ir
configurando una manera diferente de asumir la política. Diría, más
corresponsable.
¿Pero no es paradójico?
Sí, una de las cosas en las
que voy cayendo en cuenta es que la realidad es paradójica. Eso de claroscuro,
no. Estamos llenos de paradojas y dependiendo de cómo vayan siendo los
desenlaces, cómo se interpreten, y cómo se activen los procesos, en esa medida
iremos a una renovación en el cuerpo social de los modos de entender la
política y a los partidos políticos.
Estamos a las puertas de un
proceso político que se va a prolongar en el tiempo, pero que además va a
exigir una actitud distinta del liderazgo. Y la pregunta que le hago es.
¿También estamos a las puertas de un nuevo liderazgo?
Yo creo que no puede haber
ejercicio de la política sin la vigencia de los partidos políticos. Pero los
partidos tienen que replantearse su organización, tienen que releerse, tienen
que resetearse, no pueden seguir siendo partidos estalinistas. Y de esa manera
podrán surgir liderazgos sociales que se conecten con la política. Un nuevo
modo de entender la política desde la sociedad.
22-11-20
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