Por Simón García
La acción debe estar bien
atada a la conciencia. Si no andan juntas, en vez de corroborarse una en la
otra —lo que según la raíz de corroborar es ser como un roble— terminan
anulándose y perdiendo eficacia.
Un régimen anacrónico nos ha
hundido en la destrucción. Desde hace casi un siglo no sufríamos tiempos tan
turbios para la libertad y tan aniquiladores de las condiciones mínimas para
vivir. Tragedia insoportable que pareciera no tener fin, dada la radiografía de
los partidos y de las organizaciones sociales democráticas.
La responsabilidad mayor y
más nociva es del Gobierno. Pero ese hecho no puede aminorar el juicio crítico
sobre la oposición ni desechar análisis sobre las causas de persistentes
errores, recurrentes bandazos y prolongado fracaso. La lealtad con quienes
dirigen no debería apartarnos de la lealtad con la verdad.
El estado actual de la
oposición es la fragmentación. Dirigentes vinagre y líderes aceite, importantes
para el conjunto, prefieren avivar la hoguera de los egos y apuntalar la
creencia de que puede salir del hoyo sin la participación de todos, mientras la
falta de aciertos empuja a cada uno por debajo de la barrera del 5%.
La alarma tiene un
quinquenio sonando, pero suscita más apasionamiento ganar el conflicto en la
oposición que mantener el esfuerzo unitario y concentrarse juntos en debilitar
a un Gobierno que actúa contra el país.
El espejo nos revela una
oposición de corte antiguo, encerrada en el reflejo histórico de un pasado donde
los desacuerdos se dirimen quebrando la botella en la mesa. Predispuestos a
reproducir la dinámica que nos llevó a crear la república, no como un proceso
de integración, sino como un acto de separación. La misma cosiata.
Somos una oposición
convencional, fácil de predecir. Sus confrontaciones siguen la lógica de aquel
personaje que defendía la federación porque sus adversarios eran centralistas.
Si hubieran asumido el federalismo, hubiera brincado a la acera opuesta.
Somos una oposición que ha
fracasado ante un poder rechazado por más del 80% de la población. Justificamos
nuestro erial, culpando a otros de lo que no cultivamos. Las balas no son
solución, tampoco los votos anulados por delirios extremistas o reducidos al
simple acomodo en el sistema autoritario.
La república se está
perdiendo en nuestras manos, a punto de ser un contingente de generaciones que
va a legar a los que están naciendo un país peor que el que recibimos. Aun así
nos cuesta despertar.
Hace falta una oposición
radical que ante el extremismo y la moderación inmovilista asuma la resistencia
pacífica, electoral y democrática. Los que hoy participan en las elecciones no
tienen los medios para sacar la política del juego de tronos y devolverla a la
conciencia y la acción de las mayorías. El abstencionismo juega a favor del
gobierno y seguir en la locura de las agresiones y divisiones sucesivas.
La indiferencia y la
desafiliación consciente seguirán tomando terreno ante la falta de conciencia
dirigente sobre su unificación. A la vuelta del 6D crecerá el 60% de la
población que no cree en nadie. La prosecución de la mudanza del país al
exterior nos recordara que ningún fragmento es percibido como alternativa.
Hay mucho que repensar. El
pueblo, ante tantas incertidumbres y escarmientos de su fe, se repliega. No
está callado ni rendido. Solo aguarda.
Simón García es Analista Político.
Cofundador del MAS.
29-11-20
https://talcualdigital.com/conciencia-y-accion-por-simon-garcia/
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