Francisco Fernández-Carvajal 20 de noviembre de 2020
@hablarcondios
— El sentido de la fiesta. La entrega de María.
— Nuestra entrega. Correspondencia a la gracia.
— Imitar a Nuestra Señora. Renovar la entrega.
I. Nada sabemos de
la vida de Nuestra Señora hasta el momento en que se le aparece el Arcángel
para anunciarle que ha sido elegida para ser Madre de Dios. Llena de gracia
desde el primer momento de su Concepción Inmaculada, la existencia de María es
completamente singular Dios la miró y la custodió en cada instante con un amor
único e irrepetible y a la vez fue una Niña normal, que llenó de gozo a todos
cuantos la trataron en la vida corriente de un pueblo no demasiado grande.
San Lucas, tan diligente en examinar todas las fuentes
que le pudieran aportar noticias y datos, omite cualquier referencia a María
Niña. Muy probablemente, Nuestra Señora nada dijo de sus años primeros porque
poco había que contar: todo transcurrió en la intimidad de su alma, y en un diálogo
continuo con su Padre Dios, que esperaba, sin prisas, el momento inefable y
único de la Encarnación. «¡Madre! ¿Por qué ocultaste los años de tu primera
juventud? Luego vendrán los Evangelios apócrifos e inventarán mentiras;
mentiras piadosas, sí, pero al fin y al cabo imágenes falsas de tu ser
verdadero. Y nos dirán que vivías en el Templo, que los ángeles te traían de
comer y hablaban contigo... Y así te alejan de nosotros»1,
¡cuando estás tan cerca de nuestro vivir cotidiano!
La fiesta que hoy celebramos no tiene su origen en el
Evangelio, sino en una antigua tradición. La Iglesia no ha querido aceptar las
narraciones apócrifas que suponían a Nuestra Madre en el Templo, desde la edad
de tres años, consagrada a Dios con un voto de virginidad. Pero sí acepta el
núcleo esencial de la fiesta2,
la dedicación que la Virgen hizo de sí misma al Señor, ya
desde su infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena
desde el primer instante de su concepción. Esta entrega plena de María a Dios
conforme va creciendo sí que es real y ejemplar para nosotros, pues nos mueve a
no reservarnos nada.
Hoy es la fiesta de la absoluta pertenencia de la
Virgen a Dios y de su plena entrega a los planes divinos. Por esta plena
pertenencia, que incluye la dedicación virginal, Nuestra Señora podrá decir al
Ángel: no conozco varón3.
Desvela delicadamente una historia de entrega que había tenido lugar en la
intimidad de su alma. María es ya una primicia del Nuevo Testamento, en el que
la excelencia de la virginidad sobre el matrimonio cobrará todo su valor, sin
menguar la santidad de la unión conyugal, que Cristo mismo elevará a la
dignidad de sacramento4.
Hoy le pedimos a Ella que nos ayude a hacer realidad
cada día esa entrega del corazón que Dios nos pide, según nuestra peculiar
vocación recibida de Dios. «Ponte en coloquio con Santa María, y confíale: ¡oh,
Señora!, para vivir el ideal que Dios ha metido en mi corazón, necesito
volar... muy alto, ¡muy alto!
»No basta despegarte, con la ayuda divina, de las
cosas de este mundo, sabiendo que son tierra. Más incluso: aunque el universo
entero lo coloques en un montón bajo tus pies, para estar más cerca del Cielo...
¡no basta!
»Necesitas volar, sin apoyarte en nada de aquí,
pendiente de la voz y del soplo del Espíritu. Pero, me dices, ¡mis alas están
manchadas!: barro de años, sucio, pegadizo...
»Y te he insistido: acude a la Virgen. Señora
repíteselo: ¡que apenas logro remontar el vuelo!, ¡que la tierra me atrae como
un imán maldito! Señora; Tú puedes hacer que mi alma se lance al vuelo
definitivo y glorioso, que tiene su fin en el Corazón de Dios.
»-Confía, que Ella te escucha»5.
II. La Virgen María
ha sido la criatura que ha tenido la intimidad más grande con Dios, la que ha
recibido más amor de Él, la llena de gracia6.
Nunca negó a Dios nada, y su correspondencia a las gracias y mociones del
Espíritu Santo fue siempre plena. De Ella debemos aprender a darnos por entero
al Señor, con plenitud de correspondencia generosa, en el estado y en la
vocación que Dios nos ha dado, en el quehacer concreto que tenemos encomendado
en el mundo. Ella es el ejemplo a imitar. «Tal fue María -enseña a este
respecto San Ambrosio, que su vida, por sí misma, es para todos una enseñanza».
Y concluía: «Tened, pues, ante los ojos, pintadas como una imagen, la
virginidad y la vida de la Bienaventurada Virgen, en la que se refleja como en
un espejo el brillo de la pureza y la fuerza misma de la virtud»7.
Nuestra Madre Santa María correspondía y crecía en
santidad y gracia. Habiendo estado llena de los dones divinos desde el primer
instante, en la medida en que era fidelísima a las mociones que el Espíritu
Santo le otorgaba, alcanzaba una nueva plenitud. Solo en Nuestro Señor no
existió aumento o progreso de la gracia y de la caridad, porque Él tenía la
plenitud absoluta en el momento de la Encarnación8;
como enseña el II Concilio de Constantinopla, sería falsa y herética la
afirmación: Jesucristo se hizo mejor por el progreso de las buenas obras9.
María, por el contrario, fue creciendo en santidad en el curso de su vida
terrena. Más aún, existió en su vida un progreso espiritual siempre creciente,
que fue aumentando en la medida en que se acercaban los grandes acontecimientos
de su vida aquí en la tierra: Encarnación de su Hijo, Corredención en el
Calvario... Asunción a los Cielos.
Así ha ocurrido en el alma de los santos: cuanto más
cerca van estando de Dios, más fieles son a las gracias recibidas y más
rápidos caminan hacia Él. «Es el movimiento uniformemente acelerado,
símbolo del progreso espiritual de la caridad en un alma que en nada se
retrasa, y que camina cada vez más rápido hacia Dios cuanto más se le acerca,
cuanto más es atraída por Él»10.
Así ha de ser nuestra vida, pues el Señor nos llama a la santidad allí donde
nos encontramos. Y serán precisamente las alegrías y las penas de la vida las
que nos sirvan para ir cada vez más de prisa a Dios, correspondiendo a las
gracias que recibimos. Las dificultades normales del trabajo, el trato con las
personas que vemos todos los días, los pequeños servicios de la convivencia,
las noticias que recibimos... han de ser motivos para amar cada día más al
Señor. La Virgen nos invita hoy a no dejar nada escondido en el fondo del
corazón que no sea de Dios por entero: «Señor, quita la soberbia de mi vida;
quebranta mi amor propio, este querer afirmarme yo e imponerme a los demás. Haz
que el fundamento de mi personalidad sea la identificación contigo»11,
que cada día esté un poco más cerca de Ti. Dame esa prisa de los santos por
crecer en tu Amor.
III.
Nuestra Señora se dedicó por entero a Dios movida por el Espíritu Santo, y
quizá lo hizo a esa edad en que los niños comienzan a tener uso de razón, que
en Ella, llena de gracia, debió de ser de una particular luminosidad; o quizá
desde siempre... sin que mediara ningún acto formal. «Sobrado conocido tenía
afirma San Alfonso M.ª de Ligorio, la niña María, que Dios no acepta corazones
divididos, sino que los quiere por completo consagrados a su amor en
conformidad con el precepto divino: Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo
tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (cfr. Dt 6,
5), por lo que, desde el momento en que empezó a vivir, comenzó a amar a Dios
con todas sus fuerzas y se le entregó por completo»12.
María siempre perteneció a Dios; y esta pertenencia cada vez debió de ser más
consciente, con un amor que alcanzaba en toda ocasión y circunstancia una nueva
plenitud.
Hoy puede ser una buena oportunidad todos los días lo
son para que, meditando en esta fiesta de María, en la que se pone de
manifiesto su completa dedicación al Señor, renovemos nosotros nuestra entrega
a Dios en medio de los normales quehaceres cotidianos, en el lugar en el que
nos ha puesto el Señor. Pero hemos de tener en cuenta que todo paso adelante en
nuestra unión con Dios ha de pasar necesariamente por un trato más frecuente
con el Espíritu Santo, Huésped de nuestra alma, a quien Nuestra Señora fue tan
dócil a lo largo de su vida. Hoy, para pedir esta gracia, nos puede ayudar la oración
que compuso para su devoción personal San Josemaría Escrivá: «Ven, ¡oh Santo
Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos; fortalece mi
corazón contra las insidias del enemigo; inflama mi voluntad... He oído tu voz,
y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después... mañana. Nunc
coepi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
»¡Oh, Espíritu de verdad y de sabiduría, Espíritu de
entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!: quiero lo que quieras,
quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras...»13.
Pidamos también a Nuestra Señora que haya mucha gente
que, dócil al Espíritu Santo, se dé por entero al Señor, como Ella, desde su
primera juventud.
*En este día se recuerda la consagración de la iglesia
de Santa María la Nueva, construida cerca del Templo de Jerusalén, para
conmemorar la dedicación que la Virgen -según una piadosa tradición- hizo de sí
misma al Señor, ya desde su infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya
gracia estaba llena desde su Concepción Inmaculada. En el siglo xiv se
introdujo la fiesta en Occidente.
1 S.
Muñoz Iglesias, El Evangelio de María, Palabra, 2.ª ed.,
Madrid 1973, p. 22. —
2 Cfr. Pablo
VI, Exhort. Apost. Marialis cultus, 2-II-1974, 8. —
3 Cfr. Lc 1,
34. —
4 Cfr. Conc.
Vat. II. Const. Gaudium et spes, 48. —
5 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 994. —
6 Oración
colecta de la Misa. —
7 San
Ambrosio, Sobre las vírgenes, II, 2. —
8 Cfr. R.
Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador, p. 100. —
9 Cfr. Conc.
Constantinopolitano II, Dz. 224. —
10 Ibídem,
103. —
11 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 31. —
12 San
Alfonso M.ª de Ligorio, las glorias de María, II, 3.
—
13 San
Josemaría Escrivá, Postulación para su Causa de Beatificación y
Canonización. Registro Histórico del fundador, 20172, p. 145.
Tomado de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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