Alejandra Pataro y Ludmila Vinogradoff 21 de noviembre de 2020
@ale1pataro y @ludmilavino
Lo
hacen a pie o en bicicleta. Recorren miles de kilómetros desde Lima, Quito o
Bogotá, donde la pandemia los dejó sin trabajo.
A los millones de venezolanos que desde hace años emprendieron un camino hacia el exilio, se suma otro fenómeno: el de los que ahora tienen que regresar porque el mundo al que fueron a buscar ayuda se llenó de peste y miseria. Buscaron fortuna en Colombia, luego en Perú, en Ecuador. Pero la pandemia hizo pedazos el horizonte. A muchos los arrojó a una vida de limosnas. Y así como llegaron, con un bolso y a pie, desandaron el camino de regreso al lugar del que se habían despedido: Venezuela.
Les dicen los "caminantes". Para ellos no parece haber un lugar en el mundo. Están los que se van huyendo de su país. Y los que regresan escapando de los estragos del virus. Unos y otros se juntan en el mismo lugar: el Puente Internacional Simón Bolívar en la frontera entre Venezuela y Colombia.
Un informe que Médicos Sin Fronteras compartió con Clarín relata
el caso de estos migrantes que recorren miles de kilómetros en las mismas bicis
con las que hacían trabajos de delivery en Bogotá o Lima para
volver a casa. Con menos suerte, otros tienen que regresar a pie. Caminan
días, semanas, meses por senderos donde lo mejor y lo peor de la humanidad
puede estar a la vuelta de la esquina.
Llegan al puente Simón Bolívar que une la ciudad de Cúcuta en Colombia con el estado de Táchira, en Venezuela; ese mismo puente que los había conducido a la esperanza. Y ahora los devuelve al confinamiento que la pandemia obliga; una cuarentena que el gobierno de Nicolás Maduro impone a los que entran.
Todos
terminan en los PASI, o Punto de Asistencia Social Integral,
previa prueba de detección de Covid.
Testimonios
Douglas Pérez recorrió
3.800 km en bicicleta y con la única compañía de un perrito. Atravesó tres
países para regresar a Venezuela desde Perú después de perder su trabajo por la
pandemia. Había llegado hasta Ecuador, donde lo asaltaron. Un día comía pan. Un
día comía un caramelo. Un día lo asistía una mano amiga. Se fue a Lima. Y de
ahí siguió para el norte. Ya no paró.
En Venezuela, pasó 22 días en uno de los PASI, en
Táchira. Su objetivo era continuar su viaje de regreso al estado de Carabobo. Y
lo logró. Cuando llegó a su casa en la misma bicicleta de su aventura se fundió
en un abrazo con su mamá anciana. Lo recibieron como a un héroe.
Oswaldo Martínez,
tiene 31 años, y es otro emigrado que regresó.
Se había ido a Colombia porque para él, la situación
económica de Venezuela era insostenible. Dejó su trabajo en un galpón de
cebollas. Y partió.
Atrás quedaron su mujer y sus dos hijos, a los que
prometió enviarles dinero. Pero llegó a Perú y no le fue bien. Luego probó
suerte en Ecuador. Y aterrizó la pandemia. Aguantó seis meses
en una lucha desigual contra el desempleo. Perdió. Y volvió.
Caminó durante semanas y vivió de la
solidaridad y buena voluntad de las personas que encontró a su paso. Cuando
llegó a Cúcuta, tuvo que esperar algunos días hasta que finalmente logró cruzar
el puente. Y de ahí al PASI.
"Me regresé por mis hijos. Seis meses sin familia
y sin trabajo es demasiado", dice.
Jefferson Hernández,
peluquero de 23 años, es otro caso. Pasó dos meses caminando desde
Lima, junto a su esposa y a su hijo de un año y cinco meses. Tiene otros dos
hijos, pero ellos lograron pasar la frontera dos días antes y tuvieron que
hacer la cuarentena en dos lugares distintos.
Cristian, que tiene 22 años y trabajaba como
repartidor de comida, regresó a Venezuela pedaleando desde Bogotá cuando
se quedó sin trabajo.
Daniela (un nombre ficticio porque por seguridad
pidió guardarse en el anonimato), con 14 años, emprendió su camino
de dos meses a pie. Deyanina, de 26 años, se quedó sin su trabajo
de manicura en Cúcuta, del lado de Colombia, y también cruzó de vuelta a su
país.
Los tres cruzaron la frontera colombo-venezolana el
mismo día y, tras pasar los chequeos epidemiológicos del lado
venezolano, fueron llevados al PASI Fútbol Sala, antes un complejo deportivo
ubicado en San Cristóbal. Allí se conocieron y decidieron pasar juntos sus
cuarentenas.
Los casos se multiplican. Reina Cumares y
sus tres hijos caminaron durante 21 días desde Bogotá hasta la
ciudad fronteriza de San Antonio del Táchira. Cuando llegaron, los testearon,
dieron positivo y los llevaron al PASI.
A esta fecha son miles los venezolanos que han
decidido cruzar la frontera de vuelta. Ya en julio, más de 90.000 habían
retornado a su país a través de Colombia, según un reporte de Migración de ese
país. Pero se estima, que ya son 130 mil los que
regresaron.
“Cuando en el marco de la pandemia y la crisis
económica global, cientos de venezolanos decidieron regresar a sus hogares, las
autoridades venezolanas establecieron un sistema que indica que una vez que las
personas ingresen al país, deben ser sometidas a una prueba rápida diagnóstica
de COVID-19, para determinar su estado de salud como parte de un sistema de
prevención de propagación de la enfermedad”, explica a Clarín Gabriele
Ganci, Coordinador General para los proyectos en Sucre, Delta Amacuro, Amazonas
y Táchira, de MSF en Venezuela.
“Luego -sigue-, según los resultados de sus pruebas
son ubicados en centros para pacientes positivos o pacientes negativos, para
cumplir con sus respectivas cuarentenas o incluso tratamiento, de ser
necesario.”
¿En qué condiciones llegan?, preguntó Clarín.
-Buena parte de los venezolanos que vemos que están
regresando a su país, en el marco de una pandemia global con consecuencias
económicas, nos reportan que han perdido sus trabajos o sustentos económicos y
caminan miles de kilómetros para volver a sus hogares. La gran mayoría viene a
pie desde países como Ecuador, Perú o Colombia. Algunas de estas personas nos
cuentan que sufren de enfermedades crónicas como hipertensión
arterial y, por su estado migratorio y condición económica, han tenido
dificultades para acceder al tratamiento necesario para mantener su patología
de base controlada.
Una de las patologías más frecuentes que el equipo
médico de MSF encontró en los PASI eran diarreas, con lo cual fue
clave mejorar las condiciones de higiene, a través del acceso al agua potable.
Humans Right Watch tiene una mirada más critica sobre
los PASI. La ONG defensora de los Derechos Humanos ha denunciado en un informe
las condiciones inhumanas a las que las autoridades del
régimen de Maduro someten a los retornados.
Los sitios de confinamiento con mala comida, sin agua
ni luz, se asemejan a centros de concentración para los que no pueden pagar 50
ó 100 dólares en grandes hoteles.
Escapando de la pandemia, estos miles de caminantes
regresan a un pantano: un país donde el salario mínimo ha caído
a 0,80 centavos de dólar, con una inflación de 1.500% en lo
que va de año, desnutrición infantil que ha crecido un 74% , y con una pobreza
que arropa al 96% de la población.
Los retornados llevan la prueba del covid-19 en mano y
regresan con sus vidas guardadas en bolsos. Nicolás Maduro los ha
calificado "arma biológica" porque portarían el
virus hacia suelo venezolano con la misión de "acabar con Venezuela".
Extraña teoría conspirativa.
Los que se van
A los que vuelven, se suma el drama de los que
aún se van. “Preferimos morir del coronavirus que de hambre”, dicen los que alcanzan
llegar a los puestos fronterizos tanto regulares como clandestinos.
Los caminantes que se van también recorren a pie cientos
de kilómetros entre 3 y 6 días desde todos los rincones de Venezuela
hasta llegar al estado fronterizo de Táchira. Van en grupos de
10 y 15 adultos y chicos.
Llevan un equipaje ligero que consiste en una mochila
tricolor de la bandera nacional y son sometidos al maltrato, robo de sus
pertenencias y abuso sexual.
En puntos de control, la policía y los militares les
piden 1 dólar para pasar y si no tienen dinero deberán pagar con su
cuerpo, según denuncia la ONG Fundaredes.
De los 5,5 millones de venezolanos de la diáspora, (el
éxodo más grande en la historia reciente de la región), en Colombia se han
refugiado alrededor de 1,5 millón personas.
Unos 300.000 nuevos refugiados han pasado por los
caminos verdes o clandestinos, veredas durante la pandemia de estos meses
desafiando el cierre oficial de la frontera hacia Colombia.
Morir en la ruta
Una mujer de 48 años, identificada como Maite Coromoto
Hidalgo La Cruz, murió de un infarto la madrugada del 22 de
octubre, en la población de Punta de Piedras, municipio Ezequiel Zamora del
estado Barinas, mientras dormía en el porche de una casa, en compañía de una
nieta y otras personas que caminaban desde diferentes estados del país, rumbo a
la frontera colombo-venezolana.
Maite Hidalgo no resistió la dureza de la
ruta. Llevaba 10 días caminando desde Barquisimeto, estado Lara. Sus
acompañantes no tenían como cubrir su entierro. Es el primer caso de
fallecimiento en medio de la nueva ola migratoria.
Javier Tarazona, director de Fundaredes, dijo a Clarín que
la severa crisis venezolana separa familias y afecta el bolsillo de los
venezolanos. El éxodo ha aumentado. “Hemos recibido denuncias de que los
uniformados han abusado de las mujeres y niñas para dejarlas pasar en los
puntos de control”.
Los cruces clandestinos
Joselyn García, una cocinera de 32 años, llegó
caminando al fronterizo estado Táchira para cruzar a la ciudad de Cúcuta en
Colombia pero el puente estaba cerrado por la pandemia.
Tras caminar unos seis días junto a tres amigas suyas
desde su natal Barinas, donde dejó a sus dos pequeños hijos al cuidado de sus
padres mayores y enfermos, Joselyn se dijo que pasaría la frontera cerrada como
sea: “Me voy por las trochas (caminos ilegales) para trabajar aunque sea
vendiendo cigarrillos en Cúcuta. Regresaré después para traer a mis hijos”.
Lo único que le da miedo, confiesa, es dormir en la
calle a la intemperie por el peligro de violadores y ladrones.
Como Joselyn, unos 200.000 caminantes entre retornados
y nuevos emigrantes, según afirmó a Clarín, Javier Tarazona,
director de Fundaredes, han cruzado a pie la frontera este año.
Sin más que una cédula de identidad, muchos cruzan por
los caminos clandestinos de las 53 trochas, controladas por grupos
armados paramilitares y delincuentes, que existen a lo largo de los
2.219 kilómetros que separan a Colombia de Venezuela.
A Jocelyn le da cierto temor cruzar la frontera por la
trocha clandestina, pagando 5 dólares a los paramilitares, para recorrer un
camino peligroso lleno de piedras y crecidas de ríos. “Más peligrosos son los
peajes y puntos de control de los militares venezolanos en las carreteras donde
nos quitan dinero y lo poco que llevamos. Y si no les das los 5 dólares para
dejarnos pasar entonces nos quitan la cédula de identidad o
nos abusan sexualmente”, cuenta. Se aguanta las lágrimas.
Los chicos también mueren
La monja Rosalía Peralta Rivas, coordinadora de la
escuela Santa Mariana de Jesús en Capacho, estado Táchira, explica que el
camino está lleno de espinas.
La religiosa le dijo a la periodista Sebastiana
Barraez que “en el camino han muerto niños, por el hambre, por la
sed y los dejan en el camino. Aquí, en Capacho, han pedido hospedaje en algunas
casas de familia, padres que se levantan temprano y dejan a sus niños”.
Narra el caso de dos parejas. “Una señora de la
comunidad, cuyos hijos se casaron y se fueron del país hace tiempo, vive sola y
les dio hospedaje a una pareja que llegó con dos nenas, una de seis y otra de
ocho; muy temprano el papá y la mamá se fueron dejando a las
niñas dormidas”.
La monja asegura que ha conversado con gente que viene
de Cojedes, de Barquisimeto, de Valencia, del oriente del país. “Verlos, ¡Dios
mío! Cómo llevan al hombro una bolsita solamente, una colchoneta y sus niños en
los brazos”.
Un negocio
Más al sur, en el fronterizo estado Bolívar con Brasil
ocurre otro tanto del abuso con los caminantes. Barraez, denunció, a través de
su cuenta en Twitter, que militares venezolanos cobran hasta 200
dólares para permitir el paso hacia Brasil.
También denunció que hay ciudadanos que llevan más
de 20 días esperando para cruzar a Brasil. “Así tenga carta de
residencia, prueba Covid y salvoconducto, los militares no abren paso si no se
paga. A quien no paga los devuelven. Hay quienes tienen 20 días ahí. Desde el
Km 88 en el estado Bolívar no dejan pasar autos si no pagan.”
Cuando cruzan no hay demasiado. El paraíso al final es
un lugar miserable. La pandemia barrió con todo.
El director de Migración Colombia, Juan Francisco
Espinosa, explicó a los medios que muchos de los emigrantes sobreviven en
ciudades como Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla. Se dedican a vender dulces o pedir limosna
en la calle. Otros trabajan en la construcción, restaurantes o repartiendo
comida a domicilio.
En Colombia estiman que el 80% de los
venezolanos que salieron van a volver, en bici o a pie, por el mismo
camino por el que se fueron.
Tomado de: https://www.clarin.com/mundo/venezuela-doble-drama-ahora-deben-volver_0_E7zlm3GYB.html
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