Marta de la Vega 27 de noviembre de 2020
Estos dos personajes de la mitología griega, Sísifo y
Tántalo, no eran para nada héroes ejemplares, a diferencia de Prometeo,
impulsor del proceso civilizatorio y benefactor de la humanidad. Su única
falta, por burlarse de la poca perspicacia de Zeus mediante un engaño, fue
haber subido al monte Olimpo para recuperar un poco del fuego de los dioses
que, en castigo a los hombres, Zeus les había prohibido.
Para devolvérselos, Prometeo lo robó del carro de
Helios o de la forja de Hefesto, encendiendo la rama de un arbusto silvestre
que arde muy lentamente, llamado cañaheja. Tal audacia le costó ser condenado a
permanecer encadenado para siempre a una roca en la cordillera del Cáucaso. Un
águila le comía cada día el hígado que, de noche, por ser inmortal, le volvía a
crecer. Hasta que Heracles, hijo de Zeus, pasó por el lugar del cautiverio y lo
liberó al disparar una flecha contra el animal. Como este acto de
liberación y misericordia contribuyó a la glorificación de su hijo, Zeus no
tomó más represalias contra Prometeo.
En cambio, ni Sísifo ni Tántalo, ambos castigados de
manera perpetua por Zeus, fueron dignos de elogio. El segundo, rico y famoso,
fue honrado con la amistad de los dioses por su elevada alcurnia y compartió su
mesa en el Olimpo. Pero sabemos que la grandeza y la altura espiritual no
dependen del origen de cuna.
Ladrón, mentiroso e intrigante, llevó al colmo su
vanidad e insolencia al invitarlos a un banquete para retar la omnisciencia de
los dioses. Les sirvió de manjar a su propio hijo, sacrificado, descuartizado y
cocido en un caldero. Al advertir de inmediato la atrocidad, no tocaron la
horrible comida, echaron las partes del muchacho a una olla sagrada que, al
cocinarlo, lo restituyó a la vida, aún con más belleza. Y recuperó su alma, que
Hermes fue a buscar al Hades.
El desalmado Tántalo fue condenado eternamente a
sufrir de sed y hambre en el lugar más profundo del infierno, reservado a los
peores malvados. Había cometido los tres más grandes pecados de la religión
griega, siguiendo la Wikipedia: ofender a un huésped, hacer daño a un niño
y desafiar a los dioses.
Por eso, se le representa en un lago con el agua a las
rodillas y árboles con ramas repletas de deliciosos frutos. Al querer beber, o
comer de ellos, se retiran de su alcance las aguas y los árboles por vientos
tempestuosos. Además, una roca pende sobre su cabeza, siempre oscilante, con la
amenaza de aplastarlo.
Sísifo, cuyo castigo consistía en empujar hasta la
cima de una montaña una piedra que, al llegar al tope, volvía a rodar hacia
abajo, para, de modo incesante, tener que comenzar de nuevo la tarea de
impulsar su ascenso, fue condenado por mentiroso, por su ligereza con los
dioses y porque, avaro y codicioso, atacaba y asesinaba a los viajeros para
robarles e incrementar su gran fortuna. Fundador y rey de Éfira (la antigua
Corinto), desde Homero tuvo fama de ser el más astuto de los hombres. Lucrecio,
en el siglo I a.C. interpretó esta leyenda como una alegoría del poder
político, como un esfuerzo que resulta vacío cuando se mueve únicamente por el
poder mismo. Albert Camus hizo célebre el mito para simbolizar el absurdo
trágico de la existencia humana.
Ni siquiera llegar a lo más alto de la montaña
justifica, en este esclavo del esfuerzo inútil, el poder que pretende ganar,
aunque crea alcanzar la plenitud que perpetuamente se le derrumba.
Como todo mito, su significado tiene varios sentidos.
Es polisémico. Como toda obra de arte, su expresión es siempre múltiple. Es una
“obra abierta”, de acuerdo con Umberto Eco. Cada vez su interpretación se
transforma según el contexto histórico, el espacio social al que se refiere o
en el que tiene lugar su irrupción o su evocación. Como símbolo, constituye una
“unidad de sentido”, que permanece viva y actual en el tiempo en el que aflore,
en el que cambie su carga simbólica, polifónica, de muchas voces, a la vez una
y plural.
Para quienes luchamos por rescatar la decencia, la
dignidad y el valor de la vida, el respeto por los otros, principios inherentes
a la democracia, Tántalo y Sísifo son dos facetas del mismo rostro de quien
pretende ejercer, con sus cómplices, su dominio. Un usurpador “de cuyo nombre
no quiero acordarme”, como diría Don Quijote que, en alianza con el crimen
organizado transnacional y la crueldad sin límites, han destruido Venezuela.
Tenemos el deber de convertirnos en nuevos Prometeos,
para robar el fuego de quienes lo acaparan sin piedad y restaurar la llama de
la libertad y la justicia, condición sine qua non para que vuelva la
paz a la república.
Marta
de la Vega
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