Por Margarita López Maya
Actores políticos y
sociales venezolanos, dentro y fuera del país, no cesan de soñar, diseñar y
luchar para replantar en Venezuela un orden político de libertades e
igualdades. La polarización política no nos permite, sin embargo,
compartir entre todos ese anhelo, ni encontrar caminos para alcanzarlo de
manera unida.
Existe, primeramente,
una disputa por el término y cada quien piensa que su democracia es
la verdadera. Para unos la democracia de partidos, la de 1958 y las décadas
siguientes, es la correcta y se refieren a ella con nostalgia. Para otros, la
democracia participativa y protagónica, asentada en la Constitución de la
República Bolivariana de Venezuela de 1999, es muy superior e incompatible con
la anterior, y hablan con añoranza de los gobiernos de Chávez. La mayoría
piensa que ninguna de estas dos está hoy funcionando en Venezuela y
más del 80%, según diversas encuestas, quiere un cambio político,
convencidos de que sólo así remontaremos esta pavorosa crisis.
Esa democracia deseada
cambia según sea la alineación que se tenga en el polarizado país al cual
pertenecemos. De acuerdo con resultados de mediciones hechas por la
encuestadora Delphos en enero, apenas un 15% de venezolanos está
conforme con el gobierno de Nicolás Maduro. Otro 15% le gustaría un cambio
político, pero dentro del chavismo. Eso nos lleva a un tercio de la población
que no añora la democracia representativa del pasado. O quizás, que no estaría
de acuerdo con el regreso al poder de actores políticos y sociales que
sostuvieron a la hoy conocida como democracia del Puntofijo.
“La democracia
venezolana comenzó con buen pie, gracias a un conjunto de compromisos entre
actores prodemocráticos o poderosos de la sociedad venezolana”
Es una porción de
ciudadanos nada deleznable, que problematizan una vuelta a ese régimen
político. Porque no existe en el mundo moderno democracias que no
sean liberales o representativas. Aunque se han propuesto democracias no
liberales -iliberales-, como la del gobierno de Viktor Orbán en Hungría,
ellas, más temprano que tarde, han desembocado en autoritarismos personalistas.
La misma Venezuela es un ejemplo. Hugo Chávez anunció querer ir a una
democracia sin instituciones liberales como la independencia de
los poderes públicos, el pluralismo político y la alternancia.
Como resultado propició directamente la posibilidad de un régimen
autoritario como el que hoy preside Nicolás Maduro.
El esfuerzo que debemos
hacer, entonces, por encontrar una ruta pacífica y crecientemente compartida
para alcanzar una democracia a la venezolana nos obliga a un debate
sincero y lo más objetivo posible sobre las fallas del sistema democrático
representativo y, también, de democracia participativa y protagónica. Enmendar
los errores de ambas permitirá la emergencia de una democracia del
siglo 21 para Venezuela.
Para comenzar,
refiriéndome a la democracia representativa, es necesario resaltar un
prejuicio que se ha hecho común, que es referirse a los pactos o compromisos
políticos como algo pernicioso, que traiciona los intereses del ciudadano o del
pueblo llano. Esto es falso. Los acuerdos políticos son
imprescindibles en sociedades complejas con sectores de intereses divergentes.
Sin ellos, no es posible convivir en paz. Consensuar un piso común mínimo
en las relaciones políticas es quintaesencia de la democracia.
Si no entendemos que necesitamos un nuevo pacto social y
político para dilucidar nuestras diferencias, de acuerdo a normas que nos
comprometamos a cumplir, no volveremos a tener una vida civil. Habremos de aceptar
la bota militar, los colectivos armados y la guerra como forma de
relacionarnos. Sobre acuerdos similares al Pacto de Puntofijo de
1958 se construyeron democracias resilientes hasta hoy, como son los casos
de Chile y España.
“En los años ‘80 se
hizo evidente el agotamiento del modelo económico industrialista, de
sustitución de importaciones, altamente dependiente del ingreso fiscal
petrolero”
Los problemas de la
democracia venezolana construida desde 1958, en mi criterio, no derivaron de
los acuerdos. Al contrario, la democracia venezolana comenzó con buen pie,
gracias a un conjunto de compromisos entre actores prodemocráticos o
poderosos de la sociedad venezolana. No fue el Pacto de Puntofijo, o
los otros acuerdos que entonces se firmaron -el Advenimiento Obrero-Patronal, o
el de la Santa Sede- o se hicieron de manera tácita -con los militares- donde
falló la democracia venezolana.
Nuestra democracia,
construida con el esfuerzo y vidas de muchos ciudadanos, falló por
falta de acuerdos. En los años ‘80 se hizo evidente el agotamiento del modelo
económico industrialista, de sustitución de importaciones, altamente
dependiente del ingreso fiscal petrolero. Ante el creciente desajuste
económico, la democracia no supo, no pudo o no quiso construir los compromisos
necesarios para impulsar un proyecto económico alternativo. Esto ocurrió a
mediados de los años ‘80, durante el gobierno de Jaime Lusinchi.
Dos ejemplos servirán
para ilustrar este momento de inflexión. El gobierno de Jaime Lusinchi,
que comienzó en 1984, después del “Viernes Negro” de 1983, elaboró
el VII Plan de la Nación, con una metodología de planificación
estratégica, que contemplaba la participación de una gama de sectores sociales
con intereses diversos en el ejercicio planificador. Se hizo un diagnóstico muy
preciso de la crisis económica y se introdujeron propuestas de reformas
importantes al modelo económico, planteando la privatización de empresas
públicas. Este Plan no pudo ser aprobado por las resistencias que recibió,
particularmente por parte de sectores empresariales. Los empresarios se
atemorizaron -o indignaron- ante la propuesta de crear un “tercer sector” en
la economía, pasando algunas empresas estatales a propiedad de sus
trabajadores. El ministro de Cordiplan, Luis Matos Azócar, renunció,
el Plan fue engavetado y ese período de gobierno se orientó por un Plan de
Inversiones mucho más limitado en sus alcances.
“Nuestra democracia,
construida con el esfuerzo y vidas de muchos ciudadanos, falló por falta de
acuerdos”
El segundo ejemplo. En
la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (Copre),
decretado por el presidente Lusinchi en su primer año de gobierno,
los comisionados nombrados para ese propósito, que venían de distintos
partidos, del funcionariado público y de organizaciones civiles, no pudieron
llegar a acuerdos en torno al diseño de una economía alternativa a la
rentística. Lograron sí, acuerdos casi unánimes para hacer reformas políticas
importantes, la descentralización y la participación directa fueron
dos que pasarían luego a la Constitución de 1999. Sin embargo, al someter las
reformas políticas al presidente, tanto su gobierno como el partido Acción
Democrática las rechazaron y/o postergaron.
Así, no fueron los
pactos sino los partidos hegemónicos, sus dirigentes e importantes asociaciones
civiles, como los empresarios, quienes fallaron al no comprender ni aceptar la
severidad de la crisis que se desarrollaba. Al abortarse las posibilidades
de impulsar mediante acuerdos las necesarias reformas, los
gobernantes posteriores, Carlos Andrés Pérez y Rafael
Caldera las impusieron. Y no serían graduales, ni pensadas para Venezuela,
como fueron diseñadas en los gobiernos previos, sino programas de ajustes
económicos, dictados por el Fondo Monetario Internacional.
Desafortunadamente
para Venezuela, las elites no pudieron ser convencidas, ni de la gravedad
de la crisis, ni de la necesidad de sacrificar parte de sus
intereses particulares para alcanzar el bien común. Así, llegamos a fines
de siglo, cuando veremos cómo los ciudadanos, acosados por una crisis que se
prolonga sin solución, apuestan por un líder de encendido verbo populista.
Chávez trae un potente discurso de cambio que divide a la sociedad entre buenos
y malos, oligarquías y un pueblo sufrido. La ruptura populista, con su mensaje
de un nuevo comienzo, abre el siglo 21 para Venezuela.
22-02-21
https://lagranaldea.com/2021/02/22/fallas-de-la-democracia-a-la-venezolana/
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