LEOPOLDO LÓPEZ 20 de febrero de 2021
@leopoldolopez
El
pasado diciembre tuve la oportunidad, imborrable en mi memoria, de viajar a
Cúcuta, con el apoyo de autoridades migratorias de Colombia, y reunirme con
centenares de compatriotas que, huyendo de la dictadura de Nicolás
Maduro, cruzaron la frontera y se refugiaron en territorio
colombiano. Mujeres, hombres y niños que no solo hablan de sus
padecimientos, también repiten incansablemente: hay que seguir luchando, hay
que acabar con la dictadura. Esas miradas de angustia, esas voces de dolor,
los testimonios que escuché, lejos de doblegarme, han fortalecido mi
convicción: la lucha debe continuar, a pesar de las enormes
dificultades que tenemos por delante.
Esos
refugiados constituyen cuadros humanos profundamente significativos. Remiten,
en primer lugar, a una sociedad que ha sido despojada de sus derechos
fundamentales. No hay en la historia de América Latina un caso con el que
pueda compararse. Me basta con decir que según los datos arrojados por el
proyecto ENCOVI, publicados en 2020, alrededor de 95% de la población
vive en condiciones de pobreza o extrema pobreza; 58% de los niños venezolanos
sufre desnutrición crónica; 70% de las familias no tienen ingresos suficientes
para comprar los alimentos que necesitan. Hablo de una crisis de dimensiones
apabullantes, donde nada es regular ni seguro: ni la energía eléctrica, ni la
red de agua potable, ni el acceso a internet, ni el sistema de salud –en estado
ruinoso–. Habla de un país sin transporte público y sin combustibles.
Habla de una Venezuela sometida –y digo sometida porque este estado de cosas ha
sido creado de forma deliberada– a una devastadora crisis humanitaria
que afecta todos los órdenes de la vida en común: la producción, la
escuela, la seguridad personal, los servicios públicos.
La pregunta que deriva de todo lo anterior, es si esta
calamidad es un problema de los venezolanos o si su irradiación supera el
estrecho marco de las fronteras nacionales, y adquiere las proporciones de una
problemática global. Mi respuesta: es global, no solo por el impacto
que la huida de más de 6 millones de personas ha tenido y tiene en
decenas de países –en sus economías, en sus sistemas sociales y de seguridad,
en sus legislaciones–. Es global porque compromete decisiones y presupuestos de
organismos multilaterales y oenegés. Y es global, urgentemente global,
porque la encabezada por Maduro, es una narco-dictadura que, además de
acoger a grupos de las ex FARC y del ELN, ha entregado franjas del territorio
que ahora mismo sirven de puerto de salida de cargamentos de droga que envían
hacia Europa, Centroamérica, México, Estados Unidos y la costa norte de África.
Nadie puede permanecer ajeno a estos hechos: Maduro y sus socios son
actores cada vez más determinantes en las operaciones trasnacionales del
narcotráfico.
A los dos ya mencionados –la crisis internacional de
los refugiados venezolanos y la participación de la dictadura en el
narcotráfico– debo añadir otros cinco ámbitos que definen al régimen de Maduro
–régimen que ha implantado un sistema de bandas de delincuentes que
tienen bajo su control la nación venezolana y sus instituciones–, como
una tragedia de dimensiones planetarias.
Las naciones democráticas no pueden continuar sin
atender a los crecientes vínculos de Maduro con el régimen iraní y con
grupos terroristas como Hizbulá, cuyas peligrosas implicaciones de
orden militar y geoestratégico son obvias. Irán, que insiste
en exportar su revolución, y que ahora ha incorporado a América Latina en su
radar, se propone construir bases militares en suelo venezolano. El presidente colombiano Iván Duque ha hecho
una denuncia que Europa debería escuchar: Maduro está intentando
comprar misiles a través de Irán. ¿Acaso es posible permanecer indiferentes
a esta amenaza?
El cuarto aspecto sobre el que es urgente reflexionar
es el modo cómo los dineros provenientes de la corrupción del régimen
de Chávez y Maduro, ha inundado los sistemas financieros de, al menos,
cincuenta y dos países hasta ahora, y es altamente probable que, a
medida que las investigaciones avancen, aparezcan otros más.
Añádase a todo lo anterior, una quinta y gravísima
cuestión: las sistemáticas violaciones a los Derechos Humanos y los
crímenes de lesa humanidad, rigurosamente documentados por la OEA, la ONU y
decenas de entidades defensoras de las libertades y los Derechos Humanos,
delitos que están bajo jurisprudencia internacional, que incluyen políticas de
exterminio, torturas, secuestros y desapariciones forzadas, tratos crueles,
violaciones y permanentes prácticas de terror social.
Menos visible todavía, pero tan relevante como todo lo
descrito hasta aquí, es la sexta problemática, otra de las tragedias que
demanda la actuación internacional: la destrucción de vastas zonas en
la región sur de Venezuela, cometida por la minería ecocida que
llevan a cabo bandas de delincuentes, con el ELN a la cabeza, y que, además de arrasar con
cuencas de ríos, bosques y amplias zonas de la Amazonia venezolana, destruyen
poblados indígenas, desalojan a la fuerza a sus habitantes, detienen, torturan
y asesinan a sus dirigentes, todo ello con la autorización y la protección
militar que les otorga la dictadura.
Y
todavía hay una séptima dimensión que no puedo dejar de mencionar, netamente
global, que se refiere a la política exterior del régimen de Maduro, que tiene
como aliados a un cartel de enemigos de la democracia: Rusia,
Bielorrusia, China, Cuba, Nicaragua, Turquía, el Foro de Sao Paulo, las ex
FARC, el ELN y más.
Así, el
estado de crisis creado por el régimen de Maduro no se limita a los refugiados
y las demandas de ayuda humanitaria. Problemáticas extendidas y
desestabilizadoras como el narcotráfico, el lavado de dinero, los ilícitos
financieros, los crímenes de lesa humanidad, la destrucción de la Amazonía, el
tráfico de minerales, las alianzas para la destrucción de la democracia, son
emergencias globales, asuntos que deberían encender las alarmas y decir al
mundo: no es posible dejar solos a los venezolanos. La lucha de los
demócratas venezolanos es la lucha de los demócratas del mundo.
LEOPOLDO
LÓPEZ
@leopoldolopez
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