Jesús Ruiz Mantilla 14 de febrero de 2021
La
llegada de Leopoldo López ha convertido Madrid en el epicentro del exilio
venezolano. Políticos perseguidos, periodistas e intelectuales luchan desde la
capital de España por la restauración de la democracia en su país
El tiempo es una variable sin plazos para Leopoldo
López. Quizás él mismo no lo sabía cuando era un joven y prometedor
político que arrasaba como alcalde de Chacao con un 81% de apoyo popular a su
gestión. Fue regidor de ese municipio, uno de los cinco que forman el área
metropolitana de Caracas, entre 2000 y 2008. Por entonces aspiraba a presidir
Venezuela y sin duda pensó que algún día lo conseguiría. Pero ahora, a sus 49
años, camina por Madrid consciente de otras prioridades: “La libertad de
nuestro pueblo”, dice el presidente del partido político opositor Voluntad
Popular. Un factor fundamental para lograr otras cosas que trascienden a lo
que en su día fue su legítima aspiración.
En esa variable que relativiza relojes y calendarios
con la que López ha aprendido a convivir cabe otra virtud: la paciencia. Y eso
lo aprendió en la cárcel de Ramo Verde, donde entró el 18 de febrero de 2014
para cumplir diversas privaciones de libertad —desde la prisión de aislamiento
al arresto domiciliario— durante siete años.
Ha sido un tiempo en el que han pasado muchas cosas en
Venezuela. Aparte de la muerte de Hugo
Chávez y la toma del poder de Nicolás
Maduro, están la represión, los asesinatos en las calles, las elecciones,
los levantamientos, la interminable diáspora y los jirones que todo esto ha
causado en el seno de la oposición contra el régimen. Hoy, López, instalado en
España desde finales de octubre pasado y centrado en una estrategia política
que le permita regresar a su país, cuenta cuál es su prioridad: “Quiero ser el
carpintero de esa unidad”. Así lo proclama convencido de su autoridad moral
para el empeño.
Su carpintería está instalada hoy en el barrio de las
Letras de Madrid, donde nos recibe pocos días después de la nevada que asoló
las calles de la ciudad el pasado enero. La capital de España se ha convertido
en el centro neurálgico de la oposición al régimen de Maduro, con políticos
huidos y periodistas diseminados por sus barrios. También es el epicentro de
medios como El
Nacional, coordinado desde Madrid por su dueño, Miguel
Henrique Otero.
López ha llegado con un poco de retraso. Justificado.
Olvidó el colirio en casa. “Desde que estuve tanto tiempo aislado en la cárcel,
afectó mi visión. A veces se me enraman y comienzo a lagrimear. Lo siento”. Son
secuelas de la reclusión en la que el régimen lo mantuvo después de un juicio
que se reveló como una farsa. Le acusaron de instigar disturbios que acabaron
con muertos. Aquel episodio fue conocido como el de las protestas de La Salida
y López fue condenado a 14 años.
De ahí que comenzara a suprimir dentro de su
concepción del tiempo la palabra plazos. Esa perspectiva ha quedado en la
mitad. En el ánimo de Chávez y Maduro estaba anularlo como alternativa real.
Pero lo que consiguieron fue apuntalarlo y convertirlo en un símbolo
internacional de la lucha contra el régimen. Esos siete años López los ha
empleado a fondo. No solo en estrategia. También ha aprovechado sus momentos de
meditación y soledad. Sacar partido a las circunstancias cuando estaba entre
rejas, sin poder ver crecer a sus tres hijos, lejos de su esposa, Lilian
Tintori, o de sus padres, Antonieta Mendoza y Leopoldo, que ya habían
decidido trasladarse a Madrid.
Todo entraba en el peor de los escenarios. Una prueba
de encaje continua que juntos, como familia, han superado en lo personal y
ahora quieren trasladar a lo colectivo después de diversos reveses sufridos.
Para eso, uno de los primeros retos que López busca con vistas a la oposición
es, insiste, la unidad: “Cierto, debemos fortalecer nuestra capacidad de
entendernos. Construir una solución política sin que quedemos, frente al
régimen, debilitados. Nosotros debemos estar unidos, así es, pero la comunidad
internacional, respecto a nosotros, también. Lo necesitamos”, dice Leopoldo
López.
Esto último es un mensaje dirigido a Bruselas: su
posición cuenta con el apoyo del Parlamento Europeo, pero no tanto del Consejo
de la UE. El primero reconoce a Juan
Guaidó, aliado de López, como presidente interino. Pero el órgano que
representa a los países miembros de la Unión, no, aunque sí lo ve como
interlocutor. De ahí que López reclame esa unidad en los apoyos dentro de una
estrategia futura que basa su acción en tres ángulos fundamentales: Bruselas;
Estados Unidos, tras la decisión de Joe Biden de considerar Venezuela una
prioridad, y América Latina, con especial relevancia del papel a jugar por
parte de Colombia. El tablero previo ha quedado destruido. López es consciente
de que los intentos jugados con la opción de Guaidó, ya con él fuera del
Parlamento, se han visto dañados. Tampoco la mera resistencia en las calles ni
los levantamientos condujeron a nada. El régimen se ha reforzado, además, tras
las elecciones legislativas del 6 de diciembre. Muy pocos reconocen el
resultado —ni la UE, ni EE UU ni gran parte de países latinoamericanos—, pero
los comicios a los que no compareció la oposición por falta de garantías han aumentado
de facto el poder de Maduro. Pese a que las tentativas de negociación con el
Gobierno han fracasado una y otra vez, Estados Unidos y Bruselas buscarán
nuevos contactos. Para eso, necesitan una interlocución unida en las filas de
la oposición. Leopoldo López es actualmente una de las bazas más potentes.
En sus planes entra conseguir unas elecciones
presidenciales. “Lo antes posible…”, advierte. Pero, para eso, los plazos se
difuminan. Este año, dice… Y, ya saben, ahí entra en juego su dominio casi místico
del factor tiempo: “Si tú esperas una fecha y no llega, te puedes hundir”. Otra
cosa es el factor espacio. “Yo estoy aquí, pero mi cabeza anda en Venezuela”.
Sufrieron él y los suyos todos estos años y sigue sufriendo la gente dentro y
en medio de una diáspora que según la ONU supera los seis millones de
desplazados. Sabe que evitarlo queda en parte en su mano. No andar hacia atrás,
sino hacia delante. Quizás por eso no se le va de la mente la historia de su
bisabuelo disidente, Eudoro López. “De niño me impresionó su caso. Yo no
entendía que alguien pudiera estar preso por sus ideas…”.
En cierto modo, las cartas de aquella experiencia que
su familia conserva lo prepararon para lo que tuvo que afrontar. Como una rueda
del destino. Cuando en 2013 lanzaron una orden de captura contra él, avisó a su
esposa: “Quiero que sepas que si eso es lo que me toca, voy a ir a la cárcel”.
En aquel momento, la amenaza pasó. Pero un año después, volvió. El continuo
acoso que había sufrido para ser apartado de la política desde que en 2008 fue
inhabilitado se recrudeció. Como alcalde de Chacao, su popularidad le convertía
en una opción. Fue una amenaza para Chávez y luego para Maduro. Ambos lo
desarmaron civil y políticamente. Pero lo fortalecieron íntima y personalmente.
Leyó sobre las experiencias de Mandela o Van Thuan, el cardenal vietnamita que
sufrió 13 años de arresto. “En Ramo Verde tuve que guardar mi rutina. En un
edificio estaba yo solo, y en otro, el resto. Siempre bajo custodia.
Aprovechaba en misa los momentos de darnos la paz en la liturgia para poder
trasladar a alguna gente según qué cosas”.
Logró controlar las horas para no sentirse perdido.
Estudiaba, escribía, pintaba, hacía gimnasia y rezaba. Todos los días. “Me
apliqué con los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola”. De ahí en
parte brota hoy su entereza física y espiritual, labrada también con estudios de
filosofía o teología junto a sus licenciaturas y maestrías en sociología,
política y economía en varias universidades, entre ellas Harvard. Y también una
complicidad jesuítica de método por parte de López con la congregación del papa
Francisco. El Vaticano apoya su opción como salida para Venezuela. Eso, más la
dura experiencia de ejercicio y persecución, le ha llevado a sólidas
conclusiones: “Saber que la felicidad no es solo alegría, sino la tranquilidad
de ser consciente de que vives con un propósito”. En su caso, la libertad de
sus conciudadanos. “Eso me proporcionó claridad en mitad de ese pozo”.
Un lugar donde no consiguió luz después de una visita
que le hizo José Luis Rodríguez Zapatero, como mediador, en la cárcel. “Los
grandes logros vienen de cosas pequeñas”, le dijo López. “Si usted me consigue
un reloj y una lamparita, entonces, podemos empezar a hablar… Nunca llegaron.
Ni el reloj ni la lamparita”. Ahora, en el exilio, López sabe que le toca
emplearse a fondo mientras disfruta también de las horas que no ha podido estar
junto a sus hijos, Manuela, Leopoldo y Federica, de once, siete y tres años. La
peripecia de esa familia numerosa vive ahora cierta paz en Madrid. Pero el
último capítulo de su estancia en Venezuela también supo aprovecharlo López.
Transcurrió en la Embajada de España en Caracas, donde buscó refugio tras el
levantamiento de abril de 2019. Aquel movimiento crucial quedó frustrado y el
político tuvo que residir como invitado especial en suelo español durante año y
medio con el apoyo de Jesús Silva, entonces embajador.
Un buen día, concretamente el 24 de octubre de 2020,
desapareció. La fuga del líder de Voluntad Popular fue, según él mismo comenta
a El País Semanal: “Un acto planeado por mí, del que ni
siquiera mi familia supo nada”. Otra cosa es que el personal diplomático lo
dejara pasar… Tardaron en dar la alerta. Lo suficiente hasta que López llamó,
ya a salvo, desde Colombia. Todo el mundo, en su fuero interno dentro de la
Embajada, sabía que algún día iba a ocurrir. Sencillamente, no lo pusieron en
riesgo. “Solo cuatro amigos íntimos fuera del edificio estaban al tanto”,
asegura López. También Carlos Vecchio, representante diplomático del gobierno
interino de Guaidó en Washington. “Él fue el encargado de decírselo a su vez a
Iván Duque, presidente de Colombia, para que lo supieran al otro lado de la
frontera”.
Hoy López trata de integrarse a gusto en su nueva
vida. “Pero libre, no. Libre no me siento. Yo quiero volver a Venezuela”. Nos
lo comenta en su carpintería. Allí, martillo y clavos en mano, junto a sus
colaboradores, trabaja la madera del futuro de su país. Teje redes de
compatriotas en el exilio: conexiones transversales que pueden reunir en un
acto a algunos de los 1.500 médicos que ejercen en España, a empresarios o a repartidores
de plataformas dentro de esa cifra que sobrepasa ya los 400.000 venezolanos
instalados en el país.
Entre ellos, otro líder opositor con residencia en
Madrid, como Antonio Ledezma, antiguo alcalde de Caracas. Para él,
un factor como el tiempo también cuenta a sus 65 años. Camina por la calle de
Goya y cruza un semáforo al caer la tarde. Pisa el alquitrán del paso de
peatones y se dirige al Retiro con la mirada algo perdida, como si no supiera
muy bien diferenciar el confuso juego de sus piernas mientras se adhieren al
asfalto del barrio de Salamanca, desacompasadas con una mente que aún mantiene
—él también— en Venezuela. “Empiezo a pensar que tardaré en volver…”. Lo dice
resistiéndose a admitirlo por completo, aunque cada vez más convencido de que
se trata de una muy certera posibilidad. El exilio durará. Más de lo previsto
para él o para López. Ambos compartieron cárcel en Ramo Verde y hoy ambos viven
en Madrid. Ledezma pertenece a otra rama de la oposición, vinculada en el
interior con María Corina Machado. Ambos forman parte de la plataforma
Venezuela Hoy. Ella mantiene posiciones más duras que han apostado incluso por
un golpe, frente a la salida negociada que propugna López.
En la fuga de Ledezma intervinieron 32 personas.
“Directa e indirectamente…”, asegura. Las que hicieron falta para que el 18 de
noviembre de 2017 saliera del país, vía San Antonio del Táchira, hacia
Colombia, tras atravesar el puente Simón Bolívar. Llevaba una gorra y una
camiseta medio de rapero en la que se leía: “Beethoven 86”… Cumplía arresto
domiciliario entonces. Fingió encontrarse mal. “Yo suelo ir vestido como un
pincel, impecable, pero aquel día, después de que me hicieran la foto para
enviarla como control a sus superiores, les dije que me vendrían bien unas
pastillas para dormir y que necesitaba descansar”. El cuento convenció a los
guardianes. “Tómese esas pastillas, alcalde, nosotros no le vamos a molestar”.
Todos ellos le mantenían el cargo al dirigirse a él. Paradojas de la sinrazón
que vive Venezuela. Con aquella garantía que le dieron, sabía que se le abrían
por delante horas de tranquilidad. Suficientes para alcanzar la frontera desde
que iniciara la escapada, a las ocho de la mañana, justo cuando sus custodios
se relajaban en el cambio de turno. El viaje fue de todo menos tranquilo.
“Tuvimos que pasar al menos 30 puntos de control”. En algún momento, alguien le
aconsejó que se pusiera un disfraz con el que podría haber pasado por
simpatizante bolivariano: “Yo esa vaina no me la pongo”. Ledezma tiró además de
talento para la comedia. “Fingí la voz que yo llamo de Venancio Ortega, así,
mucho más aguda. Fuera de Caracas, a mí me conocen más por la manera de hablar
que por mi aspecto”, comenta.
Ahora se ríe al contarlo en una terraza cercana al
Retiro. Pero en el momento de pasar el trago, le entraban sudores fríos.
Finalmente cruzó. Por los pelos, en ese continuo ir y venir de venezolanos que
alcanzan Colombia, donde actualmente residen 1,8 millones de ellos. Pero el
destino de Ledezma era Madrid. Allí le esperaba su esposa, Mitzy Capriles, y su
hija, del mismo nombre. Ambas habían desplegado una actividad internacional
incesante en pro de una liberación que no llegaba. Al final acabó en huida.
Si López y Ledezma representan dos cabezas de la
oposición hoy evidentemente desunida en su país y fuera de sus fronteras,
existe otro aspecto de la diáspora que también da idea de la persecución que
sufren los venezolanos. El acoso a periodistas ha provocado que muchos de ellos
salieran del país. Miguel Henrique Otero es un ejemplo. Él brega desde El
Nacional, que fue periódico opositor de referencia. Lo coordina, cada día,
desde Madrid y es uno de los 355 periodistas exiliados en España que forman
parte de la asociación Venezuelan Press.
Otero se instaló en su país de acogida en 2015. Llegó
después de haber publicado la investigación que implicaba al vicepresidente,
Diosdado Cabello, con redes de narcotráfico. “Yo estaba en Israel. Mis abogados
me aconsejaron no regresar a Venezuela”. No le renovaron tampoco el pasaporte.
Se trasladó a Madrid. Y al año y medio obtuvo la nacionalidad española.
El Nacional ha sido un referente del centro izquierda
a lo largo de su historia. Su padre, Miguel Otero Silva, fundó el periódico en
1943, pero antes había formado parte de las Brigadas Internacionales en la
guerra civil española. “Mi abuelo y él compraron la rotativa en Boston e
iniciaron una consciente labor en pro de la profesionalización del periodismo
en Venezuela”.
Aquella rotativa dejó de funcionar y la que
actualmente tienen en Caracas, también. El Nacional es hoy un
medio online. No por decisión empresarial, sino por motivos políticos. “Chávez,
con lo que conocemos como la Ley Resorte, nos cortó el suministro de papel”.
Primero aguantaron con lo que les enviaban colegas de todo el continente. Pero
hoy, los 80 periodistas que elaboran este medio a diario lo hacen por Internet,
donde cuentan, según Otero, con 20 millones de usuarios únicos.
Casi todos esos informadores siguen en Venezuela. Pero
no saben aún el efecto que traerá la última andanada contra los medios de
comunicación que ha desatado Maduro. Sin duda, malo. Peor que antes, si es que
es susceptible de ir a más con las campañas que ha dirigido ahora contra medios
digitales de referencia como Efecto Cocuyo… Después de controlar
los tres poderes del Estado, ejecutivo, legislativo y judicial, busca asestar
el golpe definitivo al cuarto, esta vez civil: los medios. La persecución dura
años. Pero en enero de 2021 se ha recrudecido. Por eso, en Venezuelan Press piensan
que añadirán más socios en España a su actual lista de 355.
Todos ellos buscan los restos de la palabra democracia
en su país, hecha añicos. Luchan desde fuera por ella. Dentro, entre los
periodistas, muchos decidieron partir cuando empezaron a sentir la censura. La
primera señal comienza con la sugerencia de eufemismos… Lo sabe bien Goizeder
Azúa, que actualmente trabaja para TVV Network como corresponsal en Madrid.
Mejor que en sus días de Televen, canal privado que empezó a no querer molestar
al Gobierno de Chávez hacia 2012. “Cuando a un saqueo te dicen que lo
califiques como situación irregular, vamos mal”.
El micrófono se convertía en un arma, recuerda Azúa.
Cada intervención representaba un estado de ansiedad. La periodista cuenta su
experiencia pasada junto a Patsy Montiel y Carleth Morales. Las dos llevan más
años que su compañera en Madrid. En su caso, el instinto les advirtió de que
tendrían un futuro mejor en su campo fuera de Venezuela y se quedaron en España
poco después de finalizar sus estudios. Compaginan sus trabajos en diversos
medios con su activismo en Venezuelan Press, cada vez más cargada de necesidad
de asistencia hacia quienes llegan. Carleth se encarga de la revista Aquí
Venezuela mientras que Montiel está al frente de Madrid seduce. La
primera sale a la calle con el grupo 28 Editores y va dirigida a sus
compatriotas residentes en España. “Los ayudamos a organizarse y los recibimos
con pack de bienvenida. Tratamos de apoyarlos a la hora de encontrar casa o
trabajo. Hacemos cursos con la Asociación de la Prensa, muy comprometida con
nosotros”.
Los pasados 2019 y 2020 fueron años de avalancha de
llegada de venezolanos. Si el 1 de enero de hace dos años había censados en
suelo español 325.575, durante los seis meses siguientes se sumó más de un 10%:
35.652. Muchos de ellos, familias con experiencia de ida y vuelta, como los
Azcárate. Primero con la diáspora de la guerra civil en los años cuarenta.
Ahora retornan… En Madrid, la tía Isabel había establecido la base. Ella se
instaló a principios de los sesenta para estudiar Derecho. Su padre, Justino
de Azcárate, lo hizo más tarde, tras la muerte de Franco. Fue designado
senador real. El mínimo reconocimiento para quien tuvo que dejar su país por
haber formado parte del Gobierno republicano. Lo habían detenido y después
canjeado por el dirigente falangista Raimundo Fernández-Cuesta en Burgos. Su
primo Gumersindo no corrió la misma suerte: fue fusilado.
Los Azcárate fueron una familia activa en el entorno
de la Institución Libre de Enseñanza. Justino pertenecía a la rama liberal y
participó en la Agrupación de Defensa de la República, que lideraba, entre
otros, José Ortega y Gasset, o en el Partido Nacional Republicano. Pocas veces
Isabel pensó que la siguiente generación de su familia, la de los nietos de
Justino, volvería a vivir la pesadilla del regreso. Pero así ha sido desde que
Chávez accedió al poder. Es el caso de sus sobrinas Emilia, artista
plástica, y Ana Aquilina, editora del sello Diente de León.
La primera recaló en 2005 y la segunda en 2010. “Yo salí de Venezuela con dos
maletas, una para mí y otra para mi hijo, convencida de que no iba a volver”,
comenta Emilia Azcárate. “Yo me fui con todo lo que tenía, traslado completo,
pero convencida de que regresaría”, dice su hermana. “Si te vienes por dos
años, ¿por qué te traes todas las cosas?”, le preguntó Emilia. Poco después lo
fue entendiendo: “Recuperé la sensación de poder respirar en un lugar donde el
espacio público te pertenece y no te agrede”.
Ambas tenían hijos. Deseaban verlos “crecer en
libertad”. Aun así, no han perdido las raíces, como admite Goura, el de Emilia,
a sus 23 años. “Me siento venezolano, pero no podría vivir allí”. Lo dice con
un acento que no ha perdido, pese a llevar en España casi dos décadas
completas. Volver es algo que queda en la cabeza de todos ellos. Incluso de la
tía Isabel, viuda del artista Eduardo Arroyo, que también conserva el habla
tras seis décadas: “Necesito ver y sentir Caracas”.
Para regresar, esperan que se sienten las bases de una
democracia. Y eso, en gran parte, está en manos de los políticos. Pero antes,
desde la oposición, deben hacer una profunda reflexión sobre el estado actual
de las cosas para reforzarse. Ledezma lanza algunas ideas sobre la base de
lecciones aprendidas: “Primero, es cierto que el interinato de Guaidó unificó
la acción. Lo hizo después de alentar una lucha en la calle y un apoyo
internacional muy considerable”. Pero no fue suficiente, a su juicio, por estos
errores: “Cierto sectarismo, una estrategia que tras varios intentos de diálogo
ha conducido al abatimiento y una falta de transparencia en los planteamientos.
Es importante marcar la diferencia con los activos de la oposición para que sea
coherente e inclusiva”, asegura.
Quizás en Madrid, tanto él como López puedan afrontar
esos retos. En pro de una unidad de acción para que la variable del tiempo de
la democracia y las libertades en su país se acorte.
Tomado de: https://elpais.com/eps/2021-02-14/madrid-el-epicentro-del-exilio-venezolano.html
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