Opus Dei 20 de febrero de 2021
@OpusDeiVE
Cuarta
reflexión para meditar durante los siete domingos de san José. Los temas
propuestos son: cómo obedece san José; el recogimiento necesario para escuchar
a Dios; con su obediencia anticipa la de Jesús.
DESPUÉS DE LA ANUNCIACIÓN del ángel a María, la
tradición cristiana ha identificado una anunciación similar a José: «Hijo de
David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en ella ha sido
concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por
nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,20-21). El
santo patriarca estuvo «siempre dispuesto a hacer la voluntad de Dios manifestada
en su ley y a través de los cuatro sueños que tuvo»[1]. El hecho de
que José haya escuchado los designios divinos mientras dormía, y los haya
puesto rápidamente en práctica, nos habla de su sintonía permanente con Dios;
es una manifestación de que la vida contemplativa nos lleva normalmente a
descubrir los planes buenos del Padre y a querer asociarnos a ellos de manera
magnánima. Este modo de proceder es el fundamento de la obediencia al Señor. De
hecho, la palabra «obedecer» viene justamente de esa capacidad de escucha –ob
audire–, de esa capacidad de oír de manera inteligente lo que otro tiene
que decirme; en este caso, es Dios quien introduce a José en la grandeza de su
obra misericordiosa de salvación.
Por eso, la obediencia está muy lejos del cumplimiento
ciego. Un requisito para obedecer, en toda su riqueza, es saber escuchar, tener
el espíritu abierto; solo el que piensa puede ser obediente. San Josemaría
reflexionaba en estos términos durante una homilía del año 1963: «La fe de José
no vacila, su obediencia es siempre estricta y rápida. Para comprender mejor
esta lección que nos da aquí el Santo Patriarca, es bueno que consideremos que
su fe es activa, y que su docilidad no presenta la actitud de la obediencia de
quien se deja arrastrar por los acontecimientos. Porque la fe cristiana es lo
más opuesto al conformismo, o a la falta de actividad y de energía interiores.
José se abandonó sin reservas en las manos de Dios, pero nunca rehusó
reflexionar sobre los acontecimientos, y así pudo alcanzar del Señor ese grado
de inteligencia de las obras de Dios, que es la verdadera sabiduría»[2].
En las páginas del Antiguo Testamento encontramos
varias veces que Dios habla en sueños; sucede, por ejemplo, con Adán, Jacob o
Samuel. Son testimonios de personas que han querido estar en constante diálogo
divino, han dejado que Dios les hablase en todas las circunstancias. Y esos
sueños son también una muestra de que, a través de la auténtica obediencia,
podremos captar nuevas dimensiones de la existencia, nuevos nombres, lugares y
planes.
SABEMOS QUE DIOS nos habla; sabemos que está a nuestro
lado y que nos convoca sin cesar para que nos unamos a su amor –con todo lo que
somos– a través de situaciones muy concretas. El Señor se dirige a nosotros
cada día, cada momento, a través de las personas que nos rodean y de los
sucesos que atravesamos. En todo se esconde parte del plan divino que podemos
personalmente descubrir y desarrollar. Una plegaria que Jesús repitió por lo
menos dos veces al día, según las enseñanzas judías, era la oración Shemá
Israel, que comienza así: «Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios» (Dt
6,4). Entonces y ahora, lo primero será percibir esa voz divina que nos llama.
«San José, como ningún hombre antes o después de él, ha aprendido de Jesús a
estar atento para reconocer las maravillas de Dios, a tener el alma y el
corazón abiertos»[3].
Para oír la voz de Dios debemos aprender a hacer
silencio, sobre todo interior. La Sagrada Escritura nos dice que el profeta
Elías no escuchó a Yahvé en el viento poderoso, ni en terremoto, ni en el
fuego, sino en «un susurro de brisa suave» (1R 19,12). La vida de oración
requiere que acallemos las voces que nos distraen para poder escuchar a Dios y
también a nuestra voz interior, para compartir allí nuestros deseos o
capacidades. En esa intimidad descubrimos quiénes somos, aprendemos a entrar en
diálogo con la voz de Dios y a identificarnos con ella.
Los evangelistas no nos han dejado constancia de
ninguna de las palabras pronunciadas por san José, pero sí conocemos sus
acciones, que son fruto de la obediencia a Dios, de aquella escucha inteligente
y de ese diálogo en la intimidad de su alma. «El silencio de san José no
manifiesta un vacío interior, sino, al contrario, la plenitud de fe que lleva
en su corazón y que guía todos sus pensamientos y todos sus actos»[4]. Esta actitud
del patriarca fue la que hizo posible que, a partir de aquellos cuatro sueños,
Dios pudiera orientar el rumbo de su vida. El recogimiento y la sensibilidad de
José para detectar los planes divinos hizo que pudiera custodiar a María y a
Jesús de los peligros y conducirlos a lugares más seguros. También nosotros
podemos fomentar esta actitud de silencio y escucha para acercar a nuestra vida
la voz y los proyectos de Dios.
A SAN JOSEMARÍA le gustaba decir que en el Nuevo
Testamento hay dos frases que, en muy pocas palabras, resumen lo que fue la
vida de Jesús. Por un lado, san Pablo nos dice que Jesús fue «obediente hasta
la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2,8); por otro lado, el evangelio de san Lucas
dice que Jesús «vino a Nazaret y les estaba sujeto» (Lc 2,51), refiriéndose a
su crecimiento en el hogar de María y José. En ambos pasajes notamos que el
Señor realizó su plan de salvación obedeciendo por amor a Dios Padre y a su
familia terrena. San Juan Pablo II notaba que «esta obediencia nazarena de
Jesús a María y a José ocupa casi todos los años que él vivió en la tierra, y
constituye, por tanto, el período más largo de esa total e ininterrumpida
obediencia (...). Pertenece así a la Sagrada Familia una parte importante de
ese divino misterio, cuyo fruto es la redención del mundo»[5] .
En el ambiente familiar, con las personas que
convivimos cada día, es donde aprendemos a escuchar y a obedecer, dentro de los
planes de amor de Dios. Allí todos están en sintonía porque cada uno busca
sinceramente el bien del otro. En la familia se experimenta el servicio mutuo,
aprendemos a escuchar, a descubrir lo que conviene a todos. La obediencia es
fruto del amor. Podemos imaginar con qué delicadeza José daría indicaciones a
Jesús. Y, al mismo tiempo, podemos pensar cómo el Verbo encarnado desearía
comprender y llevar a cabo, grata y gustosamente, lo que decía su padre
terreno. En realidad «los tres miembros de esta familia se ayudan mutuamente a
descubrir el plan de Dios. Rezaban, trabajaban, se comunicaban»[6].
Jesús habrá visto tantas veces el modo de
desenvolverse de José en los años de Nazaret: hombre obediente por la fe. El
santo patriarca obedeció y, de esa manera, anticipó la obediencia de Jesús
hasta la cruz. La Sagrada Familia es una escuela en la podemos aprender que
escuchar a Dios y asociarnos a su misión son dos caras de una misma moneda. Así
comprenderemos «la fe de san José: plena, confiada, íntegra, manifestada en una
entrega eficaz a la voluntad de Dios, en una obediencia inteligente»[7].
[1] Francisco, carta apostólica Patris corde,
Introducción. Los cuatro sueños se refieren a no temer en recibir a María como
esposa; a la huida a Egipto para salvar la vida de Jesús; al regreso a Israel;
y, finalmente, a ir hasta Nazaret para proteger al Niño del rey de Judea.
[2] San Josemaría, Es Cristo que pasa,
n. 42.
[3] Ibíd., n. 54.
[4] Benedicto XVI, Ángelus, 18-XII-2015.
[5] San Juan Pablo II, Ángelus, 30-XII-1979.
[6] Francisco, Ángelus, 29-XII-2019.
[7] San Josemaría, Es Cristo que pasa,
n. 42.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/document/meditaciones-4o-domingo-de-san-jose/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico