Marta de la Vega 15 de febrero de 2021
La famosa afirmación de Aristóteles de que somos
“animales portadores de logos, de razón”, de lenguaje, es decir,
“animales inteligentes”, hoy no es más cierta ni es lo que nos define
principalmente. No somos “mamíferos inteligentes”, como podemos suponer, sino
“animales emocionales” de acuerdo con los más recientes avances de la
ingeniería lingüística, como lo expone la filóloga e investigadora Carmen
Jiménez Huertas en una conferencia de octubre de 2020. Y agrega: “nuestras
respuestas son viscerales”, controladas por el cerebro límbico, “y quien sabe
mover las emociones, es quien tiene el control del poder”. La inmediata
referencia de Jiménez Huertas es la “pirámide neurológica”, de Robert Dilts,
uno de los impulsores de la Programación Neuro-Lingüística. Dibujada como
iceberg o inmenso témpano de hielo del cual solo un 5% es visible, esta parte corresponde
al consciente del ser humano, a su vez inspirado en Freud, descubridor del
inconsciente, y en Jung, pionero de la relación consciente e inconsciente. Este
último, aunque parezca increíble, domina el 95% de nuestra actividad cerebral y
nuestras acciones.
Por eso es interesante la perspectiva de análisis para
explicar la situación actual de crisis en Venezuela desde los comportamientos
más recurrentes de la gente, que resultan paradójicos, con una lógica dislocada
o invertida, sobre la base de una ilusión construida entre “el garrote y la
zanahoria”, que persiste en el apoyo al régimen madurista o en la resignación.
Muchos siguen manteniendo no solo dependencia
emocional y actitudes basadas en creencias erróneas de redención social,
revolución y justicia social por parte del régimen de facto, sino una actitud
persistente que considera que el “socialismo bolivariano del siglo XXI”, con su
vocación hegemónica de dominación, es la mejor respuesta a sus penurias, aunque
los hechos lo contradigan.
Una mayoría en total indefensión sufre a diario los
efectos de la ruina de la economía, del aparato productivo, de la
convivialidad, del tejido social de un régimen populista autoritario que domina
las instituciones y la dinámica del sistema político.
Desde el 31 de marzo de 2017 se rompió lo que quedaba
del hilo constitucional, como lo hemos referido antes.
Venezuela dejó de ser un país en democracia; sin
Estado de derecho, sin libertades civiles, sin derechos ciudadanos, ni
justicia, ni pluralismo. Pasó de ser un régimen híbrido a uno francamente
dictatorial o, para ser más precisos, tiránico, dado el carácter usurpador e
ilegítimo del poder que ejerce el gobierno de Maduro desde las elecciones
presidenciales extemporáneas, inconstitucionales y amañadas de mayo de 2018.
No se explica sino por la manipulación de las
emociones y creencias subconscientes de la gente que persista una base de apoyo
aún significativa, sea por inercia, sea por disociación cognitiva, sea por
indefensión aprendida, sea por técnicas subliminales, sea por el uso del
lenguaje de la posverdad y la neolengua, a pesar de las calamidades provocadas
desde el más alto gobierno.
Anomia, mezquindad despiadada de parte del régimen
usurpador, indiferencia ante la miseria y el dolor de tanta gente, presos
comunes que mueren de inanición, presos políticos que fallecen prematuramente
de paludismo y de tuberculosis, una escalada indetenible de represión y tortura
a los perseguidos y presos políticos, en medio de una corrupción devastadora y
una guerra de exterminio entre el hampa desbordada que domina sectores
completos de Caracas con su poder criminal porque la vida no les dejó otra
oportunidad y fuerzas armadas transgresoras, sin el respeto más elemental a los
derechos humanos.
Hay ejemplos cotidianos que comprueban este horror de
arbitrariedades, discrecionalidad, prácticas perversas, como alcabalas de
policías extorsionadores en Caracas y en el interior del país, prepotencia y
abusos de poder de funcionarios que han degradado sus obligaciones como
servidores públicos o agentes del Estado.
Sin embargo, se acabó la guerra económica para
representantes de algunos grupos empresariales de Fedecámaras.
Consideran que hay que moverse y “negociar” con quien
detenta el poder real; han decidido “jugar adelantado y en solitario”, en
palabras de Julio Castillo, en lugar de construir la unidad en aras de valores
superiores, sin darse cuenta de que es el régimen madurista, mediante su
operador político conocedor de tácticas psiquiátricas, el que los utiliza y
somete a su propia agenda para perpetuarse en el poder.
Marta
de la Vega
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