Trino Márquez 18 de febrero de 2021
@trinomarquezc
La
inflación emerge en distintos estudios de opinión pública como el principal
problema de los venezolanos. Por encima del deterioro de los servicios
públicos, la escasez de gasolina y la inseguridad personal, carencias muy
graves. La corrupción, que superó todos los parámetros conocidos, ni siquiera
aparece en los radares de las preocupaciones de la gente. Es tal el agobio
diario que sienten los ciudadanos, que esa -una de las causas fundamentales de
la quiebra del Estado y la ruina nacional- no genera mucho malestar. Al menos,
no en la escala y con la claridad que debería mostrarse.
Resulta lógico que el aumento sostenido e indetenible
de los precios de los productos de la canasta alimentaria y de los bienes y
servicios de la canasta básica, constituyan la principal fuente intranquilidad
de la población. Desde que comenzó la hiperinflación, en 2017, a los
venezolanos el ingreso se les ha derretido. La tenaza formada por la
dolarización silvestre y la devaluación permanente, fulminó los sueldos y
salarios de la mayoría de los trabajadores. Los pensionados, más de tres
millones, no reciben dinero ni siquiera para sobrevivir dos días al mes. El
gobierno socialista está aplicando un programa de choque que no puede llamarse
neoliberal. Los neoliberales se preocupan por atraer inversiones, garantizar
los derechos de propiedad, aumentar la producción y la productividad, conjunto
de factores que terminan elevando la remuneración del trabajo. El ajuste
madurista es simplemente caótico y salvaje. Rodrigo Cabezas lo describió muy
bien en una reciente entrevista. Luego de haber saqueado las finanzas públicas
y comprobar que los aumentos compulsivos del salario mínimo carecen de sentido,
si no forman parte de una política económica integral orientada a combinar en
un esquema armonioso los factores productivos fundamentales, el gobierno optó
por abandonar a los trabajadores y pensionados a su miserable suerte. La
situación actual puede resumirse del siguiente modo: existe una reducida
minoría, alrededor de 15% de la población, que disfruta de ciertas comodidades
y una calidad de vida relativamente elevada, frente a la inmensa mayoría que
logra sobrevivir en medio de enormes penurias.
El ingreso de los sectores populares se ha erosionado
no solamente por los bajos salarios y el desempleo, sino por la caída de las
remesas provenientes del exterior y la pérdida del poder adquisitivo de esas
divisas. Durante 2020, el volumen de las transferencias retrocedió entre 35% y
40%. Los venezolanos que se encuentran en el exterior también se vieron
afectados por la pandemia. Muchos de ellos perdieron sus empleos o vieron
disminuir sus entradas. No lograron seguir auxiliando a sus familiares aquí en
Venezuela. Los dólares o los euros enviaron, además, perdieron gran parte de su
poder adquisitivito. La inflación trituró al bolívar y también al dólar. Si una
remesa de cien dólares en enero de 2020 servía para alimentar a una familia de
cuatro integrantes durante quince días, al finalizar ese año, apenas alcanzaba
para los gastos de una semana.
Hasta ahora me he ocupado solo de la alimentación. Si
entramos al campo de las medicinas, el cuadro resulta todavía más dramático. En
esta esfera, el déficit se acentúa. La brecha entre los ingresos de las
personas y el costo de los medicamentos es oceánica. El sistema de farmacias
populares bolivarianas, que alguna vez funcionó con relativa eficacia, no pudo
soportar el peso de la incompetencia y la corrupción. Ese pequeño beneficio que
recibían los más pobres, se esfumó.
Se comprende, entonces, que la gente vea en la
inflación el problema básico del país. El ciudadano se encuentra asediado por
dos flancos sensibles e interconectados: la alimentación y las medicinas.
Estos
factores que acechan al ciudadano no existen para Nicolás Maduro y su gobierno.
Todavía no se han enterado de que hay un fenómeno económico con hondas
repercusiones sociales, llamado inflación; que en nuestro caso hay que llamarlo
por su nombre de pila: hiperinflación. Maduro parece no saber que durante casi
todo su mandato, Venezuela ha padecido la más alta inflación del planeta. Que
este es uno de los períodos más prolongados desde que se lleva el registro del
comportamiento de los precios en el mundo. No se ha dado cuenta de que no es
posible aplicar una política social exitosa, ni medidas de distribución del
ingreso equitativas, mientras persista ese azote.
Encara el drama popular con ignorancia,
irresponsabilidad y cinismo. Sus planes alocados han hundido al país en la
ruina. Los ‘motores del desarrollo’ pistonean por todos lados. Ahora anda ocupado
en proponerle a su Asamblea Nacional la Ley del Parlamento Comunal y las
ciudades comunales. ¡Qué tienen que ver sus prioridades con las necesidades
urgentes del país! La gente no muerde el señuelo de las sanciones. Lo acusa de
ser el responsable clave de la crisis económica.
La oposición no puede hacer mucho para mejorar la
situación de los pobres, pero sí puede hacer mucho denunciando la tragedia y
evitando que el gobierno huya por la tangente.
Trino Márquez
@trinomarquezc
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