Por Ramón Guillermo Aveledo
Esta columna, desde su
arrancada en 1999 se llama Ciudadano Libre. Fue el nombre que le dije al editor
Rafael Poleo cuando me pidió uno. Voy para veintidós años escribiéndola, ya
deben ir más de mil publicadas.
En buen idioma, el
título Ciudadano Libre es una redundancia. Ciudadanía sin libertad no es
ciudadanía y libertad sin ciudadanía tampoco puede ser tal. Licencia literaria
que me tomo para enfatizar ambas ideas, obviamente en crisis en nuestra
república enferma del presente, esa que motiva nuestro cariño invencible y
nuestro irreductible afán por revivirla
Bolívar tan
groseramente manoseado en estos años, dijo más de una vez de su gusto por
“ejercer el oficio de simple ciudadano”. El político y soldado que fue el
Libertador, consideraba la ciudadanía como un menester, una actividad. En su
pensamiento, la suya no era una ciudadanía pasiva, meramente contemplativa. Un
ciudadano hace. Tenía razón.
En mi familia, en mis
estudios desde primaria hasta la universidad, en mis viajes por Venezuela hasta
rincones fuera de las rutas turísticas y lejos de las autopistas y vías
principales, los empecé con mi padre para continuarlos en la vida partidista
que inicié temprano, en la adolescencia y consumió varias décadas, adquirí una
visión amplia y propia de nuestro país. Ella es el fundamento de mi noción de
ciudadanía como compromiso militante nacido en el conocimiento y la
comprensión, la pertenencia, el afecto.
La militancia ciudadana
es tan sencilla como exigente. Ejercer los derechos propios y respetar los
ajenos. Cumplir los deberes propios y tener presente que los demás también los
tienen, así que merecen la posibilidad de cumplirlos. En resumen: hacer lo
bueno y evitar lo malo que es dañino a los demás.
Nuestra ciudadanía es
primero, obviamente, en la ciudad, ámbito básico de nuestras relaciones
sociales, económicas o políticas. Con un radio más ancho, la región con el
natural apego que nos genera. Aquel lema publicitario de “cada región tiene un
nombre” tiene de lugar común, pero así mismo de verdad. Existen la diversidad
regional y la identidad nacional. La nación que nos reúne a todos es un
proyecto histórico compartido. Venezuela es una república o al menos, hemos
prometido que lo será. Etimológicamente, la Res-Pública es la cosa de todos,
así que sus asuntos nos incumben de modo ineludible.
Sin perder el Norte del
bien común, pertenecemos también a varas comunidades, cada una con sus
intereses legítimos aunque parciales. Somos vecinos, padres o representantes en
la escuela, tenemos una profesión u oficio agremiado, podemos pertenecer a un
sindicato o una cámara, a alguna asociación deportiva. Todas ellas generan
vínculos y compromisos, así que hay ciudadanías sectoriales. Y claro, la
ciudadanía política, como votante consciente o como participante en el debate y
la competencia política. Cada una es un proyecto del cual somos partícipes, de
ellas derivan vínculos y compromisos, derechos y deberes. En todas militamos.
Militancia, compromiso,
la ciudadanía es un aprendizaje que no cesa.
21-02-21
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