Mac Margolis 16 de febrero de 2021
@macmargolis
Un
análisis de las condiciones del país caribeño muestra que podría desencadenarse
una situación explosiva en el corto plazo
Los venezolanos tuvieron una rara ocasión para
celebrar la semana pasada cuando una directiva del Gobierno despejó el camino
para que cientos de miles de sus compatriotas en peligro recibieran
dosis de las vacunas contra el covid-19.
Oh, espere.
Los compatriotas en cuestión eran inmigrantes,
quienes dejaron su tierra natal para hacer una nueva vida en el
extranjero. El Gobierno era el colombiano, cuya directiva para
proteger a los venezolanos expatriados no emanaba del caudillo en Caracas, sino
de su archicrítico al otro lado de la frontera, el presidente Iván Duque. Mejor
aún, la oferta de vacunas es parte de un acuerdo más amplio para
otorgar un estatus de protección temporal a los venezolanos que viven de manera
irregular en Colombia, lo que abre la puerta para que casi 1 millón de
vecinos desplazados residan, trabajen y accedan a la salud pública en su hogar
adoptivo de manera legal.
Tales son los signos vitales de la República
Bolivariana, donde para quienes se han quedado atrás, la perspectiva es
desesperada. Mucho antes del impacto del nuevo coronavirus, Venezuela
estaba bajo el peor colapso económico e institucional en la historia de América
Latina. Para quienes no tienen salida, eso se ha traducido durante mucho tiempo
en desempleo y pobreza. Con los contagios por covid-19 a
punto de acelerarse, también se espera un aumento de la enfermedad
incapacitante y de las muertes.
Es un milagro que el virus ya no haya abrumado a
Venezuela. Para el 11 de febrero, el país había registrado oficialmente casi
132.000 casos y lamentado la pérdida de 1.260 vidas a causa de la enfermedad,
un número notablemente modesto en comparación con el afectado continente
sudamericano, en particular si se considera la devastación del sistema de salud
de Venezuela. Las autoridades del régimen atribuyen la curva de
contagio relativamente baja a los oportunos mandatos de uso de tapabocas y las
medidas de cuarentena.
Las cuarentenas y las medidas de distanciamiento
social, las herramientas favoritas de los regímenes autoritarios que buscan
sofocar la disidencia colectiva, pueden haber ayudado. Sin embargo, médicos
y profesionales de la salud informan que la combinación de la ineptitud oficial
y la emergencia económica del país puede haber camuflado y, por lo tanto,
subestimado descaradamente la crisis.
Empecemos por la drástica escasez de gasolina que
agotó las bombas de combustible, redujo la movilidad nacional y, por lo tanto,
frenó, o tal vez simplemente retrasó, la propagación de la enfermedad en la
comunidad, que golpeó más fuertemente a Caracas y el estado norteño de Miranda.
Sin embargo, los datos de salud pública crónicamente defectuosos o
manipulados llevaron a un recuento infravalorado de casos y muertes por
covid-19. La autoridad sanitaria de Venezuela dejó de publicar
estadísticas de salud pública en 2016.
Un fracaso en el seguimiento del virus se ha sumado a
este espejismo. Con solo dos laboratorios gubernamentales acreditados en
Caracas, donde se reportaron la mayoría de los casos, y pocas pruebas en otros
lugares, Venezuela enfrenta ciega a la pandemia. “Saque los cálculos:
¿cuántas pruebas pueden procesar las dos instituciones gubernamentales?”,
dijo el especialista venezolano en enfermedades infecciosas Alberto
Paniz-Mondolfi, director asistente de microbiología de la Escuela de Medicina
Icahn en Mount Sinai.
De hecho, el país ha promediado solo 21,3
pruebas de hisopos (PCR) por cada 100.000 habitantes desde abril, una
tasa cinco veces menor que la de los países vecinos, según un estudio realizado
en diciembre por las investigadoras venezolanas María Eugenia Grillet y
Margarita Lampo. No es de extrañar que la curva de contagio oficial de
Venezuela parezca plana.
Ese idilio no durará. Luego de estar confinado en
algunas zonas, el virus comenzó a propagarse rápidamente a mediados del
año pasado.
La fatiga de la cuarentena, la relajación de
las órdenes de distanciamiento social y las medidas improvisadas de control de
daños de Nicolás Maduro, que eliminó los controles de precios y
permitió que el dólar fluya libremente para reactivar el postrado mercado
interno, han acelerado el contagio. Trabajadores independientes del sector de
la salud que están rastreando el virus proyectan que pronto podría aumentar.
Quizás ningún país de la región esté menos preparado. La Encuesta Nacional de Hospitales Venezolanos y
la red no gubernamental de defensa de la epidemiología de Venezuela, contó solo
720 camas de cuidados críticos y 102 ventiladores en todo el país cuando
comenzó la pandemia. Los números no son mejores hoy, dice Paniz-Mondolfi.
Como si las horribles condiciones sanitarias no fueran
un problema suficiente, la intromisión y el enfoque médico del régimen
no tienen control. Médicos sin Fronteras tiró la toalla en noviembre
pasado y cerró sus operaciones en un hospital de emergencia clave en los
barrios marginales de Caracas después de repetidas interferencias. Los médicos
y los trabajadores de salud de primera línea de Venezuela necesitan todo el
respaldo que puedan recibir, debido a que unos 30.000 médicos ya habían huido
del país antes del inicio de la pandemia. Los que se quedaron se enfrentan a un
sistema de salud en ruinas. Una encuesta realizada a principios del año pasado
encontró que 75% de los médicos atendían en instalaciones con
suministro de agua poco confiable, mientras que un 65% trabajaba sin guantes,
tapabocas, jabón, gafas protectoras ni ropa hospitalaria.
La vacunación masiva sería una bendición. Sin embargo,
una difícil circunstancia partidista ha amenazado un acuerdo para
asegurar hasta 6 millones de dosis de vacunas contra el covid-19 destinadas a
Venezuela a través del mecanismo global Covax de la Organización Mundial de la
Salud. Bloomberg News informó el 11 de febrero que un
avance puede estar cerca, pero hasta ahora Maduro ha afirmado que no puede
pagar las vacunas debido a los fondos congelados por el Gobierno de Estados
Unidos, mientras que Juan Guaidó no pedirá la liberación de esos fondos hasta
que Maduro se alinee con la Organización Panamericana de la Salud.
Sin ceder, Maduro desairó a Guaidó y a su
principal aliado, Estados Unidos, al anunciar un acuerdo con Moscú para
importar la vacuna Sputnik V de Rusia, de la cual se espera que lleguen
100.000 dosis la próxima semana y quizás millones más en algún momento. Pero
por ahora, lamentablemente, el mejor plan para la mayoría de los venezolanos
para defenderse de los estragos locales puede ser dirigirse a un país vecino.
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