Francisco Fernández-Carvajal 26 de febrero de 2021
@hablarcondios
— El Señor llama a todos a la santidad, sin distinción
de profesión, de edad, condición social, etcétera, en el lugar que cada uno
ocupa en la sociedad.
— «Santificar el propio trabajo», «santificarse en el
trabajo», «santificar a los demás con el trabajo». Necesidad de personas santas
para transformar la sociedad.
— Santidad y apostolado en medio del mundo. Ejemplo de
los primeros cristianos.
I. Sed,
pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto1.
Así termina el Evangelio de la Misa de hoy. De muchas maneras nos está
recordando la Iglesia, en estos cuarenta días de preparación para la Pascua,
que el Señor espera mucho más de nosotros: un empeño serio por la santidad.
Sed perfectos... Y
el Señor no solo se dirige a los Apóstoles sino a todos los que quieran ser de
verdad discípulos suyos. Se dice expresamente que cuando terminó Jesús
estos discursos, las multitudes quedaron admiradas de su doctrina2.
Esta gran cantidad de gente que le escucha estaría formada por madres de
familia, pescadores, artesanos, doctores de la ley, jóvenes... Todos le
entienden y quedan admirados, porque a todos se dirige el Señor.
Para todos, cada uno según sus propias circunstancias, tiene el Señor grandes
exigencias. El Maestro llama a la santidad sin distinción de edad, profesión,
raza o condición social. No hay seguidores de Cristo sin vocación cristiana,
sin una llamada personal a la santidad. Dios nos escogió para ser
santos y sin mancha en su presencia3,
repetirá San Pablo a los primeros cristianos de Éfeso; y para conseguir esta
meta es necesario un esfuerzo que se prolonga a lo largo de nuestros días aquí
en la tierra: el justo justifíquese todavía más y el santo más y más se
santifique4.
Esta doctrina del llamamiento universal a la santidad,
es, desde 1928, por inspiración divina, uno de los puntos centrales de la
predicación de San Josemaría Escrivá, que ha vuelto a recordar en nuestro
tiempo –de todas las maneras posibles– que el cristiano, por su Bautismo, está
llamado a la plenitud de la vida cristiana, a la santidad.
El Concilio Vaticano II ha declarado para toda la
Iglesia esta vieja doctrina evangélica: el cristiano es llamado a la santidad,
desde el lugar que ocupa en la sociedad. «Todos los fieles, cualesquiera que
sean su estado y condición, están llamados por Dios, cada uno en su camino, a la
perfección de la santidad, por la que el mismo Padre es perfecto»5. Todos
y cada uno de los fieles.
Llama el Señor a todos los cristianos que están en
medio del mundo en plena ocupación profesional, para que allí le encuentren,
realizando aquella tarea con perfección humana y, a la vez, con sentido
sobrenatural: ofreciéndola a Dios, viviendo la caridad con las personas que
tratan, la mortificación, la presencia de Dios...
Hoy podemos preguntarnos en nuestra oración con el
Señor si le damos gracias frecuentemente por esta llamada a seguirle de cerca,
si estamos correspondiendo a las gracias recibidas mediante una lucha ascética
clara y vibrante por adquirir las virtudes, si estamos vigilantes para rechazar
todo aburguesamiento, que mata los deseos de santidad y deja el alma sumida en
la mediocridad espiritual y en la tibieza. No basta con querer ser buenos;
hay que esforzarse decididamente en ser santos.
II. Sed,
pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto. La
santidad, amor creciente a Dios y a los demás por Dios, podemos y debemos
adquirirla en las cosas de todos los días, que se repiten muchas veces, con
aparente monotonía. «Para amar a Dios y servirle, no es necesario hacer cosas
raras. A todos los hombres sin excepción, Cristo les pide que sean perfectos
como su Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48). Para la gran
mayoría de los hombres, ser santo supone santificar el propio trabajo,
santificarse en su trabajo, y santificar a los demás con el trabajo, y
encontrar así a Dios en el camino de sus vidas»6.
Para que el trabajo, cualquier tarea recta, pueda
convertirse en medio de santidad es necesario que esté humanamente bien hecho,
ya que no podemos ofrecer a Dios nada defectuoso, pues no sería digno
de Él7. El trabajo bien realizado supone tanto el cuidado de los
pequeños deberes que toda profesión lleva consigo como el cumplimiento
fidelísimo de la virtud de la justicia con otras personas y con la sociedad, el
rectificar con prontitud si se ha cometido algún error con quienes o para
quienes trabajamos, el afán constante por mejorar profesionalmente en nuestro
quehacer. Esto vale igualmente para el empresario, para el obrero, o el
estudiante. Para el médico o para la madre de familia que ha de dedicarse al cuidado
de la casa sacando adelante los quehaceres corrientes del hogar.
Santificarnos en el trabajo nos llevará a convertirlo
en ocasión y lugar de trato con Dios. Para esto, podemos ofrecer el trabajo al
comenzarlo, y luego renovar ese ofrecimiento con frecuencia, aprovechando
cualquier circunstancia. A lo largo de su realización se presentarán muchos
momentos para ofrecer pequeñas mortificaciones que enriquecen la vida interior
y el mismo trabajo que estamos haciendo; también, para el ejercicio de las virtudes
humanas (la laboriosidad, la reciedumbre, la alegría...), y de las
sobrenaturales (la fe, la esperanza, la caridad, la prudencia...).
El trabajo puede y debe ser el medio para dar a
conocer a Cristo a muchas personas. Hay profesiones que tienen una repercusión
inmediata en la vida social: la enseñanza, las que se relacionan con los medios
de información, el ejercicio de las funciones públicas de un país... Pero no
existen tareas que nada tengan que ver con la doctrina de Jesucristo. Aun en
problemas muy técnicos de una empresa o en la manera como una madre de familia
lleva su hogar, se darán soluciones distintas, en ocasiones radicalmente
distintas, según se tenga una visión pagana o cristiana de la vida. Quien no
tiene fe siempre tendrá una visión incompleta del mundo, y el modo de
comportarse cristiano chocará a veces con la moda del momento, con los usos
corrientes entre colegas de una misma profesión. Son circunstancias
especialmente propicias para dar a conocer a Cristo, siendo ejemplares en la manera
cristiana de actuar, llena de naturalidad y de firmeza.
El mundo está necesitado de Dios, más cuanto con mayor
frecuencia repite que no tiene necesidad de Él. Los cristianos, esforzándonos
en seguir a Cristo seriamente, lo daremos a conocer. «Un secreto. —Un secreto,
a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos.
»—Dios quiere un puñado de hombres “suyos” en cada
actividad humana. —Después... “pax Christi in regno Christi” —la paz de Cristo
en el reino de Cristo»8.
Santificar el trabajo. Santificarse en el trabajo.
Santificar con el trabajo.
III. Los
primeros cristianos vencieron muchos obstáculos con su empeño y con su amor a
Cristo, y nos señalaron el camino: su firmeza en la doctrina del Señor pudo más
que la atmósfera materialista, y frecuentemente hostil, que los circundaba.
Metidos en la entraña misma de aquella sociedad, no buscaron en el aislamiento
el remedio a un posible contagio y su propia supervivencia. Estaban plenamente
convencidos de ser levadura de Dios, y su callada pero eficaz acción acabó por
transformar aquella masa informe. «Supieron, sobre todo, estar serenamente
presentes en el mundo, no despreciar sus valores ni desdeñar las realidades terrenas.
Y esta presencia –“ya llenamos el mundo y todas vuestras cosas”, proclamaba
Tertuliano–, presencia extendida a todos los ambientes, interesada por todas
las realidades honestas y valiosas, llegó a penetrarlas de un espíritu nuevo»9.
El cristiano, con la ayuda de Dios, procurará hacer
noble y valioso lo vulgar y corriente, convertir cuanto toque, no ya en oro,
como en la leyenda del rey Midas, sino en gracia y en gloria. La Iglesia nos
recuerda la tarea urgente de estar presentes en medio del mundo, para
reconducir a Dios todas las realidades terrenas. Esto solo será posible si nos
mantenemos unidos a Cristo mediante la oración y los sacramentos. Como el
sarmiento está unido a la vid10,
así debemos estar nosotros cada día unidos al Señor.
«Se necesitan heraldos del Evangelio expertos en
humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen de sus
gozos y esperanzas, de sus angustias y tristezas, y al mismo tiempo sean
contemplativos, enamorados de Dios. Para esto se necesitan nuevos santos.
Debemos suplicar al Señor que aumente el espíritu de santidad en la Iglesia y
nos mande santos para evangelizar el mundo de hoy»11.
Y esta misma idea la expresaba el Sínodo Extraordinario de Obispos haciendo un
balance global de la situación de la Iglesia: «Hoy día necesitamos fuertemente
pedir a Dios, con asiduidad, santos»12.
El cristiano ha de ser «otro Cristo». Esta es la gran
fuerza del testimonio cristiano. Y de Jesús se dijo, a modo de resumen de toda
su vida, que pasó por la tierra haciendo el bien13,
y eso debería decirse de cada uno de nosotros, si de verdad procuramos
imitarle. «El divino Maestro y Modelo de toda perfección, predicó a todos y
cada uno de sus discípulos, en cualquier circunstancia que viviere, la santidad
de vida, de la cual Él es autor y consumador: Sed, pues, perfectos (...).
Es completamente claro que todos los fieles de cualquier estado o condición de
vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la
caridad, santidad que, aun en la sociedad terrena, promueve un modo más humano
de vivir»14.
1 Mt 5,
48. —
2 Mt 7,
28. —
3 Ef 1,
4. —
4 Apoc 22,
11. —
5 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 11. —
6 Conversaciones
con Monseñor Escrivá de Balaguer, 55. —
7 Cfr. Lev 22,
20. —
8 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 301. —
9 J.
Orlandis, La vocación del hombre de hoy, Rialp, Madrid
1973, 3ª ed., p. 48. —
10 Cfr. Jn 15,
1-7. —
11 Juan
Pablo II, Discurso, 11-X-1985. —
12 Sínodo
Extraordinario de Obispos 1985. Relación final II, A n. 4.
—
13 Hech 10,
38. —
14 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 40.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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