Laureano Márquez 30 de septiembre de 2021
@laureanomar
El
término viene del alemán (bueno sippenhaft, porque el criollo es criollo).
Aparece mencionado en el reciente informe del Consejo de Derechos Humanos de la
ONU sobre las violaciones a los derechos humanos en Venezuela.
Se
trata de un concepto jurídico usado en la Alemania nazi según el cual la
responsabilidad por los llamados «delitos contra el Estado» se extendía a los
familiares del acusado, quienes eran imputados y juzgados también y, en algunas
oportunidades, hasta condenados a muerte.
La brillante idea se le ocurrió a Heinrich Himmler, lugarteniente de Hitler, constructor y supervisor de los campos de exterminio, entre otras aberraciones confiadas a su cargo.
Al
parecer, interesado desde muy temprana edad en el ocultismo y el misticismo,
intentó desde este ámbito desarrollar un discurso en apoyo a la idea de la
superioridad racial aria. Inspirado en los caballeros teutones de la Alemania
medieval, Himmler desarrolló toda una filosofía y hasta una teología,
organizando una «Iglesia de la orden teutónica» con la que pretendía sustituir
a la Iglesia Católica.
Entre
las cosas que rescató de ese supuesto esplendor ancestral, estaba la idea de
que, ante un grave delito, la costumbre teutona era condenar a todo el clan
familiar del acusado apelando al principio de la «corrupción de la sangre».
Este
principio se aplicó en la Unión Soviética de Stalin, en la China de Mao, en la
Cuba de Castro (entre otras tiranías) y se aplica en la Venezuela de hoy. En el
informe de la comisión se relatan varios casos, tanto de prisión a familiares
como amenazas de asesinar a parientes si el acusado no procede y declara
inculpándose, conforme a los requerimientos del organismo del Estado que lo retiene,
casi siempre de manera ilegal.
En la
mayor parte de los casos que en el informe de la comisión se detallan, las
amenazas con ocasionar daño a los familiares están presentes. También el acoso
cuando estos intentan ejercer los derechos que la constitución y las leyes
otorgan para la protección de los procesados.
Hay un
documental en Netflix sobre la formación de las tiranías («Como se convirtieron
en tiranos»), Venezuela reúne todos los requisitos que en él se detallan desde
hace un par de décadas. Personajes siniestros que no se detienen ante ninguna
norma jurídica o moral someten a una nación entera a su ambición ilimitada de
poder. Se trata de una forma de dominación que deja tras de sí una estela de
destrucción y muerte que acaba empeorando todos los males en contra de los
cuales supuestamente insurgieron sus protagonistas.
Sin
duda, la Venezuela anterior al régimen chavista tenía muchas dificultades,
distorsiones y vicios, pero en las últimas dos décadas todos ellos han
alcanzado dimensiones que en los años anteriores a 1998 nunca alcanzamos a
imaginar ni siquiera en el escenario más apocalíptico.
Para
mantenerse en el poder, el mejor recurso con el que cuentan las tiranías es el
miedo. Hay que asustar a la población para que no se atreva a rebelarse. Para
ello no solo hay que perseguir a quien intente hacerlo, sino disuadirlo
amenazando a sus familiares: padres, pareja, hijos y parientes cercanos, para
que entienda que sus acciones pueden dañar incluso a sus seres queridos, sin
importar si son o no partícipes de ellas. Es el sippenhaft nazi, que también se
practica hoy en Venezuela tal como lo denuncia el informe de la Comisión de
Derechos Humanos de la ONU.
Laureano
Márquez
@laureanomar
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