Gustavo J. Villasmil-Prieto 28 de octubre de 2024
«Voy
cruzando el rio, sabes que te quiero
no hay mucho dinero, lo he pasado mal»
Tam Tam Go «Espaldas mojadas» (1990)
Esta semana fueron hallados sin vida los cuerpos de un padre venezolano y su pequeña hija, arrastrados por corriente del Rio Grande mientras trataban de alcanzar la orilla estadounidense en Eagle Pass, Texas. Perdieron sus vidas persiguiendo otra que creyeron mejor. En 2023, 50 mil venezolanos lo lograron. Hicieron parte de ese 65 % de hermanos nuestros sumados a los más 500 mil seres humanos que ese mismo año atravesaron a pie el terrible «tapón» del Darién.
No
hacían turismo de aventura: escapaban de una Venezuela y de un continente sin
futuro en el que la esperanza se ha vuelto un artículo de lujo. Cruzando el
río. Nunca sabremos cuántos quedaron allí.
Debo a
la gentileza de mi buen amigo, el profesor Richard Obuchi del IESA, el haberme
introducido hace algunos años a la obra de los economistas Daron Acemoglu, del
MIT y de James A. Robinson, de la Universidad de Chicago, quien junto a Simon
Johnson, también del MIT, acaban de ser galardonados con el Nobel de Economía
correspondiente de este año. La tesis expuesta por los autores en su ensayo
«Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity and Poverty» de 2012, es
simple y a la vez poderosa: la variable crítica que explica el fracaso de unas
naciones respecto a de otras incluso menos favorecidas por la geografía o los
recursos naturales, reside en la robustez y en el carácter inclusivo de sus
instituciones.
En lo
que respecta a Iberoamérica, en torno a la cual tanta pendejada se ha dicho y
escrito dicho durante décadas, los autores nos presentan un verdadero
experimento natural: el del pueblo de Nogales, dividido en dos mitades como
consecuencia de la guerra entre México y Estados Unidos de 1846 a 1848. La
mitad norte de Nogales quedó en jurisdicción del estado de Arizona, en la Unión
Americana; la mitad sur, en el de Sonora, en la Unión Mexicana. Bajo un mismo
clima, compartiendo una misma orografía y una misma cultura e integrando a una
misma gente, ambos Nogales diferían apenas en un único aspecto: la
institucionalidad que les cobijaba. A más de siglo y medio de distancia
las resultas son contrastantes: el PIB per cápita del Nogales estadounidense
triplica al de su homólogo mexicano y su desempleo es aproximadamente la mitad
del de aquel.
A
partir de un típico modelo de «caso y control», análogo al de los científicos
de laboratorio, Acemoglu y Robinson echan por tierra toda la «gramínea»
positivista del siglo XIX y principios del XX que nos condenó a priori al
atraso y la pobreza por hispanos y por católicos. Muy por el contrario, ha sido
nuestra institucionalidad –débil y contrahecha– la causa subyacente a nuestros
sonorosos fracasos como región, al punto de que Iberoamérica sea hoy una tierra
de la que todos quieran marcharse.
¿O es
que acaso, junto a los miles de venezolanos que a diario cruzan el Darién no
caminan también ecuatorianos, peruanos, nicas y colombianos o que a las aguas
trepidantes del Rio Grande no se lanzaron primero que nadie multitud de
mexicanos que no dudaron el correr el riesgo de sus vidas para reiniciar otra,
aunque fuese en calidad de «wetbacks», en un país percibido como más propicio?
Uno
que no fue Nobel, pero que mereció serlo –el mexicano Carlos Fuentes– nos lo
dejó bien dicho en su día: a los iberoamericanos se nos están acabando las
excusas para explicar nuestra larga tradición de fracasos como región.
Desde
Carlos V a la United Fruit y la Standard Oil, desde la CIA a la Guipuzcoana,
desde Roosevelt a Elon Musk: aquí siempre hay culpables, pero en la lista de
candidatos jamás veremos figurar a ninguno de nosotros.
AMLO y
la Sheinbaum exigen el perdón de España sin que sientan el deber de pedirlo
ellos mismos por el estado de postración política y moral al que han reducido a
ese gran país que otrora fuera México. Tampoco creen estar obligados a
disculparse la inefable señora Kirchner y su comparsa peronista, que
bananizaron a una Argentina que pudo una vez ser los Estados Unidos de América
del Sur ni jamás se ha llamado a pedir perdón a los hermanos Castro y sus
chambelanes, que hicieron de la bella Cuba el mejor puticlub del Caribe. Y así
por el estilo. Comprenderá el lector que no entre en detalles sobre el doloroso
caso venezolano: veinticinco años de rodaje de tan triste película lo
hacen innecesario.
El
interesante caso de los dos Nogales sirvió de modelo a Acemoglu y a Robinson
para destacar el papel central que juegan las instituciones inclusivas – las
que promueven la integración del ciudadano a partir de reglas de juego
legitimadas y universales– en la generación de una prosperidad de la que todos
puedan participar de acuerdo con su particular contribución. Dichas
instituciones contrastan con las de carácter extractivo, que solo benefician a
una selecta macolla de privilegiados – «enchufados», diríamos aquí– que
acaparan para si todo beneficio posible.
Sin
instituciones inclusivas, en Iberoamérica no habrá empréstito, inversión,
política pública o agenda de cooperación internacional que valga. Tampoco habrá
futuro, sino apuestas a ganador que, como siempre, harán inmensamente ricos a
unos pocos y sumirán en la pobreza a muchos más.
Ninguna
«migra» o «border patrol» habrá que pueda parar a la grey desesperada que
escapa de la disolución social y el caos y marcha en pos una vida mejor.
Allá
van, se cuentan por miles. Cruzando el río.
Gustavo
J. Villasmil-Prieto
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