La resiliencia es un atributo de la humanidad que se remonta a los tiempos de Adán y Eva. Actualmente, esa palabra está de moda. La escucha uno en los reels de las redes sociales. La mencionan los influencers y los espontáneos que saltan al ruedo de la salud mental a ver qué consiguen, qué pescan. Quizás porque necesitamos avistar, al final del túnel, la lucecita de esperanza que nos ayude a vivir hasta mañana, porque nadie sabe qué puede suceder pasado mañana.
No todos tenemos la capacidad para desarrollar la resiliencia. No es una pastilla mágica o el santo grial. Primero tenemos que saber si está en nuestras posibilidades desencadenar esa energía, esa potencialidad. Entonces, podemos levar anclas y aventurarnos en otras latitudes. Podemos tener éxito, pero el éxito tiene un problema: no es para todo el mundo. Las personas propensas, por cualquier razón, a la depresión, a la ansiedad, mejor quédense donde están, pues el fracaso es el número de su lotería.
Quien habla sobre la migración y su impacto psicológico es Wadalberto Rodríguez*
La gente se va del país porque se percata o entiende que vive una situación insostenible. Emigra con un duelo que no ha procesado y tiene que empezar desde cero. ¿Cuál es el cuadro psicológico en ese momento?
Esa percepción de la realidad cero, como la has llamado, no es inmediata. Independientemente de las circunstancias, por las cuales tú llegas a otro país, esos primeros días, esos primeros meses, tienen una cantidad de cosas sorpresivas y, muchas veces, desconocidas, que realmente estás como en una nebulosa, tratando de entender y moverte en un lugar del cual no sabes casi nada, por no decir nada. Algunas de esas cosas te pueden parecer maravillosas y otras te pueden resultar muy chocantes. En todo caso, son totalmente diferentes a la experiencia que uno tenía. Después de ese intervalo, comienzas a darte cuenta de que has llegado a un lugar en el que eres nadie. A menos que llegues con muchos millones, como es el caso de los enchufados.
Es el fin de algo y el comienzo de algo.
Ahí es cuando te das cuenta de que de verdad verdad te viniste. Empiezas a darte cuenta de eso cuando empieza la búsqueda del sustento económico. Y ya la realidad que tenías en tu país: una profesión, un oficio o un negocio, no cuentan. No valen. No te lo reconocen. Estás solo y en descampado. Ya no me corresponde la realidad que yo tenía. Aquí tengo que comenzar de nuevo. Ahí comienza el fin de la decisión que tomaste y el comienzo de lo que va a ser el futuro de tu vida. Es como una dualidad de cosas que están sucediendo de manera simultánea. Está terminando algo y está comenzando otra cosa. Eso hace que te sientas como el único tripulante de un pequeño barquito, en medio de un oleaje muy grande. En ese sube y baja pasan cosas, y es difícil empezar a darse cuenta de eso.
No todos estamos preparados para la migración. O, mejor dicho, la migración no es para todos. Entonces, podemos fracasar en la migración.
Claro que podemos fracasar, pero eso depende de los factores psicológicos que a ti te acompañen. Todos sabemos que conseguir trabajo es difícil; conseguir la adaptación social es difícil; adquirir un idioma distinto al tuyo es difícil. Y hay algo que es dificilísimo, me refiero a lo que yo llamo las claves sociales. ¿Cómo sabemos cuándo te puedes reír? ¿Cómo saber cuándo te puedes permitir un comentario? Incluso, ¿cuál es el protocolo a la hora de comer? ¿Cómo debes moverte en un autobús? Es una miríada de cosas nuevas que tú tienes que aprender. Me permito decir que sólo puedes aprender esas cosas si te quitas de encima la coraza de lo que tú eras y entiendes que tienes que comportarte, si se quiere, de la manera más sutil. En el sentido de que tienes que andar siempre, con mucho cuidado.
Habló de ciertas particularidades psicológicas, que pueden marcar la diferencia entre tener éxito o fracasar. ¿Podría mencionar algunas de esas particularidades?
Hay una cosa de la cual se habla en psicológica, una palabra que, si se quiere está muy de moda, aunque es una característica de los seres humanos de toda la vida. Resiliencia. ¿Qué capacidad tienes tú para superar eventos, complicados o difíciles, sin que eso te abrume, al punto de que eso te paralice o te neutralice? Entonces, aprender de esa experiencia para empezar a crecer. Tienes que tener humildad, pero no en el sentido religioso o espiritual, sino en tener la capacidad para aceptar todo lo que tienes que aprender, porque el problema es que tienes que aprender demasiadas cosas. Las tienes que aprender en un tiempo muy corto y nadie te las va a enseñar. Las tienes que descubrir y procesar por ti mismo. Esa resiliencia es importantísima a la hora de tener un mínimo de posibilidades de éxito. Otra cosa que es muy importante es que migres a un lugar, donde haya cierta identidad cultural, la identidad lingüística también vale mucho. Te da un mayor margen para integrarte en la nueva sociedad. Evidentemente, una persona que tenga, por distintas razones, tendencia a hacer un episodio depresivo, tiene una enorme desventaja con respecto a alguien que no tenga esa característica psicológica en su bagaje genético.
La salud mental está en crisis en casi todo el mundo. Es una nueva pandemia. La pandemia de la salud mental. ¿Cómo la viven los migrantes?
Esa es quizás la peor. La salud mental es una especie de Cenicienta de los sistemas de salud a nivel mundial. En cualquier lugar adonde vayas, en cualquier país, la salud mental es, indistintamente, la especialidad médica a la que le asignan los menores presupuestos. Y es el área de la medicina donde tienes el menor número de especialistas. En todo el mundo hay menos psiquiatras, menos hospitales psiquiátricos que de cualquier otra especialidad. La mayoría de los países no tienen políticas específicas de apoyo emocional o de salud mental para atender a los migrantes. Quizás por la globalización, la gente está migrando muchísimo más, por las razones que sea. Y los aparatos de salud mental, que siempre fueron deficitarios, incluso, para las poblaciones nativas, se ven ahora sobrecargados con personas que vienen de afuera. En Holanda, por ejemplo, se quejan de que no hay psiquiatras suficientes, pero si tú preguntas si hay especialistas para la gente que habla español. No hay. Eso no existe aquí.
Uno entiende que la depresión es el principal síntoma de una salud mental comprometida, pero no es el único. ¿Pudiera dar algunos ejemplos?
Dentro de lo que son las patologías de tipo psicológicos, sabemos que la depresión y la ansiedad, son dos polos muy característicos de la salud mental. Dentro de la ansiedad, hay problemas de insomnio. Lo vemos con muchísima frecuencia. Sobre todo, porque hay una gran diferencia entre Europa y América Latina en cuanto a la organización laboral. En Europa, por ejemplo, es muy frecuente que a la gente le den un contrato de seis meses. Para nosotros eso significa inestabilidad, ¿me quedo o me voy? Al cuarto mes, empiezas a dormir mal, porque no sabes cuál va a ser tu futuro. En general, la vida de los migrantes, en Europa, es bastante complicada.
En todos los países de Europa se están endureciendo las políticas de emigración. Actualmente, son mucho más restrictiva. Ya no es un rechazo social o cultura, ya es una política de Estado. En eso hay países abanderados como Inglaterra, Hungría, Italia, Francia y ahora Alemania. ¿Para qué irse a un lugar donde el Estado te rechaza? Esa decisión, ¿Qué sentido tiene?
El sentido que tiene es que ya no toleras donde estás viviendo. La gente fantasea con la idea de que “al país adonde voy, todo va a ser mejor”. Y no necesariamente es así. En Europa es muy difícil quedarse, a menos que tú vengas con una contratación previa. Pero no vienes a migrar sino a trabajar en una compañía que tiene su sede en cualquiera de los países de la Unión Europea. Son dos cosas muy distintas. Y si vienes como migrante, porque esa fue tu decisión, la cosa se hace muy complicada. Sin un pasaporte europeo, no te puedes quedar. Algo similar pasa en los Estados Unidos. Aunque veamos a Estados Unidos, como un destino más afín culturalmente a la hora de pensar en cambiar de país. El problema para nosotros los latinoamericanos es que el esquema de los Estados Unidos, donde la gente vive para trabajar no se nos ajusta bien, por razones estrictamente culturales. Con relación a Europa hay algo que vengo observando y es que los europeos, con respecto a los latinoamericanos, no se quitan el colonialismo de encima. Los europeos han desarrollado políticas anticoloniales obligados por circunstancias económicas y sociales a nivel mundial, pero para ellos nosotros somos una gente que sabe poquito. Ellos parten del supuesto que, científicamente hablando, son superiores.
Diría que en lo que se conoce como la sociedad del conocimiento, América Latina está rezada y Venezuela, quizás, en algún lugar muy cercano a menos infinito.
Un médico de Venezuela no sabe menos ni tiene menos formación que un médico de cualquier país de la Unión Europea. Sin embargo, ellos están convencidos que los médicos venezolanos no tienen una formación adecuada. O un ingeniero. O un arquitecto. Cualquiera de esas profesiones liberales, no encuentra las puertas abiertas con la facilidad, que uno pudiera pensar. A la hora que llegas aquí, eso es un problema muy serio y viene la pregunta. ¿Qué voy a hacer con mi profesión?
Hablas de la mentalidad colonial. Uno de los rasgos de esa mentalidad es el racismo. Si no hay ninguna razón lógica o científica para descartar a los médicos venezolanos, por ejemplo, ¿No estamos, precisamente, ante una manifestación del racismo?
No lo descartaría totalmente. Sin embargo, tengo la impresión de que eso pudiera ser más evidente para las generaciones más viejas [debo decir que tanto al entrevistado como al que esto escribe se nos cayó la cédula], pero entre los jóvenes no es tan evidente ese problema racial. Afortunadamente. Eso está cambiando de forma radical. Los jóvenes de los Países Bajos se relacionan, entablan amistad, van a fiestas y se hacen panas con gente de muchas nacionalidades. Claro, hay unos países donde eso es más y donde es menos. Te hablo, por lo que sé, de los Países Bajos. No sé cómo funciona en otros países europeos. Cuando hablo de esas manifestaciones del racismo me refiero a gente mucho mayor, de 80 para arriba, que fueron parte de las políticas coloniales de los Países Bajos que, en Indonesia, finalizaron en la década de 1960.
Hasta ayer.
Sí, ayer.
A diferencia de otras migraciones, la venezolana no se organiza, no se apoya mutuamente, como ocurre con los cubanos en Miami, por ejemplo. Aquí uno ve un club libanés, un club gallego, un Centro Italiano. ¿Qué explicaría esta ausencia de lugares de encuentro?
En la ciudad en la cual vivo (La Haya) hay un restaurante venezolano, de Barquisimeto, que se llama Señor Torres. Un apellido muy larense, ¿No? Pero es cierto, no hay otro lugar donde tú puedas acercarte a esa sensación de calidez humana, propia de ser de los venezolanos. Eso no existe aquí por culpa de nosotros mismos. Aquí nadie te va a prohibir que hagas un lugar de encuentro para los migrantes venezolanos. Sin embargo, no existe. ¿A qué se debe eso?, me preguntas. Honestamente, no tengo respuestas. No sé cuál puede ser la razón por la cual nosotros nos desligamos tanto unos de otros, cuando estamos en una situación en la que nos hacemos falta.
Voy a asomar lo que podría ser una hipótesis. Primero, porque somos individualistas. Segundo, porque somos muy superficiales en nuestras relaciones.
Obviamente, no nos agrupamos porque somos individualistas, estoy totalmente de acuerdo. Quizás la pregunta sea ¿Qué nos hace individualistas? Allí es donde está el meollo del asunto. ¿Qué dificultad tan enorme hemos tenido como sociedad, como cultura, como población, que nos haya hecho individualistas? Hay una particularidad de nosotros los venezolanos. Tú y yo estamos hablando en este momento y quizás no hablemos más nunca, pero si a mí me preguntan. ¿Tú conoces a Hugo Prieto? Sí, chico. El que trabaja en Prodavinci. ¡Ah! Claro. Ese es amigo mío. En realidad, somos amigueros, pero no somos amigos. No somos, digamos, adecuadamente empáticos entre nosotros. Ese es un gran problema, porque cuando migramos a otro país, no conseguimos entre nuestros compatriotas la posibilidad de apoyarnos, para superarnos y crecer en otro país. Los cubanos fueron haciendo comunidad en Miami y, prácticamente, construyeron esa ciudad. Los árabes no pierden su identidad cultural y nacional. Sin embargo, logran integrarse en otros países, como lo hicieron en Venezuela, por ejemplo. Ellos hacen comunidad entre ellos. Nosotros no logramos hacer eso.
Yo estoy convencido de que a los venezolanos nos cuesta mucho construir comunidad, incluso, en nuestro propio país.
Quizás por eso, los chavistas nos pudieron joder.
***
*Médico Cirujano por la Universidad de los Andes. Especialista en psiquiatría, Hospital Vargas de Caracas. Miembro Titular de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría y del Colegio Venezolano de Neuropsicofarmacología. Especialista en el Servicio de Psiquiatría del Centro Médico Docente La Trinidad. Expresidente de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría. Actualmente reside en los Países Bajos
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